Descubrí en agosto que no vivía solo. Esa sombra que vagueaba por el pasillo, esos estertores en la habitación contigua, esa presencia resacosa en los desayunos del domingo resultaron ser, en conjunto, mi compañero de piso.
Siendo así, le obligué a hacerme la cena. Lo primero que se me ocurrió, oiga.
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