miércoles, 24 de diciembre de 2008

INTERVENCIÓN.

Las parpadeantes luces de las patrullas pintaban la fachada del edificio de azul y rojo alternativamente, como si no se decidieran por un color. Los agentes se encontraban en sus puestos sin dejar de vigilar un solo instante la ventana del tercero derecha. Una docena parapetados por los vehículos, dos parejas de oteadores en los tejados del edificio frente al piso del incidente y otros cuatro, de la policía local, controlando el acceso a la zona. El claxon de un sedan azul oscuro aulló dos veces casi sin pausa, ahogado por el estruendo de un helicóptero volando a baja altura. Tras unos segundos comprobando la identidad del conductor, uno de los policías locales despejó la ruta retirando una barrera móvil. El sargento del cuerpo de fuerzas especiales fue al encuentro del recién llegado.

-Buenas noches comisario.
-Regulares, regulares –dijo prestando más atención al cierre del chaleco antibalas que a su interlocutor.
-¿Está al corriente?
-Sí, me han informado. No me he despegado del teléfono.¿Cómo está la mujer?
-Se encuentra con el sospechoso. Está desesperada.
-¿Cuándo actúan?
-Estamos preparados –dijo el sargento volviéndose, para cerciorarse de que todos en su linea visual estaban en sus puestos.
-Bien, vamos allá. Y actúen con precaución.

Un grupo de seis agentes equipados con equipamiento de asalto aparecieron casi desde la nada a un gesto del sargento. Cruzaron la calle dividiéndose en dos grupos de tres hacia la mitad de la calzada en un ballet largamente ensayado, para encontrarse frente a frente a ambos lados de la entrada del edificio. Tras una imperceptible señal del cabeza de tridente al otro, se introdujeron con eficacia en el bloque de apartamentos.

Los seis integrantes del cuerpo de operaciones especiales subieron las escaleras con la espalda apoyada en la pared, cubriéndose unos a otros las líneas de fuego, mientras el último del comando cubría la retaguardia. En el descansillo del tercer piso les esperaba uno de los integrantes de la avanzadilla, que con un rápido gesto manual les indicó vía libre. El segundo integrante salía levemente de las sombras junto a la puerta de la escena del crimen.

-Delta, aquí seis –comunicó el jefe de pelotón a la base, a sólo unos metros en la calle.
-Seis, aquí delta.
-Estamos en la entrada. Nivel blanco.
-Adelante.
-Roger. Corto. –un leve toque en la cinta del cuello que constituía el comunicador cerró el canal.

Los ojos del agente de retén buscaron los del líder de escuadrón, y ambos asistieron levemente en silencio. El jefe de escuadrón golpeó con los nudillos la puerta y con las rodillas flexionadas abrió lentamente la puerta y se introdujo en el apartamento. Tras él, cada hombre entrenado cubría un ángulo de tiro.

La mujer se encontraba en mitad de la habitación, con un camisón blanco y la piel a juego, contrastando con la oscuridad de la sala iluminada con bombillas de baja potencia, lo que daba a la estancia un tono pardo. Sus ojos desorbitados, su pelo revuelto y un brazo que, como un autómata, les señalaba la habitación al final del pasillo.

Era indudable, el ensordecedor ruido procedía de allí. Llegados a la puerta, el segundo tuvieron que formarse en fila india, dado el poco espacio. El líder de escuadrón miró sobre su hombro, comprobando como el asustado agente que le guardaba la espalda se secaba con el dorso del guante la frente perlada de sudor, dando signos de querer abandonar. El líder arrugó el entrecejo bajo las gafas tácticas.

No había vuelta atrás.

La puerta se abrió sin dificultad. El sospechoso, Ramiro para más señas, dormía profundamente, haciendo balancearse las lámparas a fuerza de ronquidos, motivo de la llamada de una desesperada cónyuge que había empalmado tres noches seguidas sin plegar los párpados. El jefe de escuadrón se acercó al camastro, poniendo en riesgo sus tímpanos a perpetuidad. Levemente empujó el cuerpo del durmiente que se resistió a apagar el megáfono que tenía por garganta. Se volvió a sus compañeros, que por señas le indicaron que lo zarandeara más fuerte.

Con ambas manos y dejando a la espalda el arma reglamentaria, el agente zarandeó enérgicamente el cuerpo del bello roncador, hasta que a la quinta, Ramiro entreabrió los ojos y preguntó con voz de melaza:

-¿Eh....qué?
-Policía, haga usted el favor de girarse, dormir hacia la pared y procurar no roncar, hombre de dios.
-Umphf...voooy.



***

El jefe de escuadrón guardó su equipo en la furgoneta. Se volvió hacia su compañero, asistido en los escalones de una ambulancia por un caso leve de terremoto de trompa de eustaquio. Levantó la vista, sus miradas se disolvieron a medio camino.

El líder no podía mirar a sus hombres. Él también roncaba.

jueves, 11 de diciembre de 2008

NO DEJES PARA MAÑANA.

Crujió al unísono la mayoría de falanges de sus manos entrecruzadas, efectuando un leve giro para hacer sonar a los huesos más perezosos. Cansado de no hacer nada, asistía a la corriente continua de informes arriba y debajo de la oficina. De cuando en cuando su jefe oteaba el horizonte, momento en el que garabateaba un viejo papel en su mesa y tecleaba algunas cifras sin sentido en su ordenador, antes de volver al solitario o a los resultados de apuestas deportivas.

Era el agujero negro de la productividad en aquella empresa. Y a mucha honra.

Un tipo rubio con bigote a juego que paseaba con asiduidad por las instalaciones se detuvo ante su mesa, disparando las alarmas en nuestro hombre. Sus ojos se clavaron en el fajo de carpetas acomodados bajo el brazo del emulador de Chuck Norris. Sin hacer uso de las normas de cortesía, las mudó a su mesa y en un gesto ensayado, le señaló el reloj de pared diciéndole “para mañana”.

Rió a sus espaldas. Quizás si empezaba en ese mismo momento, sin separar la cabeza de la mesa más de veinte centímetros y atento a sus asuntos, llegaría raspando al plazo.

Pero era consciente de sus limitaciones.

Con el cuerpo ladeado prestó leve atención a la primera página de la primera carpeta. El baño de números le dio escalofríos. Se apartó del ataque de los guarismos, temeroso de ahogarse en cálculos. Tomó una decisión: lo dejaría para mañana.

Aquello era novedoso: no solía tomar decisiones.

No había terminado de apartar el trabajo de su espacio vital cuando una ondulación justo enfrente de su entrecejo le sacó de la apatía. La realidad burbujeaba, se removía nerviosa y se recolocaba a cada segundo. Si alguna vez ha tenido gases se podrá hacer una idea del efecto especial.

Frente a sí, el mismo. Su yo del mañana, adornado con dos ojeras. Se soldó a si mismo al asiento con la mirada. No se necesitan demasiados artificios para impresionar a uno mismo apareciendo ante sí. Claro está que los artificios siempre quedan bonitos.

Su yo del hoy balbuceaba. Su cerebro rascaba las paredes craneales buscando una respuesta o la huida cobarde, lo primero en llegar. Su yo del mañana se acercó ante la indiferencia del resto de empleados. Su yo del hoy tampoco es que recibiera demasiada atención de sus compañeros habitualmente.

-Buenas tardes yo, soy tu yo de mañana –expresó el recién llegado, sin dejar entrever los efectos del llamado “jet-lag”

Recuperó la compostura. Recolocó su corbata y puso en su sitio las solapas con un par de firmes tirones. De manera teatral ( de teatro clásico allá por el siglo equis uve palito palito palito ) efectuando aspavientos descoordinados en el aire, exclamó:

YO DEL HOY -¡Oh mensajero del mañana, oh, sabio de mí, que he sabido arriesgar mi propia vida para enviarme a mi mismo atrás en el tiempo, a sabiendas de los peligros de viajar en el tiempo. ¡Misericorde yo, de seguro con una misión crucial en un futuro inexorable!

YO DEL MAÑANA –Aguarda un tanto, mi semejante.

YO DEL HOY -¡Permíteme acabar, oh mensajero de seguros malos augurios!, pues estas palabras que ahora pronuncio serán recogidas para la posteridad por los historiadores, pluma en ristre, ante el desafío que yo me presento ante mí mismo.

YO DEL MAÑANA –Si me permitiera a mi mismo unos segundos...

YO DEL HOY –Callad, callad emisario, pues seguro de los grandes retos que has de presentarme, he de preparar cuerpo y alma para las malas nuevas.

YO DEL MAÑANA –Acabando estais con mi leve paciencia.

YO DEL HOY –Decidme pues, heraldo, ¿depende de mi la subsistencia de esta, nuestra raza humana? ¿es mi papel tan crucial como para enviarme atrás en el tiempo?. Decidme, decidme pues pues la congoja arrebata mi ser y me seca el gaznate.

YO DEL MAÑANA. –Bien, hete aquí mi misiva: como no termines el trabajo de hoy, me va a tocar terminarlo mañana a las prisas. A mi yo de hoy le dará igual, pero a mi yo de mañana, yo sin ir más lejos, me gustaría terminar un poquito antes para ver el fútbol.

YO DEL HOY –Pardiez, esperaba yo mensaje más revelador.

YO DEL MAÑANA – ¡Empieza a trabajar ya, energúmeno.!

Diciendo esto, el mensajero del futuro cercano ( no más de diez horas ) desapareció en una vaharada de humo espeso, sin darse unos segundos para despedirse de sí mismo. El ser contemporáneo miró a lado y lado del despacho, constatando el puñetero caso que sus compañeros habían prestado al fenómeno temporal. Se encogió de hombros, entornó los párpados y empezó a leer números de la primera columna del primer informe de la primera carpeta.

Tras tres segundos decidió que, si se había mandado a sí mismo desde mañana, seguramente hoy no había trabajado de manera alguna. Y que poner remedio a esto era inútil.

Su argumento no estaba muy bien hilado, pero algo tenía claro: no quería contrariar al futuro y con ello crear una corriente temporal alterna.

Eso y que era un vago de concurso.