domingo, 26 de septiembre de 2010

IMPREVISTOS MEGALOMANÍACOS ( y 3ª PARTE)

- ¿Cuántos robots adquirió usted, señor Senectrum?
- ¡Sinextrum! ¡Lord Sinextrum! Arregle esto o le juro por las capas más oscuras de mi malignidad que probaré con usted cuarenta formas distintas de tortura a jornada completa.
- Necesito un número.
- Tres batallones, dos escuadras de apoyo. Un pelotón de demolición. Un cuerpo de lanceros. Dos grupos de fusileros de protones...es que no caben aquí todos, tengo una representación...tengo ya mirado un palacio más grande –ante la caída de párpados del técnico, recuperó la velocidad sin entrar en detalles –dos columnas de luchadores motorizados, un escuadrón aéreo y algunos de esos ninjas cibernéticos que tenían ustedes...de oferta.

De lo último parecía no sentirse orgulloso. El indolente experto extrajo de un bolsillo una estrecha calculadora solar. Con una uña hizo unos cálculos. Chascando la lengua pulsó en repetidas ocasiones el botón de cancelar y finalmente sonrió cuando observó el resultado.

- Eso hacen unos tres mil quinientos ejemplares...sin contar promociones.
- Así es...pretendíamos adquirir más, pero comprenda, con este resultado nuestra confianza ya...
- Si, perdone, ¿ha tenido en cuenta la clausula veinticinco mil doce del contrato de suministro?

Lord Sinextrum desconocía su capacidad de reflejar el asombro en su rostro. Interrogó con la mirada, uno a uno, a sus acólitos, sin que estos pasaran de conceptos vagos y excusas difusas.

- Disculpe, hemos tenido mucho lío...no
- En dicha cláusula se prohibe acumular una cantidad de ejemplares mayor a dos mil ochocientos robots o máquinas de combates, y cito textualmente, bien de base mecánica, química, humana o mixta, destinadas a los siguientes epígrafes: desestabilización mundial, guerras planetarias, control de masas y apoyo a servicios esenciales en tiempos de huelga.
- Por favor...me podría explicar –Sinextrum cruzó los brazos, como si la conversación se hubiese trasladado a los problemas sentimentales en cualquier portal – porque eso no me lo dijo la señorita del teléfono
- ¿Hizo el pedido de una vez?
- No, en realidad no –observaba a su alrededor como, en su interior, sus ministros de la guerra cada vez se hacían más pequeños y distantes –al principio sólo queríamos conquistar Menitra, pero nos animamos, abrimos una línea de crédito y fuimos haciendo...un total de seis pedidos.
- Nuestros sistemas no reflejan esa cláusula en órdenes de trabajos sucesivas, por ello debo disculparme en nombre de mi empresa.
- Pero...¿qué tiene que ver ese detalle nímio, ínfimo...con el funcionamiento?

El técnico procedió a hundir sus pertenencias en un pequeño maletín con el logotipo de la empresa grabado a fuego en una esquina, dando por terminada la visita de manera implícita. Devolvió la calculadora al bolsillo y procedió a limpiarse las gafas con la patente de su polo.

- Nosotros le vendemos los robots. Están ahí abajo y le prometo que funcionan. Acapararlos para fines maléficos, mire, daría muy mala imagen a nuestra marca. Además, nada impediría que los usara en contra de cualquiera de nuestras sucursales o filiales.
- No hombre –la capa tras la siesta se había arrugado. El toisón se había descolocado y Sinextrum aún presentaba esos graciosos caracolillos en forma de cuernecitos – lo nuestro es en contra de los poderes...además, sólo por unos días.
- Caballero, ¿me permite decirle algo? –miró a su alrededor colocándose las gafas y puso un brazo amigo sobre la oscura figura –en privado.

Se retiraron al alero más septentrional del patio, bajo una galería de arcos apuntados. La iluminación comenzaba a ser escasa y por el rabillo del ojo el antiguo sojuzgador mundial observó a uno de sus pelotilleros de guardia encender las lámparas del interior de la ventana frente a la que estaban, atrayendo con ello a los mosquitos.

- Ambos sabemos de qué hablamos. Estaría muy feo matarnos con nuestras propias pistolas. En ello estamos de acuerdo, ¿cierto?
- Pero...
- Tenemos inversores. A su vez ellos tienen a personas a las que responder. Resultados anuales, beneficios...es complicado. El baile ya es apretado como para dejar entrar a otro más.
- ¿Qué haré entonces con todo eso...tanta chatarra?
- Esto no se lo he dicho, ¿de acuerdo? Puede sacarle grandes rendimientos alquilándolos a consistorios y ayuntamientos. Es una nueva manera de conseguir sus fines...por rutas pacíficas.

Lord Sinextrum, a falta de otra cosa, asentía mientras aplastaba mosquitos bajo sus guantes de imitación. Firmó el parte con su documento de identidad y la hora, tras preguntarla a voces a uno de sus correligionarios, y sin mediar palabra despidió al técnico. Este le obligó a estrecharle la mano. Con una perfecta sonrisa, susurró:

- Deje el crimen en manos de profesionales.


Fue la tarde más amarga de Lord Sinextrum. Truncada su visión de un mundo en ruinas saludó de lejos al eficiente técnico. Mientras este, nada impresionado por obras de corte clásico, respondía una llamada al pasar bajo el titánico retrato del Líder.

Como este se convirtió en promotor turístico de costa y después de arruinarse parcialmente invirtió los últimos ahorros en un próspero negocio de casas rurales es algo que trataremos otro día, que no son horas.

KONIEK.

viernes, 10 de septiembre de 2010

IMPREVISTOS MEGALOMANÍACOS. (2ª PARTE)

Una furgoneta se perfiló en el ocaso. El batallón continuaba, hierático, desde primeras horas de la mañana, como figuras de piedra desenterradas de un túmulo imperial. Lord Sinextrum, tras los cristales, se perfilaba la perilla y se alisaba los cabellos tras haber sucumbido a una siesta propiciada por la contrariedad y la mala programación. Se personó de nuevo en la terraza. Helter Shelter seguía probando la cobertura en el patio. El Capitán Bleed increpaba a las masas metálicas a escasos centímetros de los receptores sónicos sin conseguir, naturalmente, resultado alguno. Por fortuna el la fuerza del sol derramándose sobre el patio no había causado desmayos en el pelotón de acero. En otras circunstancias, con soldados de carne y uniforme, tras los imprevistos el patio se habría convertido en un repertorio de desvanecimientos más propios de experiencias místicas.

El técnico, uniformado con un sencillo polo con la marca suministradora de máquinas mortales bordada en el pecho, pantalón corto y chanclas de dedos descubiertos avanzó por el pasillo central del palacio de Sinextrum sin prestar la atención debida a apliques, obras de arte expoliadas o trofeos de guerra. Shelter le hacía de cicerón, mostrando a izquierda y derecha lo más granado de la historia militar de los Sinextrum sin que aquello pareciera importarle más que las bajas temperaturas de Groelandia. Accedió a la terraza presidencial, saludando con patente desgana a aquel que, horas más tarde, sería azote de la raza humana entera.

- Usted dirá
- Estos robots no funcionan. Esto es una estafa –agitaba su mano izquierda enguantada al ritmo de sus reproches –todo estaba previsto para primera hora de esta mañana y por culpa de sus...
- Tranquilo –dijo el técnico subiéndose un poco las gafas –y defina usted un poquito mejor el problema. No funciona, ¿pero qué le nota? ¿No arranca, retardos en la señal, comportamiento errático?
- He pulsado el botón de arranque y no ha sucedido nada. ¡No ve como el batallón aún está formado!

Observó el patio con curiosidad entomológica, más preocupado de la cantidad de ejemplares vendidos que de su primorosa formación en alas de águila doble, ribeteadas por dos escuadras de asesinos a corta distancia. Revisó unas notas en una tablilla y se rascó la oreja izquierda.

- ¿Ha comprobado las pilas?
- ¡Por el Maléfico Demiurgo! ¡Malditas mentes libres! ¡Quiere reducir el problema de fiabilidad de su producto, según ustedes “ la máquina definitiva para la sojuzgación mundial” –agitaba un recorte de prensa extraido de las profundidades de su uniforme ante las narices del impasible experto – a un problema con dos pilas de las pequeñas!. Por favor, Shelter, dile a este caballero si las hemos revisado.
- Claro, dos veces. Incluso hemos adquirido unas nuevas en una tienda de artículos a bajo precio que han abierto hace poco aquí abajo, en...
- ¡Suficiente! –alzó la mano, se estorbó con la capa y apunto estuvo de mandar al patio una hombrera de finos bordados con motivos draconianos –Bien. Seguirá con sandeces pseudo-científicas para mentes débiles o arreglará el problema.
- Déjeme repasar los protocolos señor.

Se ajustó las gafas de nuevo, un par de tallas más grandes de las necesarias dada sus medidas craneales. Sinextrum bufaba y pateaba el suelo. Tras unos minutos los nervios pasaron a su párpado derecho. Después se alisó el pelo hasta dejarse dos cuernecitos asimétricos. Adefesius Black se acercó para resolverlo, pertrechado con un peine, y recibió tres minutos cincuenta segundos de improperios desmerecidos. Por fin, el técnico, descansando sobre la baranda con la postura propia de un despreocupado turista a la esprera de la apertura de un monumento, cerró la tablilla de documentos.

concluirá

viernes, 3 de septiembre de 2010

IMPREVISTOS MEGALOMANÍACOS. (1ª PARTE)

Le encantaba el vuelo de su capa negra. Podía haber elegido una armadura de pinchos, de hecho la llevó durante un rato en la tienda, pero tropezó un par de veces en el dintel y se decantó por el elegante efecto producido por la tela cayendo desde sus hombros. Ahora sólo necesitaba un pasillo algo más grande, la galería con vistas al patio era algo estrecha y al volver sobre sí mismo, con el puño crispado sobre los labios fruncidos, a veces debía apartar la cola de su camino, pareciéndose más a una folclórica de luto que a la mente criminal más preclara de este siglo.

Con fuerza agarró la barandilla con sus guantes negros, observando bajo sus pies la creación. Dos decenas de batallones de seres metálicos sin alma, dispuestos a un toque de interruptor a sojuzgar el mundo bajo sus sistemas hidráulicos. Bajo su retrato, en un escorzo maléfico sobre fondo borgoña, su sonrisa de Errol Flynn pugnaba por la atención de los aterrorizados siervos con el hiriente resplandor de sus sortijas y sellos, hábilmente reflejado por el pintor de cámara con delicados toques de spray blanco. Las banderas de su futuro imperio ondeaban con crujidos mortales sobre los mástiles y sólo tenía que observar a sus consejeros para notar en su interior una subida de ego mastodóntica. Eso sí, para verlos debía apartarse el cuello almidonado de la capa, algo que debería remediar cuando ofreciera por televisión su primer discurso como Emperador de la Tierra. Eso y el toisón, quizás demasiado brillante. Tal era su convencimiento de poder hallar pronta victoria, podía relegar sus preocupaciones a consideraciones estéticas.

- ¡Pero el miedo es, quizás, nuestra mejor arma! –dijo tras la balaustrada, expresando en alto el coletazo de su monólogo interno.
- No olvide los cañones de protones, Sire. –Adefesius Black, Lugarteniente, a su siniestra con el cuello erguido y sobre su pecho pendiendo sendas batallas del paso de Malaespina y el Óvalo a la Maldad Suprema.
- Es tiempo, pues, de sojuzgar naciones. De atenazar con puño de hierros las libertades mal entendidas, de atemorizar a batallones enteros con nuestra mera presencia.

Continuó con las similitudes terroríficas ante un público de un natural despreocupado. Tres cuadrantes de columnas simétricas de terroríficas máquinas animadas, hombro con hombro, coraza con coraza. Con sus cabezas alzadas en signo de respeto pero en modo pausa y reservando baterías. Lord Sinextrum continuaba su arenga, despreocupado de contener los continuos esputos proyectados de sus labios.

- Mañana la humanidad me rendirá pleitesía, pues de lo contrario se verá aplastada bajo mi bota. ¡No toleraré el más mínimo movimiento subversivo, todas las esperanzas de revolución soterradas serán cercenadas –se permitió una pausa dramática con un dedo en alto –ipso facto.

Adefesius y sus correligionarios aplaudieron, unos con fruición, quizás atemorizados por la idea de no demostrar suficiente interés y otros con parsimonia, temiendo resultar en exceso alborotados. Gregorius Bleed, Capitán del batallón Aquila Necra, portaba orgulloso el mando de la destrucción sobre un cojín encarnado y a su vez el honor de saberse el portador del percutor del último cambio. Atrasó su pierna derecha enfundada en una bota alta de montería ofreciendo el mando único a su legítimo portador. Lord Sinextrum se afinó los extremos de su oscuro bigote, se sacudió unas motas del hombro derecho y mostró, henchido de visión de historia, el mando al batallón de robots. Cayó el último grano en el reloj de arena de la fatalidad y relamiéndose más allá de su propia consciencia, hundió el botón bajo su pulgar.

Alguien carraspeó. Lord Sinextrum aún conservaba la pose de estrella del rock, con los brazos en alto y con una carcajada sostenida. Le llevó varios segundos percatarse del problema. No se había movido ni una tuerca. Agitó el mando a distancia de la perdición. Retiró la tapa posterior y comprobó con la punta de un dedo las pilas, como si pudieran morderle. Lo movió junto a su oído después de volver a pulsar, con algo más de cuidado. Miró a sus hombres. Unos contrajeron los hombros, otros encontraron interesante la solería de la terraza y algunos sugirieron que esta vez apuntara al batallón de la perdición. Sus pobladas cejas pasaron desde estar arriba en modo “asombro” a tapar de manera paulatina la línea superior de sus ojos. Incluso algunos quisieron ver espuma en sus comisuras. El Lugarteniente Helter Shelter, responsable de control de medios, sugirió voltear el mando acercándose a el Sojuzgador Eterno como si este pudiera estallar en cualquier momento. Allí una pegatina rezaba:

“ En caso de avería contacte con el servicio técnico en el número 7171-Ajuste “.

Lo puso en manos de sus subalternos. Se encerró en su despacho y pateó una papelera repetidas veces, hasta llenar de virutas de lápiz la cara alfombra isabelina. Preguntó por la llegada del técnico asomado a la puerta cada minuto hasta tomarse un té y encender la gran pantalla tras su sillón para sintonizar un programa de dibujos tras bajar el volumen hasta el mínimo.

continuará