miércoles, 27 de julio de 2011

LO PONDRÉ EN MANOS DE TOCALEMONES. ( PARTE 1)

El voluminoso utilitario aún mantenía el motor en marcha, petardeando y bombeando gasoil, ya saben, las típicas cosas para las que está preparado un motor. Alfredo interrogaba con la vista a Tomás, alto funcionario electo de un municipio dotado de mar, para mayor uso y disfrute de constructoras diversas, algunas de las cuales estaban bajo sospecha judicial.

La mayoría no eran sospechosas, ya habían sido declaradas culpables de delitos económicos a cual más escabroso.

Alfredo apagó el motor. Sacó las llaves del contacto y se las guardó en la chaqueta.

-Mira Tomás, si no estás seguro, no lo hacemos. Nos buscamos otro abogado.
-No no, si no es que desconfíe de ti ni de ese abogado que conoces.
-¿Entonces?
-Tú sabes lo que me estoy jugando.
-¡Anda hombre, qué exagerado eres!. Con las leyes como están...parece mentira que tengas tanto miedo.
-¿Qué van a pensar mis allegados? ¿Qué será de mi prestigio?
-No hay nada mejor cimiento para un nuevo prestigio que los fajos de billetes esos que tú y yo sabemos que tienes guardado.
-Cállate, pueden haberte puesto micrófonos en el coche.
-¡Estás paranoico perdido Tomás! –dijo Alfredo alzando la mano derecha, recordando, en cierto modo, los modos y maneras de moverse de un lanzador de bolos ocasional.
-Son concejal y estoy como me da la gana.

Subieron al primer piso de aquel edificio en la esquina de un callejón del casco antiguo que merecía algo más de atención por su papel histórico: se dice que pasaron por allí los Reyes Católicos en la reconquista de la ciudad, aunque fue al equivocarse en un cruce. Cinco plantas de oficinas semiruinosas, conservadas al vacío desde su construcción allá por los 60, cuando las cosas se hacían sin pedir permiso y nadie venía a rechistarte.

Pulsaron el antiguo timbre de plástico. Analia les abrió la pesada puerta de madera ejercitando los biceps, los cuadriceps o algunos de esos. La secretaria del recomendadísimo abogado Tocamelones era alta como su padre e hirsuta como su madre. Avanzaron hasta la sala de espera, intentando no maltratar demasiado el despegado suelo enmoquetado con hule adhesivo tono marrón liviano. Alfredo releyó una revista del corazón con quince años de antigüedad según el carbono 14. Tomás no tenía el ánimo para gaitas.

El impacto visual fue terrible. Entraron en el despacho. Tocamelones vestía calzoncillo azul de sumo y diadema de princesa a juego. El torso desnudo estaba adornado con un colgante extraido de pastelito infantil. En el cromo aparecía el hijo que tendrían spiderman y godzilla, si este cruze genético fuera posible.

Tomás se agarró con fuerza a la chaqueta de Alfredo, descuandrándole una hombrera. Solo le faltó morderle o hacer palanca con los pies para no entrar. Tomás confiando lo introdujo hasta el fondo, justo como en un parto con forceps...pero al revés.

Vaya porquería de metáfora.

El ex concejal adepto a la filosofía “una zona verde sin urbanizar está muy fea” asistía estupefacto al espectáculo. El abogado, un señor mayor, con pintas más que vergonzantes, sobre el que recaería la tarea de ayudarlo a no pisar las losetas de la prisión Jacinto 6.

-¿Qué tal Tocamelones? –Alfredo abrió fuego.
-Fatal hijo, el pato sigue sin comerme nada.
-Paciencia, que ya se sabe que los patos a esa edad son difíciles.
-En fin, ¿este es don Tomás?
-Este es, sí. Tomás, a este señor ya le he puesto yo en antecedentes.
-No se preocupe, estos tíos están chalados.- pronunció henchido Tocamelones, bajando los párpados imitando una pose sugerente que había visto en una peli de la Garbo.
-¿A qué tios se refiere? –se interesó sinceramente Tomás Golindres, antiguo alcaldable.
-A la justicia, a los jueces, a los estanqueros, a todos. Tooodos están chalados. –remató la acusación global realizando veloces aspavientos con ambos miembros superiores.
-Tú haz caso de este hombre, que es un profesional...A mí me sacó de un lío...¿te acuerdas Tocamelones?
-Vaya que si me acuerdo. Un problema con la inseguridad social de agarrate que vienen curvas. Y al final ya ves...¿has visitado a Alfredo en la cárcel?
-No que yo recuerde –contestó Tomás.
-Claro, eso es porque no ha estado. O porque no eres su amigo de verdad. ¿Una pera? –dijo Tocamelones, ofreciendo la citada fruta a Tomás recién extraida del tercer cajón de la derecha, traicionando a parte de su apellido.
-No no...es que el problema que tengo me tiene fatal el estómago.
-Bueno, yo os dejo hablar de vuestras cosas –dijo Alfredo levantándose.- Estoy fuera terminando de releerme el Hola.

Alfredo cerró la puerta del despacho a sus espaldas una vez fuera de este. De lo contrario la habría cerrado estando el dentro, dando pie a una situación bastante absurda. La atmósfera era pesada, ominosa, como si cuarenta años de historia andaran reptando por las paredes. La ilustración de un ciervo en un calendario estancado en junio del año de naranjito taladraba la frente del concejal en apuros. El jesucristo metálico en la cruz clavada en mármol le miraba desde la mesa de Tocamelones. Levantaba los hombros y parecía decirle :”no te quejes, peor es lo mío que llevo en esta mesita casi medio siglo en la misma postura”.

martes, 5 de julio de 2011

ECHANDO EL RESTO. ( PARTE 2 )

Parte 1 aquí.

Resumen de lo anterior.
Un problema acucia al presidente del Banco Mundial. Uno de sus subordinados lo pone en su conocimiento.

Miró fijamente a Anthony. Aparte de las siglas, la nomeclatura y los términos, había algo que no le terminaba de encajar. Su actitud, la firmeza y el tono de voz parecían ir más allá de un consejo de amigo.

-Por...por supuesto, te recuerdo que soy el presidente del Banco Nacional.
-Mundial.
-Mundial, sí, Mundial quería decir. Estoy algo nervioso. Yo redacté ese informe, estamos de acuerdo. Puedo haber cometido algún fallo de estimación...o...alguno de los informes de externos podía estar mal...¡claro!, probablemente sea eso – se autopalmeó la espalda al cargar el muerto a hombros de un hipotético tercero.
-Probablemente Jean. Pero verás, he repasado las cifras y he dado con el error.
-¿El error?
-Si miras con atención la columna veintiseis-efe, verás lo que te comento.

El nerviosismo hacía bailar las columnas un romántico vals vienés. La dichosa columna parecía esconderse tras el cortinaje del salón de baile y creyó encontrarla en un par de ocasiones, antes de que su propio sudor le jugara una mala pasada e inundara el ojo derecho. Tras unos gelatinosos minutos, demasiados observando la expresión de Anthony, las pupilas de Jean llegaron a su destino. Inspeccionaron las cifras con una atención inaudita en el desempeño de su cargo.

-Perdona Anthony...serán las gafas...pero no doy...
-Jean, cifra treinta y seis. Es incorrecta.
-Oh, la treinta y seis...claro...
-Cualquiera diría – Anthony adelantó el cuerpo y bajó la voz –que no sabes restar.

Jean habría preferido recibir un tiro. Quizás no, pero en aquel momento casi habría firmado con el tampón escondido en la tercera cajonera de su mesa cambiar la herida por la vergüenza. Tras el aturdimiento comprendió: quiere mi puesto.

Pero ya era tarde, su ejército de excusas se batía en retirada. Su capital estaba sitiada y su coronel estaba aún más asustado que el. Y Jean, recurrió a la respuesta más lógica demostrando su humanidad.

-¡Eso es mentira! –nada más humano que la mentira -¡quieres descalificarme maldito embustero! – y el insulto.
-No tienes por qué preocuparte Jean. Sabré arreglarlo.
-¡Por supuesto que lo arreglarás, es tú trabajo!. Reúnete con los técnicos y vuelve con el asunto solucionado. –señaló al lado contrario de la puerta, corrigiendo el rumbo de su índice rezando por que Anthony no lo hubiera notado.
-A la hora de comer lo tendrás en tu mesa. – lo había notado.

En la representación de la Rendición de Breda podemos observar dos tipos de lanzas. Unas se alzan orgullosas al cielo, mientras que los vencidos no las dejan caer a duras penas. La figura de Anthony recordaba a las primeras.

El guiñapo arrugado en el sillón presidencial, a las segundas. Sin embargo, y en su condición de vencido y humillado, Jean no se privó de intentar caer un poco más bajo, aunque tuviera que nadar estilo mariposa en el fango de su trinchera.

- Y Anthony...
- ¿Sí? – preguntó enarcando las cejas y con sonrisa de villano.
- No comentes esto con nadie.
- Tranquilo. Quedará entre nosotros. Ya me devolverás el favor.

Salió del despacho habiendo vencido al regente. El león joven de la manada se había asegurado el puesto de lider. Era cuestión de tiempo.

El pobre Jean secó el sudor de su frente con uno de los documentos de la mesa. Abriendo los ojos, se lo apartó de la cara, lo extendió y lo planchó a mano sin vapor. Tras unos segundos de mirar el paisaje a través de las persianas de láminas y poner cara de preocupación para un público ausente, abrió el tercer cajón de su escritorio. Sacó un breve tratado de economía. De su interior extrajo una cartilla de recuperación veraniega de matemáticas para alumnos de cuarto. Con un lápiz blando con goma incorporada se puso a trabajar en su carencia con las restas.

Prefirió dejar pendiente el preocuparse por aprender a multiplicar con dos cifras.