sábado, 17 de enero de 2009

SUBINSCONCIENTE

Su amplia colección de discos se presentaba ante él primorosamente ordenada tal y como debieron verse en principio los azulejos de las pirámides. Un tipo meticuloso, sin duda, dedicando tardes si no días enteros a clasificar la ingente cantidad de artefactos redondos con agujero a la mitad por interprete, género, orden alfabético y color del lomo del estuche. Tras ello había reforzado la estantería con cemento llevando pilares hasta el suelo: era un maniaco del orden, de acuerdo, pero andaba escaso de ganas para repetir aquella tarea de orden y colocación en caso de estropicio estanteril y posterior contacto de baldas y contenido contra el suelo. Aún en su desquicio, ese principio de vagancia era algo a su favor.

Siete de la tarde de un viernes con la planificación de ajetreo social de costumbre: casilla en blanco. Optó por calzarse el albornoz, encender su estupendo equipo de música ( condenado a convertirse en pieza de museo al pagar la última letra de la financiera ) y ordenarle extender la bandeja de CD. La orden fue cumplida sin rechistar, comportamiento propio de las máquinas inventadas por el hombre, salvo cuando estas se hacen mayores o salen demasiado baratas. Enfocó sus ojos y esa porción del cerebro encargada de controlarlos hasta la tercera planta de la estantería, sección música de cuerda, época contemporánea, letra “B”, lomos azulados, discos adquiridos con anterioridad al 2003. Sintió aquel pellizco en la parte baja del estómago, esa lisonja para sí mismo por la perfecta adecuación de la discografía. La obra de su vida, digna de bibliotecaria solterona y con dos gatos.

Tenía aquella tarde cuerpo de Bela Bartok. Con índice, corazón y pulgar de la mano derecha en formación de pinza dirigió sus esfuerzos a alcanzar el disco en cuestión: “Bela Bartok, obras completas en cuerda”. Realizó automáticamente las tareas posteriores: apertura del estuche, inserción del índice en la oquedad del disco a tal efecto, colocación en el reproductor, repliegue de bandeja, pulsación del play, rematando la tarea con esa frasecilla con aires de jocosidad tan suya “comandante de la nave, desvíen la energía principal suban los escudos” por la pretendida semejanza de sus movimientos con esas series de naves tan de su interés. Una frase muy suya: nadie en sus cabales tendría la tentación siquiera de pedírsela prestada.

Con los brazos cruzados tras la cabeza reclinada en el sofá entornó los ojos. Sus párpados se replegaron como los de una muñeca al perder la verticalidad con los primeros compases: algo andaba mal. Las cuerdas se habían convertido en trompetas y el ritmo lánguido había mutado a compases dignos de conga de boda regional. Se levantó autopropulsado, paró el reproductor, sacó el disco y observó desde el mirador de su propio asombro aquel extraño disco: “Burt Bacharach Greatest Hits”.

“Qué tontería” se dijo. “Confusión más tonta”, apuntó seguidamente ahorrándose algunas palabras, para eso estaba en su casa. Comprobó como el estuche pertenecía a el citado disco intruso y devolvió a ambos a su lugar de la estantería. Rescató a Bartok y lo introdujo en el reproductor.

El trompetazo inicial le descalabró. Estuvo a punto de no tener salón suficiente para botar del sofá. Regresó al equipo Hi-Fi y extrajo de nuevo el disco.

Burt Bacharach volvía a estar en su mano. Miró acusador al reproductor y este, en la medida de sus posibilidades y mediante lucecitas y pantallas de cristal líquido, intentó exculparse mediante aquella frase tan socorrida “ A mí que me registren “. Devolvió el CD a su funda, la funda a la estantería y a Bartok a su mano. Pulsó el play.

Bacharach se mofaba de él a ritmo de trompeta con sordina. “¡Esto es cosa de brujería!” gritó a la lámpara con el rostro desencajado, tal y como si se hubiera descolgado del Guernica. La lámpara, por corporativismo electrodoméstico con su compañero musical dijo no saber nada. Podría aburrir al lector relatándole los viajes de ida y vuelta entre estantería y equipo de música con la intención de oir a Bartok ya por pura cabezonería, aumentando a cada párrafo el estado de centrifugado mental de nuestro protagonista. Pero usted tendrá cosas mejores por hacer, así que permítame un ligero salto temporal.

Tenemos a nuestro protagonista atrincherado tras el sofá, esquivando el tiroteo de ritmo de Burt Bacharach por decimoséptima vez consecutiva, añorando la cordura perdida y perjurando sobre la guía de teléfonos ( lo más parecido a la biblia que tenía a mano ) su intención de escuchar a Bartok y de no pensar estar loco, al menos en principio. Estando en este juramento, una vocecilla interior carraspeó.

-Ejem..., atienda si es tan amable, tengo algo que decirle.
-¡Madre mía, loco, he perdido la chabeta, loco a mi edad! –exclamó enviando las páginas amarillas abiertas por la legión de Perez bajo la trinchera del sofá.
-Tranquilo, la cosa no es tan grave...aunque admito que tiene la pinta.
-¿Quién me habla?, ¿se dirigen a mí extraterrestres, santos, ánimas, arcanos mayores?
-Venga hombre, no hagamos un dislate de esto. Le habla su subconsciente.
-Pues mire, habría preferido alguna de los que yo he dicho, no sé bien porqué.
-No es costumbre de los subconscientes charlar con su patrocinado...pero a la luz de los acontecimientos no he tenido otro remedio.
-Bien caballero –dijo rindiéndose a la locura pero conservando su inmaculada educación- usted dirá.
-Verá, le comento. Como subsconsciente suyo, elegido democráticamente, he decidido por el bien común que lo mejor para usted hoy, día tal, a tantos de tantos del año de nuestro señor dos cero cero puntos suspensivos, era oír a Burt Bacharach, sustituyendo este a su elección, la cual en modo alguno criticamos, de Bela Bartok, por considerar a este último tendente a la depresión.
-Entiendo...bueno, entiendo a medias.
-Considerando igualmente el mérito del excelente orden del que goza su colección musical, no observando fallo alguno en ella y siendo el motivo y causa de la confusión de intérprete exclusivamente nuestra ( véase mí ) voluntad.
-Se agradece la valoración del orden.
-Haciendo un inciso, servidor tuvo bastante que ver en la clasificación, ¿no querrá que tire piedras sobre mis propios jarrones?
-Claro claro. ¿Algo más?
-Déjeme ver....debemos declarar....ehm...mediante la ley subconsciente vigente...aplicable...Bah, nada más de interés, lenguaje legal. Recomendamos acatar la decisión de su subconsciente.
-¿Podría negarme?, conste que no lo digo por llevar la contraria...sólo...
-Tiene usted quince (15 ) días hábiles para recurrir esta Recomendación enviándose escrito a sí mismo por certificado.
-No no, déjelo, si usted dice Bacharach, pues sea.
-Nada, me alegro. Es probable que no hablemos en bastante tiempo.
-Ha sido un placer.
-El placer ha sido suyo.
-Buenas tardes.
-Nada, a cuidarse.
-¿Es esto otra recomendación?
-Ciertamente.
-De acuerdo.
-Lo dicho.

Se hizo el vacío en su cabeza y todo quedó como de costumbre, bajo la sintonía de Bacharach. Se dijo que tampoco no estaba tan mal. Incluso acompañó algunas piezas chasqueando los dedos.

En lo sucesivo hizo caso a su subconsciente. Con mayor o menor acierto, pero evitó mantener uno de estos bizarros parlamentos en mitad de unos grandes almacenes, manteniendo con ello, sin saberlo, al día su higiene mental, tal y como recomiendan nueve de cada diez psicólogos.

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