viernes, 12 de agosto de 2011

LO PONDRÉ EN MANOS DE TOCALEMONES. ( PARTE 2)

 Parte 1.

Tocamelones abrió una pitillera y extrajo una piruleta, de melocotón para más señas. Le arrimó lumbre mientras aspiraba con fuerza. La primera bocanada le supo a lata de melocotón en almíbar recién salida del microhondas. Ofreció a Tomás, que rehusó el experimento tabaquil con un leve gesto manual y unas ganas horrendas de salir corriendo.
-Según me ha contando Alfredo, los chivatos de la oposición le han sacado unos trapillos sucios.
-Así es.
-La construcción de un campo de fútbol en la serranía por ejemplo.
-Desagradecidos que son –escupió mentalmente Tomás sobre el antiguo compañero de partido que, deseoso de poltrona, había fundado un partido independiente y era su principal rival – les invité a la inauguración del campo y en vez de agradecérmelo, empezaron a gritar desde el palco que la pelota siempre iba a córner, que si el campo estaba volcado...Me hicieron cerrarlo, mire usted.
-Nada nada, chalados, chaladísimos todos –acompañó la acusación con un leve tamborileo sobre la mesa, creando insconcientemente un posible hit de verano condenado a morir entre aquellas cuatro paredes – Además le han chafado el negocio de una urbanización creo.
-Un disgusto, media familia colocada ya y viene uno de la oposición, no se si lo conocerá, uno con gafas.
-¡Huy!, los que llevan gafas son los peores. Ven menos y se fijan más en las cosas.
-Ese mismo, pues bien, llamó a su tío en el Supremo y ya ve, los albañiles no almorzaron en la obra aquel día.
-¡Añoro los viejos tiempos amigo!, esos tiempos en que las normas se hacían a medida que las necesitábamos y las maquillábamos sin dar aviso a nadie –dijo Tocamelones reclinándose en el sillón de cuero y cruzando las manos tras la cabeza, con cuidado de no derribar la corona de princesa que remataba su figura.
-Diga usted que sí.
-Que sí.
-¿Cómo ve usted el caso?
-Vamos a ver. En mi opinión profesional lo primero que debería hacer es salvaguardar el dinero oculto, por decirlo de alguna manera. Lo suyo lo veo bastante regular, pero con suerte le condenarán solo a diez años, de los cuales se rebajarán seis por buena conducta, uno por ir peinado a raya y seis meses si logramos que la sentencia salga en martes. Los martes hay oferta.
-¡En la cárcel!, ¡Madre mía!
-No se amohine, esto no son las prisiones de las películas. Aquí tiene usted agua caliente, televisión por salétite, tres comidas al día y excursiones al Escorial una vez al mes.
-Bueno, eso me tranquiliza, aún así... –a Tomás las gotas de sudor le corrían columna vertebral abajo.
-Nada nada, lo importante es que al salir de allí pueda usted disfrutar de sus dineros.
-Tiene razón. Un concejal corrupto es difícil que encuentre trabajo...¿he dicho corrupto?...bueno...presuntamente supuesto.
-Algún sitio hay, ya le contaré. En fin. ¿Dónde esconde su dinero?
-Hombre...no se yo si fiarme....

Tomás miró detenidamente a Tocamelones. Un hombre ya en el segundo tiempo de su vida, de carnes descolgadas, pintas estrafalarias y ojos excéntricos. Desde pequeño Tomás no había sido demasiado inteligente, característica tendente al empeoramiento tras pasar los años de pubertad. La prueba empírica de su falta de seso era evidente: era el único al que habían pringado en el asunto. Juntó sus manos, rogó al dios de los estafadores y confió ciegamente en que la locura del abogado con pinta de luchador de sumo jubilado salvaguardara su sucia fortuna

Una prueba más de su estupidez supina.

-Están en Badajoz. En un parquecito de las afueras, bajo una palmera en forma de uve doble. –remató con un leve suspiro.
-Muy astuto por su parte.
-Gracias, me pedían muchos papeles para ingresarlos en las Islas Caimán. Le pedí a mi cuñado una pala y listo.
-Claro claro...bien, lo primero es que vaya usted a por esos millones.
-Pues sí, iré hoy mismo.
-¡Pero cuidado! –advirtió Tocamelones tirándose sobre la mesa y agarrando por los antebrazos a un asustado Tomás, logrando dejar un churrete de sudor sobre la madera con aspiraciones nobles –si va a cara descubierta, de día y por carretera levantará sospechas.
-¡Qué astucia!, ¿Qué debo hacer entonces?
-Parta este anochecer. Hágalo solo. No utilice vehículo a motor o a tracción animal alguno. Viaje a pie a través de las montañas. Vista de manera desgarbada, no se afeite, coma lo que el camino le brinde y no revele a nadie su identidad.
-No...no sé si podré...-dudó Tomás aún sujeto por el abogado.
-¡Hágalo!. No por usted, no por su familia. Hágalo por los que en este país vemos la política como moneda de cambio para nuestros caprichos.
-De acuerdo. Así lo haré.-accedió emocionado.

Ambos se levantaron. El abogado se acomodó el pañal de sumo con la misma mano que apoyó en la espalda de Tomás. Ya en la puerta del despacho Tocamelones abrazó con cariño al concejal, levantándolo del suelo un par de palmos. Tras dejarlo en el suelo le susurró al oído : “nos veremos en cincuenta y cinco días en Pekín”.

Tomás se despidió apresuradamente de Alfredo, partiendo hacia la aventura. Este y Tocamelones lo vieron partir desde el balcón pañuelo blanco en ristre y con cara de circunstancia. El abogado bajó las persianas y señaló el asiento a Alfredo.

-¿Cómo ha ido? –dijo acomodándose.
-El dinero lo ha enterrado el muy cazurro bajo una palmera en un parque de Badajoz.
-Será idiota. – se maldijo a sí mismo por no haberlo descubierto solo -¿Cuánto tiempo tenemos?
-Si sigue las instrucciones al pie de la letra, y viendo su condición física, pasarán por lo menos quince días antes de su llegada a Badajoz. Ponle un día más para cavar y otro para calmarse del berrinche. No empezará a buscarnos antes de veinte días...si se da cuenta de que hemos sido nosotros, claro.
-Lo que nos dará tiempo a andar ya por...
-Sebastopol.
-Estupendo. Tengo el coche abajo.
-Espera que me cambie, ¿no querrás que baje a la calle con estas pintas?
-No hombre no. Y ten cuidado con la diadema, es de la comunión de la niña y como la rompas vamos listos con mi mujer.
-Además no querrás creer lo que me tira de la sisa el calzón este.
-Tampoco hace falta que me des muchos detalles. Te espero fuera.

Alfredo se paró en la puerta. Tocamelones depositaba la diadema con cuidado sobre el escritorio. Ambos cruzaron miradas esquivando las motas de polvo que danzaban por el despacho alquilado.

-Dime que hacemos lo correcto.
-Hacemos lo correcto primo.
-Por cierto, lo que me contabas de tu pato...
-Si hijo, sigue sin comer.
-A ver si llevándotelo de viaje y con el cambio de aires...
-A ver hijo, a ver.

Ambos contemplaron el primoroso retrato del pato de Tocamelones presidiendo el despacho.