miércoles, 2 de noviembre de 2011

¡PADRE, CÓMPREME USTED UN POBRE! ( Actos 3 y 4 )

ACTO 3.

Nos encontramos en el descansillo de las escaleras. Fiel a una tradición secular, se compone de una escalera que baja, un repecho con una ventana cerrada, un letrerito metálico con la planta impresa, una coqueta solería en tonos pardos y una escalera que baja sin saludar y se oscurece al quinto o sexto escalón. Padre e hijo inspeccionan sin encontrar al vilipendiado.

-¿Ves? A eso me refería. No se puede llamar pobre sin ton ni son. A un tipo rubio lo puedes llamar germano. Si no lo es, incluso se sentirá dichoso de parecerlo. Pero a un señor con los puños de la chaqueta pasados no se le puede llamar pobre.
-Tenemos que encontrarlo.
-Veo que recapacitas con talento, ¿querrás pedirle disculpas?
-También. Sobre todo espero que no vaya contando por ahí que un par de personas van buscando un pobre. Sobre aviso ninguno va a querer venir.

Suena un carraspeo en el tramo inferior de la escalera, convenientemente tapada por un barato velo de oscuridad. El presunto ofendido sube un par de peldaños y queda mirando al respetable público.

-¿En qué ha notado mi condición de pobre?
-Quisiera disculparme, caballero, en mi nombre, en el de mi hijo y en el mío propio. Este hijo mío tiene un antojo...
-Anhelo, padre.
-Es lo de menos. Sobran las disculpas. Sobran. Ustedes están en el sito correcto mientras yo, ¡ay!, me encuentro aquí sumergido en la brea portando aletas, sin saber cómo moverme. Este es su terreno, no el mío. ¡Un impostor!, eso es lo que soy. Y por si esta intromisión les resultara ignominiosa, dañina o impropia al pudor...¡aquí muestro mis muñecas! Que me vengan a detener. Que me esposen por querer ser lo que no alcancé. Que me metan en una celda con vistas al patio, de esas que se ven en las películas de la legión extranjera. Bajo el suelo. Fresquita en invierno y caldeada en verano. Allí, ¡sí!, allí pagaré mis culpas.

Se hace el silencio en la escalera mientras el pobre muestras sus muñecas al público. Con el parlamento, el hijo ha ido recolgándose del brazo del padre llevado por lo teatral del individuo.

-A este pobre da gloria oírlo padre.
-Suba amigo, suba con nosotros.
-¿Subir dice? ¿Estar a su nivel?
-¿Acaso no compartimos salón en la fiesta?
-Pero ustedes me descubrieron en mi impostura.
-Más fue el azar, no el que usted ande desastrado. Con esta luz no puedo verle bien, pero sus zapatos parecen decentes, al igual que su vestimenta.
-De niño tuve unos mocasines parecidos, ¿recuerda padre? Yo los llevaba al parque y para que no se estropearan paseaba entre las acacias con ellos en la cabeza. ¿Recuerda? Tenían un ancla dorada, eran como barquitos de piel con camarotes para los dedos.
-¿Ve usted? No ha de apenarse, le hemos preguntado si era usted pobre porque quiero comprar uno para mi hijo, es su ilusión de esta tarde. Además, no habíamos hablado con nadie antes de usted.
-¿Es esto cierto?

Al fin se gira y mira a ambos sobre su cabeza. Esto podría ser una sutil metáfora de las posiciones sociales. Pero no. Ha dado la casualidad de que el pobre pobre hombre se había marchado sin atreverse a marchar y se ha dejado las escaleras a medio bajar.

-¿Y podría vivir con ustedes en su casa? Comprendería que me acogieran en un balcón al principio, a saber de dónde vengo dirán ustedes. Después me arreglaría con un silloncito. Desde allí vería con ustedes los toros asintiendo a lo que ustedes dijeran y me tomaría un churro y un sorbito de café. Sin azúcar claro. Ya después ustedes me pondrían una habitación con una cama con cabecero de tubos de hierro, una silla con asiento de esparto, un mueblecito con patas como de león abiertas y un cuadro con un paisaje. ¿No será esto mucho pedir?

Padre e hijo se miran. Discuten con los ojos las peticiones del individuo. El hijo junta las manos. El padre se coloca bien el abrigo.

-¿Se conformaría con un cuadro de un arlequín meditabundo?
-¡La pintura es lo de menos!
-¡Ay padre, que ya tenemos pobre!

Satisfechos bajan las escaleras para encontrarse con el menudo señor. Ahora una sonrisa le corta la cara y da saltitos en el escalón. Los tres se pierden por las escaleras, pero aún se les escuchará de fondo un par de tramos.

-¿Le gustan a usted las natillas?
-¿Sabe jugar al poquer mientras yo saco una escalera hasta el as?




ACTO 4


Salen del portal. Se oye música por uno de los balcones de la fiesta. Padre e hijo se aprietan el traje como gorriones enormes ahuecándose el plumaje. El antiguo pobre se abraza a sí mismo porque no tiene un cuello de piel de antiguo animal que lo reconforte.

-¡Pues vaya noche esta! Llena de azares, ya lo creo. Entro como un modesto pasante de notaría con una raquítica cuenta, un pequeño vehículo, un modesto estudio y una casita junto a unos cultivos en mi pueblo natal y ¿qué me encuentro? Una vida nueva.
-Pobre pobre padre, no tiene más que dos o tres cosas.
-Pero la valía del hombre no se mide por sus posesiones, hijo. Se mide en lo que es capaz de conseguir desoyendo los consejos de la ética.
-Sabias palabras son esas caballero.
-¡Pero hombre, llámeme usted de manera más familiar! Si hemos de compartir vivienda no estaremos todo el día entre formalismos, sería muy pesado. Llámeme marqués.

Sus risas se unen a los retales de murmullos de los invitados en las ventanas iluminadas. Hacen gestos de cederse el paso en la ancha vía. Cuando se disponen a marchar, reparan en una figura escueta, torcida sobre sí misma, decansando la espalda en una tapia y cubierto de ropas a juego con la acera.

-Padre, y este, ¿no será un pobre?
-Hijo, te dije que no más de uno.
-Lo sé padre, si es por saber. Nuestro pobre es muy simpático y ese es mucho mayor. Es por reconocerlos. Por saber indicar a uno si camino una tarde por la avenida con los amigos. Daría para mucho tiempo de conversación. Creo que ellos no han visto ninguno.

Sin querer fijarse demasiado van caminando hacia el fondo del escenario. El padre dedica un par de vistazos mal disimulados.

-Fíjate en su cabeza despejada, y también en sus barbas. Tiene los ojos algo hundidos, pero unas facciones firmes. Un mentón decidido. ¿No te recuerda nada?
-A decir verdad no, padre.
-Se da un aire a un busto clásico. Debe ser filósofo.

Con esto doblan una esquina y la calle queda desierta. Pocos segundos después cruzan de nuevo el escenario en dirección a la otra esquina. El pobre adoptado gesticula.

-Con lo que me gustan a mí las natillas con su canela, su galleta esponjada y su olor a vainilla.

Cuando se marchan el filósofo levanta la vista y mira a las estrellas que dibujan un filete con patatas fritas.


TELÓN.