sábado, 26 de febrero de 2011

ÉPICA COMESTIBLE. ( Parte 2 )


Sí podía acceder al servicio después de todo, podía considerarse justo entre los justos y afortunado. Imaginaba cómo lo contaría todo al regresar a casa. “Transité por el cubo de piedra, incluso comí en él”. Bien es verdad que las mesas eran menos nobles, sujetas por patas de cabra forjadas, o así quiso creerlo. Los manjares eran similares, puesto que pertenecían al mismo rey, pero dudaba con el corazón poder acceder a ellos. “Limitarán la comida de diez talentos a otros platos con seguridad”. Buscó una mesa en una esquina, para ello pasó junto a unos comerciantes, uno de ellos con voz ajena, con una piedra horadada como intérprete. A punto estuvo de tirar su báculo al pasar. Este le dirigió una torba mirada de desaprobación para seguir al segundo siguiente con sus tratos. Sintióse como un digno capitán del batallón Áquila Necra, tras sojuzgar al enemigo en el paso de Malaespina. Se le acercó un sirviente menos joven, de pelo blanquecino, oculos sobre alambre y orejas asustadas. Su perfil se asemejaba a una bolsa de botín.

-         Perpetuos días.
-         Vengo por la comida de diez talentos.


Pareció oscurecerse la sala, los cubos y el firmamento todo. El comerciante y su piedra abrieron espacio. Otro hechicero de la palabra, que discutía hasta ese segundo de instrumentos de comunicación entre clanes y dinerarios por sus servicios exclusivos enmudeció. Nuestro héroe nunca había sido sagaz, nunca había tenido la clarividencia ni la observación como sus principales atributos. Pero no por ello dejó de observar la transmutación en el rostro del sirviente. Este encolerizó, batió su cuerpo en retirada mientras nuestro protagonista suplicaba, mudo, la ayuda de los presentes. Plantó con fuerza inaudita, gran palma y sin rubor alguno un papiro sobre la mesa.

-         Diez talentos –espetó  con violencia- dan para una escudilla principal, una secundaria, media pinta de bebida, hogaza y dulce.

Turbado, nuestro héroe se vio en la tesitura de acallar sus jugos gástricos, la furia mal disimulada del mesonero y lo sobrevenido de la situación, todo a un tiempo. Sujetaba una tablilla que mediante un hechizo trasladaba a la cocina su pedido.

-         Comeré unos dedos vegetales.
-         Otro –pinchó furioso el punzón en la tablilla mágica.
-         Ave de corral cocinada.
-         Otro.
-         Con cereales. –decidió continuar, aunque el ventero no le había dado pie – y un zumo de bóvido cuajado con especias.
-         Beber.
-         Agua clara –luego recordó que ni siquiera le había formulado la pregunta completa.


Y es aquí donde los héroes reclaman su espada, su trono y su memoria. Cualquier otro con menos seso se habría levantado, empuñado su arma y aclarado los puntos de la comanda. Un hechicero experto habría formulado un sencillo conjuro de ruina armado sólo con un puñado de sal y sabias fórmulas. Un lenguaraz bribón habría obligado a disculparse por tamaña afrenta y un bardo habría obligado a los presentes a pelear por él. Pero nuestro héroe era un simple caminante, buscafortunas, con poca pericia para la espada y sin una clase atribuida debido a su limitado conocimiento.

A todo ello había que añadir el miedo atávico al Consejo morador del cubo. El nombre de una Orden sólo pronunciado al resguardo del hogar, capaz de acallar los rumores sobre sus avatares y con una fama inmaculada por este motivo. Una orden con tentáculos por doquier, más allá del Mar de la Bruma, en ese llamado Otro Mundo.

Calló y comió. Comentó para sí el hecho. Degustó la comida, pues no era mala aunque sí escasa. Los dedos vegetales fueron pequeños, la carne de ave provenía de toda ella a la vez y descansaba junto a tubérculos en vez de arroz. Y la cuajada de zumo de bóvido albergaba un buen sabor, pero no una porción de torta de maíz como se acostumbraba en la región.  Se prometió ponerlo por escrito antes incluso de que a la salida el mesonero lo despidiera con un saludo destemplado desprovisto de buenaventura.

Y cumplió su promesa.

- - - -

-         No has dicho ni mu desde que salimos del centro comercial.
-         Ya te comentaré la jugada en casa.
-         La comida ha estado bien, ¿no te parece?
-         No ha estado mal.
-         Podríamos repetir incluso. ¿En que plaza del parking hemos dejado el coche?
-         ¿Eh? Pues no me acuerdo.
-         Ya te has despistado. A saber en qué andarás pensando.
-         Nada. Cosas mías.
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Ya concluyó.

domingo, 20 de febrero de 2011

ÉPICA COMESTIBLE. ( Parte 1 )


EN DONDE SE CUENTA LAS PERIPECIAS VIVIDAS POR EL HÉROE EN EL TERRITORIO DEL CUBO, SU BÚSQUEDA Y DE LO QUE DE TODO ELLO APRENDIÓ.

Cuentan de aquellos días que nuestro héroe osó internarse en el gran cubo de piedra. Cierto es que era un lugar transitado y que incluso el piso más bajo era diáfano, abierto al caminante. Cruzar sus estancias suponía un ahorro importante de tiempo y a su vez ahorraba al perdido darse de frente con peligrosos elementos erráticos, armados con bolsas y ojos apenados. Muchos perdieron su fortuna con ellos.

Pero las plantas superiores estaban vedadas. Más de uno dejó la cordura entre extrañas estancias ciegas repletas de tela, intrincados laberintos de tapices seriados, caminos muertos y elegante soldadesca con los ojos puestos en las monedas del cinto. Todos los visitantes allí parecían saber bien dónde dirigirse, pero un estudio minucioso de sus ojos revelaba su pérdida en todos los sentidos. Nuestro héroe, sin querer despegar su mano de la barandilla de las escaleras subió las plantas en busca de un hipotético salón de comidas situado en la última de ellas. De todas partes surgía una música suave, de otro tiempo. A través del bambú que hacía las veces de pared pudo ver el salón repleto de satisfechos comensales en cómodas butacas semicirculares, servidos por mayordomos de sonrisa perenne.

Traspasó las dos columnas acanaladas sin preguntas, pero comenzó a temerse lo peor. Grandes platos se degustaban sobre mesas de madera del color del azúcar quemada. Tomó asiento en una esquina. Acercósele un mayordomo dispuesto que sobre papel traía escritas las existencias y su precio. Ello le pudo. Palpó sus bolsillos y contó él también las monedas de su cinto. No había con qué saciar su hambre. ¿Debería atravesar todo el cubo de piedra, salir al exterior y desplazarse hasta los recintos de artesanos, más allá de los dos ríos en los territorios fuera de las murallas, para allí probar suerte en una casa de comidas por él conocida? Su cuerpo no soportaría tanta espera.

El mayordomo, sintiéndose en parte descargado de la responsabilidad, le indicó la existencia de un pequeño salón donde también se servía algún tipo de comidas en la cola del cubo de piedra. Concretamente en la primera galería.

Famélico atravesó de nuevo la estancia superior, los pasillos de tapices y la entrada diáfana hasta la boca del pasillo que lo llevaría, bajo tierra, al pequeño cubo gemelo al otro lado de la vía empedrada. Transitó por el paso, no mucho más alto que un hombre fornido de la región. Unos oscuros ventanales comunicaban con el depósito de carruajes en absoluto gris. Pasó por unos estantes de flores falsas, estatuillas sin consagrar y diversos ajuares casi desatendidos. Se detuvo ante el cartel en la puerta del pequeño salón.

“LOS DÍAS CIVILES DE LABOR SE SERVIRÁ COMIDA POR DIEZ TALENTOS”
Concluirá