jueves, 26 de mayo de 2011

EDADES INCOMPRENDIDAS.

Anselmo es un profesional de lo suyo que usted no conoce. Pese a el nombre ejerce una profesión moderna a la vez de actual con total adecuación, asertividad, constancia y todos esos epítetos recopilados en periódicos cuando se ofrece un trabajo y de los que usted cree carecer. Anselmo ha salido hoy a hacer unos recados. Unos son serios cometidos profesionales y otros son gustos personales que él tiene como persona de su tiempo. Lo observamos, de manera discreta, desde la acera contraria y apostados detrás de un turismo color granate para pasar desapercibidos.

Considera la idea de patentar las musarañas cuando oye un siseo a su espalda.

- Oiga señor.
- ¿Es a mí?
- Oiga señor, ¿tiene un caramelo?

Una suave cabecita le inspecciona tras una reja. Los ojos le llenan la cara y causan un estremecimiento en la ternura difícil de trasladar a palabras sin correr peligro de una subida de azúcar. Es un niño de anuncio. Occidental. Con eso ya tiene usted señas suficientes.

- No sé chiquitín, ¿voy a mirar en los bolsillos vale?
- Vale, vale, a ver si hay suerte.

Anselmo se pelea con el forro interior de la chaqueta. Si le hubiera pedido unos zapatos se habría quitado los suyos aunque sólo le sirvieran para dormirse dentro. Levanta las cejas y sonríe al pequeño cuerpo tras los barrotes. Observa su mano y la sonrisa se derrumba.

- Lo siento, es de regaliz.
- Guay. Me gusta el regaliz.
- ¿Sabes quitarle el papel?
- Es fácil, solo hay que tirar de los dos lados.

Algo en su voz llama a la puerta del orgullo del adulto. Si no fuera por esos profundos ojos y el babero color pastel, diría que el niño se ha burlado de él de manera velada. Pero no puede ser. Es un inocente...

- Un día de perros ahí dentro chico. ¿Adivine cuántos días llevamos trazando la letra a con un lápiz de punta gorda? Diga una cifra, que se va a quedar corto.
- Ehm –es toda la respuesta adulta a la locuacidad infantil.
- Dos semanas. Dos semanas y estamos con la minúscula. ¿Te importa si te tuteo?, no ¿verdad? Los chicos y yo nos preguntamos si antes el sistema era el mismo o si metían más materia en parvulario.
- ...plantillas...
- ¿Perdona?
- Trazábamos círculos con plantillas. Y luego los coloreábamos con cera.
- ¡Ahí lo tienes! –dice palmeándose el pequeño muslo –y cuando uno tiene más o menos el cerebro en su momento óptimo, ¡a jugar a la alfombra! Prefiero jugar en casa con juguetes míos, mira, tengo la suerte de que me los compran. Y no te creas, yo los cuido. Que hay algún descerebrado que le da de patadas a sus cosas. No se puede ser más tonto.
- Claro, claro.
- Y cuando hemos dibujado palitos en grupos de cinco, y está uno empezando a saber contar, al recreo –su pequeña cara trasluce hastío y contrariedad, con el mérito de un pequeño actor protagonista –así no. Así no, mira.

El chico paladea el caramelo de regaliz, indicado para las toses perrunas propios de personas mayores o de jóvenes como Anselmo, dedicados en cuerpo y alma a huir de las modas imperantes. Por eso ahora carga con una libreta y un bolígrafo siempre a cuestas. Huyendo de la modernidad. El chico le presta atención momentánea a un pequeño incidente entre dos niños que se salda con la intervención de un tercero.

- Luego todo esto es tiempo perdido. Ahora es cuando el coco está más blando y te entra todo. A otras edades ya está uno con otras preocupaciones y otros esquemas mentales...y ahí ya las enseñanzas no agarran tanto. En fin, oye, no quiero aburrirte.
- No...es la novedad, no sabía yo, nunca había mantenido una conversación de este modo con un niño...¿qué edad tienes?
- Entonces no estás perdido del todo, je je –su risa le triplica la edad –oye, no estamos todo el día dando la lata. En los descansos aprovechamos, ponemos al día ideas y eso. Si haces esto en casa te tiras las tardes en el psicólogo. Y con esto de los canales de la tdt ahora hay mucho dibujo animado. Y hay que aprovechar, que en cuanto entres en el colegio ya empiezas con los deberes...vamos, ¿qué te voy a contar? Sí tu en tu tiempo...sería más o menos lo mismo.

Anselmo asiente sin saber a qué. Indica el final de la calle mientras intenta balbucear algo con el mínimo sentido para estar a la altura. Viéndose incapaz, mete la mano en el bolsillo de nuevo.

- ¿Otro caramelo?
- Gracias, me lo guardo para después. Y ahora no quiero entretenerte más, tendrás cosas mejores que hacer que estar parado delante de un recreo, y tampoco quiero que te llamen la atención. Buenos días.

Ha llegado al final de la calle. Se ha abalanzado sobre el paso de cebra, recibiendo el consiguiente bocinazo de un camión de reparto. Como no lo ha visto suficiente, el conductor le ha agitado la mano y ha dudado de su salud mental. Anselmo también.

El pequeño niño se dirige al centro del recreo. Los otros dos que habían mantenido ciertas diferencias de pareceres se encuentran mucho más calmados y se pasan la pelota, en silencio, reflexionando por sus actos. Se coloca a su altura una pequeña de pelo negro ensortijado.

- ¿Con quién hablabas?
- Me he asomado a ver si alguien me daba un caramelo y ha habido suerte.
- Como te vea la profesora...
- ¿Lo quieres? Es de regaliz.
- Vale.

Ambos se han sentado bajo un árbol.

- Oye, no te habrás puesto a contarle nada de tus cosas a ese hombre, ¿no?
- Pues mira, puede que se me haya escapado algo, ya me conoces.
- Pues se habrá quedado con una cara...Una epifanía del presente y del futuro, del carácter infantil y del progresivo amordazamiento del sistema un lunes por la mañana...

El pequeño mira a su interlocutora. Sus expresiones son reproducciones fidelignas de viejos filósofos clásicos.

- Ya se le pasará. Seguro que termina comprándose algo caro.