Se presentó con zapatos lustrosos a la puerta de su editor. Con los legajos alojados de cara a la axila y con algo de extrañeza por la situación, se sentó en la enmoquetada habitación. Bueno, hizo uso de una silla, pero en principio no ví necesario recalcarlo.
Su editor, habiéndole recriminado con anterioridad su falta de producción escrita, le observó con las cejas en extraño ángulo. El bloque de folios mecanografiados se desplazaba bajo las yemas de sus dedos, convenientemente remojadas en esponjilla azulada inventada para tal fin, tras repasar las primeras páginas y autoconvencerse de que valía la pena completar la lectura en conjunto, de que publicaría la novela y de que podía estar ante un nuevo best-seller ( también conocido por superventas, “hay que ver que bien se ha vendido” y otras nomeclaturas anejas ) se bajó de sus gafas y se dirigió al escritor.
-¿Y cómo que has escrito tanto últimamente?
-Pues ya ves hijo, una tarde que me dio por ahí.
El editor no pidió más explicaciones. Un best seller no necesita más.
De todos modos la pregunta había sido por compromiso. Y tirando a retórica.
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