domingo, 30 de agosto de 2009

TRADICIONAL JAPONÉS AGRIDULCE.

( RISTRA DE HAIKUS )

Mientras camina
El señorito Pablo
Llovido está.

En un comercio
Vestimenta de saldo
Que le encanta

Compra en ristre
Inquieto y alegre
Corre a casa.

En el servicio
Cremalleras y sisas
Ya está listo.

Salta al salón
Vestimenta de ninja
Calza ufano.

Su esposa ve
A su esposo raro
Más que a diario.

“Soy un ninja
¿No me lo notas amor?”
dice posando.

“Tu eres tonto”
enfadada la dama
dice a Pablo.

El pobre ninja
De nuevo en papel
Mete la compra.

En un susurro
Camino de la calle
“Sosa” la llama.

Triste relato
Sin dinero ni disfraz
Y hecho polvo.

sábado, 15 de agosto de 2009

¿ES AHÍ LA GUERRA?

En una trinchera excavada en el fango con escuadra y cartabón, un sargento, como recién salido del molde de sargentos de película, arengaba a los suyos a acabar con un enemigo al que no habían visto y con el que no tenían demasiados problemas personales.

Igual que esas reuniones de vecinos en los que usted se pelea con el del cuarto ya por costumbre.

-¡Soldados!, es mi deber como mando daros ánimo en esta crucial batalla en la que, nada más yo terminar, os habréis de enfrentar con aquellos de allí enfrente.
-¿Esos de marrón mi sargento? –preguntó Miscosilla, con las gafas levemente por encima del límite de la trinchera.
-Los de marrón, no tienen pérdida.
-Es que digo yo, mi sargento, y sea entendido lo siguiente sin burla, que con lo que piensan para la guerra, que nos podían vestir a nosotros de otro color. Para confundirnos, como en el fútbol, mi sargento.
-Eso se lo llevo diciendo yo a los mandos un par de quinquenios, pero siempre me responden lo mismo: “todavía nos quedan uniformes del último pedido en el almacén, no lo vamos a tirar”.
-Si es por economía se comprende sargento.
-De ahí las banderas.
-¡Acabáramos!, claro, por eso tanto follón de banderas, colores y estampados.
-¡Hombre Miscosilla, parece mentira!. ¿No querrá usted atacar un cuartel general que al final sea nuestro? Para eso se ponen.

Braulio, cabo sandunguero de tercera condecorado por pelar patatas, saltó agilmente la trinchera, proveniente del campo enemigo. Con la respiración entrecortada y palpándose los lados de la cara en busca de sus orejas, se cuadró como pudo en la zanja.

-¡Mi sargento!, buenas tardes, mi sargento.
-A la paz de Dios.
-Del territorio enemigo vengo. Tal como usted me pidió.
-¿Y bien?
-El granero que vamos a tomar sigue en su sitio.
-¡Soldados! –gritó el mando, despertando a más de uno - ¡un granero rojo, como los graneros rojos de toda la vida, es nuestro objetivo!
-Sargento, mi sargento, oh mi sargento, ¿es una tapadera?
-Miscosilla, es un granero. De dos pisos.
-Ajá...pero...¿es crucial para el desarrollo de la guerra?
-No hijo.
-Entonces, sargento, querido sargento, ¿para qué conquistar el granero? –Miscosilla declinaba a lo Becquer pero sin mucho ahínco, vistos los resultados.
-Pues porque, con lo que nos pagan, algo tendremos que hacer por las mañanas.
-¿Cómo?.Sargento, ¿dice usted que nos pagan?
-¡Hijo de mi vida!, que son ustedes como mis hijos putativos, ¡por supuesto que nos pagan!
-Disculpe mi ignorancia. Pero creía que esto la hacíamos por heroísmo.
-Un poco. Pero principalmente por vivir de algo.
-Y la cosa esa de la libertad en peligro, el patriotismo y eso...
-Eso...apreciado Miscosilla, eso queda para los carteles.
-Siendo así, ¡conquistemos ese granero! –gritó espoleado por la idea de cobrar los atrasos.

Miscosilla corrió monte arriba, sin rumbo fijo al no tener ni idea del emplazamiento del granero. El sargento, con el resto de la tropa, avanzó en cuclillas hasta la entrada del bosque.

Tuvieron suerte aquella mañana. El enemigo no vigilaba el lugar.

Los de marrón oscuro conquistaban una piedra de aspecto comunista.