lunes, 24 de enero de 2011

ESTAMPAS ABSURDAS 4. UNO MÁS UNO TIENDE A TRES

- Sabía que si venía solo no me creerías -Gregorio desplazaba su peso entre los dos pies sin saber a qué carta quedarse.
- Te dije lo que tenía que decirte. Te dejé por escrito lo que tenía que decirte y creí ver un atisbo de comprensión en tus ojos. -Úrsula, con los rizos agitados de manera oportuno por la franja abierta de la ventana, construía entre ambos un solar de dos mil metros cuadrados.
- Detesto cuando te pones novelesca.
- Que está todo dicho.
- Debe haber un término medio entre ese papel secante y la declamación dramática mujer. - intentaba desenterrar de aquel erial un puñadito de entendimiento sin tener ni idea de agricultura aplicada a la psicología interpersonal.

El silencio era denso, se desperezaba por la estancia como una suegra atenta, desaprobando los adornos elegidos por la dueña de la casa. La curiosidad del científico de bata blanca sí era impuesta, empotrado en una esquina olisqueando por tercera vez una lámina enmarcada en la que una diosa en un bello jardín daba la espalda a un fauno impertinente.

- ¿Es amigo tuyo? -Úrsula contempló la planta del invitado considerando de manera muy sesuda ofrecerle una habitación por una noche.
- Eso no importa, tiene algo que decirte -lo presentó como el enano gigante de un circo de curiosidades, flexionando las rodillas y con ambas manos hacia atrás.
- Buenos días -el científico, azorado, erró el pronóstico justo cuando el sol jugaba al escondite con dos edificios de apartamentos lejanos.
- Ande, dígalo -parecía empujar a un compañero de colegio a contar el último chiste verde como solo él sabía.
- Pues verá, estudios científicamente probados demuestran...
- Pero que lo dice usted de corazón, no le obligo yo a nada -aún seguía con una postura digna de medalla de bronce en la prueba de patinaje de velocidad, desmerecida por un ligero temblor de tobillos.
- ¿De qué va esto? -Úrsula palpaba bajo la bata las posibles formas, aunque un poco espantada por lo dubitativo del comportamiento del extraño.
- No puedo hablar de corazón, estaría traicionando mi forma de pensar desde que estrené el uso de razón. De todos modos usted dijo a este hombre, y es cita textual, lo nuestro es imposible.
- ¿Fue así o no?
- ¿Es esto un interrogatorio Gregorio? ¿saco al abogado del armario? -sonrió como única espectadora al recordar la noche en que, efectivamente, descorrió sus vestidos para encontrarse con un letrado divertido, creyéndose el punto de inflexión de un chiste viejo.
- Solo vengo a exponer unos datos, señorita. Y por ellos puedo decirle que el cariño entre dos personas, cualesquiera su sexo, condición intelectual o patrimonio, es posible en la medida en la que ambos accedan, tengan ganas y se atraigan. Existen otros requisitos, como pertenecer a la misma dimensión cósmica -creyó estar excediéndose en el parlamento y la inercia de sus labios le hizo llegar a puerto de manera atropellada- de todos modos esto casi siempre se cumple.

Miró a ambos, por diversos motivos. Gregorio era peculiar en el mejor de los casos. Por las tardes solía ser inseguro y los fines de semana alternos se preocupaba de sucesos distantes y desgracias ajenas. No quería caerse del fichero de conquistas, cualidad que le había dado algún punto al principio. Después se empeñó en perderlos siendo fiel a su conducta. Compartía salón con su amante y un supuesto científico. Cruzó los brazos. Estiró una de sus largas piernas. Removió el pelo haciendo ondear en la misma frecuencia los ojos apetitosos en la sala. Los cuatro. Si hubieran visto la misma postura en el catálogo de venta por correo abandonado sobre el sofá el gesto habría perdido fuerza y novedad. Pero estaban a otra cosa, en esos momentos la única.

- Dígame, señor científico...¿cómo se llama?
- Agustín. Encantado.
- Por supuesto que no -respondió airado el ángulo obtuso del triángulo a la mención de un par de sonoros besos que ofreció el estudioso en voz queda junto al oído.
- ¿Puedo preguntarle algo? -preguntó ella divertida.
- Te va a liar Agustín.
- Ya lo creo que sí -dijo el aspirante a desenamorado.
- ¿Lo he dicho en voz alta? -tras un silencio amplificador de los arañazos del tiempo sobre la pared, prosiguió el doctor -claro, pregunte lo que quiera señorita.
- Es usted científico, así quiere demostrarlo. Quiero creer que ha estudiado el asunto de nuestros sentimientos. Si es así, quizás pueda contestarme. ¿En qué se basa para hablar de pasiones? ¿Dónde aparece el amor en sus números? ¿Cómo se disecciona el libre albedrío?

Gregorio bufó y abandonó la postura. El aplicado Agustín gesticuló con ambas manos en un molinete de calidad apreciable. Descolgó los labios. Extrajo una libretita con cifras para guardarla tras pasar un par de hojas. Se aclaró la voz, levantando ambas cejas en dirección al reluciente ex nada y agitó una solapa de su babero en señal de paz.

- Soy estadístico. Lo admito -Gregorio aprovechó la confesión para meterse un par de manos en los bolsillos con evidente contrariedad – no sé contestarle.
- Tengo que lavarme el pelo -dijo Úrsula sin miedo de marear su pelo a base de bucles forzados por su dedo juguetón -¿puedo confiar en que sabréis encontrar la puerta o tendréis que experimentarlo primero?

Se marchó con sus tacones afinados pasillo arriba, mientras el científico subía los hombros, cargado de explicaciones que no terminaban de reaccionar para salir de su recipiente.

- No, déjalo. Si era por probar más que nada. - pacificador, mostró con un gesto la salida al apesadumbrado doctor – si lo nuestro es imposible.
- Bueno, había preparado una argumentación para dejarlo, al menos, en improbable.

Palmeó el hombro de su nuevo amigo a la altura del paragüero.

- Es sólo un matiz. ¿Qué sabe la ciencia de estas cosas?
- Claro, al ser yo teórico, pues difícilmente...
- Tranquilo, le dije que le pagaría una comida si me ayudaba con este asunto.
- ¿Podré repetir postre?

Gregorio se detuvo entre dos escalones.

- Amigo, lo veo improbable.

domingo, 16 de enero de 2011

EL VECINO.


En la mesa mi padre comenta que siempre ha estado ahí, en el piso de arriba. Quizás por no poder dedicar mucho tiempo a mirar alrededor y esforzarse en tareas más cotidianas, desagradecidas pero necesarias, nunca lo ha puesto en duda. “¿Y porqué no va a vivir ahí?, eso siempre lo ha sabido todo el mundo”, acierta a decir mientras una lenteja le baila en el escenario de carne.

Yo nunca lo he visto. Mi madre recuerda haberlo oído arrastrar algún mueble, oírlo hablar por el patio de luces o ver correspondencia en su buzón, “casi siempre cartas, cartas de las de antes.” Ella vierte el café en las tazas para llevarlo a la sala.

Mi hermano, siempre cauto, admite no haberse cruzado con él. Al momento añade “eso no quiere decir ni una cosa ni otra”. No le puedo sacar más.

Me acerco con mi tío a un rincón. Mientras, recogen la mesa para colocar las tazas humeantes, postres y alguna botella de licor. Dedica un rápido vistazo al exterior por la terraza. “Al principio, al poco de mudarse tus padres, era distinto. Nadie sabe quién lo nombró presidente, pero durante bastantes años mandó en la comunidad. Y no había quien le llevase la contraria”. Cuando le pedí una calificación en pocas palabras él, sonriendo de medio lado, entre la suficiencia y el respeto, respondió “Altivo. Indomable.”

Aspirando su cigarrillo acude a la cocina, alguien le pide entre jaleo de cucharas que ayude a trasladarlo todo. Se aleja con paso alegre. Desfilo delante de las cortinas hasta decidir entrar al baño. Desde la pequeña ventana puedo ver su piso. Observo, y sólo puedo ver oscuridad en aquel apartamento del último piso. Alcanzo a recordar el tiempo en el que su hijo se trasladó al edificio. Era mucho más accesible. Siempre dispuesto a preguntar por la salud o a comentarte cualquier detalle del barrio que a un pequeñajo como yo se le había pasado por alto. Gracias a él los vecinos pudieron llegar a entender mejor a su padre, a verlo de otra manera. Es cierto que en ocasiones tenía algún comportamiento extraño. Dicen que frecuentaba malas compañías. Una noche vinieron a por él, y el escándalo fue mayúsculo. Dicen que el padre no pudo o no supo ayudarlo. De todas maneras creo recordar que no fue grave, al poco tiempo lo vieron de nuevo por el barrio.

Sigo mirando el apartamento. Sus asuntos los lleva un asistente, un albacea o algo parecido. Lleva al día sus facturas, participa en su nombre en las decisiones y de un tiempo a esta parte se queja, sin esforzarse en disimularlo, de que los nuevos vecinos no tienen demasiado en cuenta la forma de hacer las cosas. Su forma. O la de su representado.

Allí arriba parece no haber nadie. Cuando salgo del baño la mesa está dispuesta para seguir con los codos apoyados hasta que se ponga el sol. Allí se arregla nuestro mundo. Chistes o lamentos, según el día.

Pero siempre hay un sitio libre pare él en la cabecera de la mesa. Muchos en casa piensan que un día nos visitará.

Si ocurre creo que encontrará el café frío, y dicen que tenía bastante carácter.