viernes, 26 de junio de 2009

UNO PARA TODO.

Es otra de esas cosas curiosas, al menos desde mi punto de vista, que suelen sucederme tras poner mis dos extremidades bajas en la acera de la calle. Verán, en mi desempeño de la compra sabática ( dícese del acudir al super en sábado ), y tras recorrer pasillos alicatados de cajas, tetra bricks, botes, botellas, latas, paquetes y demás contenedores de ricos manjares, con mi compra acunada cual recien nacido, me dirijí a la caja. La número tres, por si el dato fuera de su interés.

Allí y tras asegurarme de llevar dinero en metálico ( siempre odié pagar con billetes de curso legal ) observé con detenimiento a mi precursor en la fila de pagos. A simple vista me pareció familiar, había algunos detalles en él y en su vestimenta por los que no me parecía ajeno. Tras unos minutos caí en la cuenta. En la cola del super iba detrás de Dartagnan.

Su corte de pelo, su perfil y el modo de moverse me convencieron. Aunque viejo, seguía siendo el mismo. Otros detalles insignificantes como las botas de cuero, la capa, el tahalí o la espada prendida en su costado me aseguraron de estar en lo cierto. Hube de preguntarle, no podía dejar pasar la oportunidad:

-Disculpe caballero.
-Dígame.-Dartagnan miraba con atención el código de barras de una lechuga iceberg empaquetada.
-¿Es usted...?
-¡Ay de vos, si me confundís con el maldito dogo de nombre Dartacan! –echó mano de la empuñadura de su arma con la rapidez que le permitían los años.
-No no, usted es Dartagnan, valiente mosquetero.
-Disculpe mi salida de tono, pues es frecuente me confundan con ese perro de fábula.
-Entonces es cierto, ¿es usted?
-Tan cierto como que ha subido el pan.
-Es un honor...¿cómo usted por aquí?
-Tengo la obligación de comprar vituallas, aunque la pensión no me llegue a mucho.
-¿Y sus compañeros de aventuras?
-Oh, ¡estupendamente! –no pudo remediar delinear una sonrisa – precisamente esta noche hemos de vernos.
-Por lo que veo en su carro, parece que van a celebrar una fiesta.
-No exactamente, discutiremos como derrocar al fatal Richelieu...aunque...¿no seréis vos espía del cardenal? –amagó de nuevo sacar el arma, consiguiendo propinar un codazo a un estante de chicles blanqueadores dentales.
-En absoluto, puede creerme.
-Bien entonces...Disculpe, he de irme, el autobús estará a punto de pasar.
-Por supuesto...ha sido un placer.
-Igualmente...nos veremos por aquí, vengo a menudo. Con Dios.

Recogió un paquete de torreznos de la cinta, pidió un par de bolsas de asas ( cobradas aparte por el espabilado cajero ) y a la carrera, sin necesidad de caballo, arrastró compra y años hasta la puerta de salida que, emocionada ante el personaje, dilató su apertura un tanto.

Pagó en metálico, con lo cual se ganó aun más mi simpatía.

viernes, 19 de junio de 2009

LA PENÚLTIMA OBRA.

Se presentó con zapatos lustrosos a la puerta de su editor. Con los legajos alojados de cara a la axila y con algo de extrañeza por la situación, se sentó en la enmoquetada habitación. Bueno, hizo uso de una silla, pero en principio no ví necesario recalcarlo.

Su editor, habiéndole recriminado con anterioridad su falta de producción escrita, le observó con las cejas en extraño ángulo. El bloque de folios mecanografiados se desplazaba bajo las yemas de sus dedos, convenientemente remojadas en esponjilla azulada inventada para tal fin, tras repasar las primeras páginas y autoconvencerse de que valía la pena completar la lectura en conjunto, de que publicaría la novela y de que podía estar ante un nuevo best-seller ( también conocido por superventas, “hay que ver que bien se ha vendido” y otras nomeclaturas anejas ) se bajó de sus gafas y se dirigió al escritor.

-¿Y cómo que has escrito tanto últimamente?
-Pues ya ves hijo, una tarde que me dio por ahí.

El editor no pidió más explicaciones. Un best seller no necesita más.

De todos modos la pregunta había sido por compromiso. Y tirando a retórica.

martes, 2 de junio de 2009

EL CONVIDADO DE PIEDRA, O COMO TITULÉ ESTE RELATO DE MANERA MÁS EXTENSA QUE LA PROPIA HISTORIA, SI NO REALMENTE, AL MENOS PARECIÉNDOLO A OJOS VISTA.

Descubrí en agosto que no vivía solo. Esa sombra que vagueaba por el pasillo, esos estertores en la habitación contigua, esa presencia resacosa en los desayunos del domingo resultaron ser, en conjunto, mi compañero de piso.

Siendo así, le obligué a hacerme la cena. Lo primero que se me ocurrió, oiga.