jueves, 26 de enero de 2012

PARA NO ESCUCHARTE MÁS.

Un teléfono móvil se arrastra con la barriga por una mesa como queriendo partir en busca de aventuras. Para animarse entona una cumbia digital, porque el teléfono de pequeñito quería ser acordeón. Un hombre entra en la sala dando pasitos de baile frotando contra el costado un brazo encogido mientras lo menea delante y detrás al ritmo de su teléfono. Aquí el narrador hace el petate y deja que el diálogo fluya.

- ¿Sí? Aló.
- Buenas tardes, ¿hablo con el señor Potrillez?
- Ese soy yo, ¿qué se le ofrece?
- Le llamo de la compañía telefónica Troquitrás, con la que usted tiene contratada la línea.
- ¡Y bien contento que estoy oiga! Que más de una vez he comentado con mis conocidos las ganas que me dan de pedirme otra línea, aunque sea por gastar.
- No es necesario que disimule conmigo.

El narrador ya estaba en la puerta, pero se ha dado cuenta que habría que narrar ese ambiente espesado con silencio que se produce a continuación.

- No le entiendo.
- Pues debería. Vamos a terminar pronto, porque estoy a punto de encenderme y al no poder llegar a las manos vamos a llegar a los insultos, y no quisiera.
- ¿Qué ocurre? ¿Qué broma es esta?
- Voy a leerlo, lo tengo aquí escrito. Me lo he preparado, porque me veía venir esta situación...tengo un nudo en el alma que a ver...Troquitrás Telefonía, a través de su agente, que soy yo, le comunica mediante las consiguientes palabras la intención de la compañía de cortar unilateralmente el contrato, en virtud de las leyes vigentes, nada más den las ocho, que casi son ya. Porque el señorito venía bailando la cumbia, ¡o lo que él dice que es cumbia!

Potrillez mira su teléfono como si se lo hubiera cogido prestado a alguien en el metro y no entendiera ni media sílaba. Es ligeramente consciente de que puede que le estén observando, aunque él es mucho de cumbia y bien lo podrían haber adivinado.

- Me temo que no le entiendo.
- Mire, hasta aquí llega el escrito y a partir de ahora le hablo como humano. En la centralita estamos asqueados, sí señor, verdaderamente asqueados de lo que hemos oído soltar por esa boca desenfrenada a través de nuestras líneas. ¡Por favor! Los cables pasan bajo colegios, parques y hospitales, ¡imagine que cualquier niño hubiera pegando la oreja a los conductos y hubiera oído la sarta de sandeces que usted suelta!
- Pero oiga, ¿qué atropello es este? Está vulnerando usted a manos llenas mi derecho a la intimidad.
- Responda usted por sus palabras amigo. Que ya son siete bajas de empleados en la central, los ha deprimido uno tras otro. Tengo a una compañera que ahora derrama lágrimas por las esquinas. Le vamos a dar la patada a usted y punto.
- ¿Pero qué habré dicho yo que pudiera...?

Al titular de la línea el rostro le muta en rasgos munchianos en menos de lo que se suena la nariz un alergólogo chiflado. Balbucea, inclina hacia atrás los ojos buscándose una cosa en la cabeza y la encuentra. La retira y encuentra otras muchas. En realidad el narrador ya se iba, pero ya se va a quedar para ver el final de la historia.

- ¿Es por aquello que le dije a mi amigo Santipetri de lo que pensaba de los negritos?
- Diga usted africanos. O del Congo. O de Chad, o guineano. Que usted a un alemán no le dice blanquito...¡aunque vaya a saber, porque vaya boca que nos gastamos!
- ¿Es eso más grave que espiar mis conversaciones?
- No tiremos de demagogia, que de ese juego tenemos todos barajas en casa. Usted ha soltado cada argumento reprochable de pobres, ancianos, jóvenes, amas de casa...Tenemos aquí una conversación suya de una tarde después del almuerzo con su amigo Santipetri...que ese es otro...Vamos, después de esa conversación tuvimos que cerrar la centralita en señal de luto.
- ¡Me quejaré a consumidores y usuarios!
- ¡Usted dice cosas que no se deberían ni pensar en silencio!
- ¡Censores, espías!
- ¡Mala persona!

Resopla Potrillez con ansias de morder el teléfono. El aparato, incómodo, ha pasado de la alegría colombiana a una situación muy incómoda que le provoca un incipiente ataque de ansiedad.

- Guardaré la compostura. Ante todo, profesionalidad.
- Una vergüenza, en mi propia casa. Así sin verse las caras qué fácil es.
- Ya va enseñando usted la cara.
- Pues sí, chalao del quince sí. Mis ideas son mías y usted no tiene por qué oirlas
- Ni ganas que tengo.
- Calladito, que ya has hablado bastante.
- Suyas dice que son las ideas, las habrá ido recogiendo de la calle.
- Ale, que son las ocho, corta la línea ya operario.
- Sí señor, bien a gusto que me voy a quedar.
- ¡Subalterno, mandao! A ver si la vas a cortar tú sólo, si quieres dejo la línea libre para que llames a tu madre o a tu tía Jacinta.
- Esto no es nese...necesario.
- No te oigo de cortar con tijeras.
- No se hace así.
- Además, mentira podrída lo de sacarme otra línea con esta compañía. Si tiene empleados como tú no quiero tocarla ni con un palo.


Sollozos al otro lado de la línea. Me salto la imparcialidad de narrador, la tercera puerta y la cuarta pared. Vaya un tipo.

- Venga, a llorarle al jefe. Ya está, ya no pita. No tengo línea. ¡Uy que he vuelto de golpe a la edad de piedra! Madre mía, que me han puesto la mordaza...Ya ves tú. A uno les pagan por decir lo que yo repito y a mí...claro, adelantarse a tu propio tiempo está mal visto.


El mequetrefe deja caer el teléfono que ya no quiere ser acordeón y abandona la habitación con el paso torcido, despeinado y dejando tras de sí una estela de olor corporal que...

- Cuidadito narrador, que te estoy oyendo.

Sí señor, usted perdone. Vaya humos.

- ¿Dónde te escondes gallinita?


Tengo el coche en doble fila. Fin. The End. Koniec.