miércoles, 20 de junio de 2012

ESTAMPAS ABSURDAS 5. DESEQUILIBRIOS MACROECONÓMICOS.


Las aletas de su nariz se comportaban como el cuerpo de una medusa, contrayéndose y expandiéndose al ritmo de sus nervios. Tenía un faldón de la camisa fuera, la corbata apuntando al sureste y los ojos inyectados en bilis. Con los brazos en jarra el aire se le acumulaba en el pecho como una gaita tocada por un principiante.

- Esto no es así, así no son las cosas y lo sabéis todos.
- Cálmate, no tiene la mayor importancia.
- Claro, yo me cabreo por nada, ¿es eso?

El personal agrupado en la lujosa sala de reuniones asistía atónita. Nadie había sabido hacer frente en el primer momento el arranque furioso del ejecutivo y ahora toda la pirámide de rangos era arrastrada por la dialéctica del ofendido. Un susurro sugirió “el oxígeno no le llega a la cabeza”. El aludido miró por encima de las cabezas y al no localizar al ideólogo del comentario repartió las culpas a las ya cargadas espaldas del resto del personal.

- Es solo un juego.
- ¿Un juego? Puede serlo para vosotros, pero yo estoy aquí para ganar. Así que nada me parece un simple juego. El reto de llegar a la cima no acaba, yo no me olvido de eso ni siquiera en casa. Si esto os parece un pasatiempo es vuestro error.
- De acuerdo, ya te hemos oído. Y ahora haznos el favor de calmarte. Estás dando el espectáculo.

El eco de sus protestas empezaba a rebotar en alguno de los presentes. Aunque en un primer instante la absurda postura del ofendido había provocado alguna risa sofocada, situación a la que no había ayudado lo desaliñado del individuo, ahora el ambiente se estaba recrudeciendo. Su situación de inferioridad lo había llevado a ladrar demasiado y ahora los perros grandes comenzaban a enseñar los dientes.

- Le han dado fuerte a la comba para que me tropezara con ella.
- Yo no le he dado fuerte.
- Y yo no he señalado a nadie. Tú sabrás por qué te picas.
- Todo el mundo ha saltado al mismo ritmo.
- Eso no es verdad, al director de recursos humanos le habéis pasado la mano.

El interpelado sacó la cabeza del grupo.

- He saltado menos veces que tú y no me he quejado.
- Te han empezar dos veces.
- Porque se ha tropezado –un grupito de responsables de nóminas salió en defensa del acusado.
- Dejadlo sólo con su numerito. Había un papel y me he resbalado. No he ganado, punto. Estábamos pasando un buen rato y has venido a fastidiarlo.

No parecía muy satisfecho por el contraataque. Todo iba bien mientras lanzaba salvas sin apuntar demasiado, pero ahora las tropas estaban avanzando hacia la línea de defensa.

- Le habéis dado fuerte a la comba.
- Y dale.

Como las aguas del Mar Rojo la superficie de cabezas se abrió. El director general hizo aparición coronado por su pelo de plata, sus recias maneras y su traje de corte italiano. Repasó las pupilas de todos sus empleados, uno por uno, mientras agriaba el gesto ante el personal mal condimentado. Su voz tronó en la sala.

- Es que estabas saltando mal. Saltabas así, mira.

Imitó a la perfección el salto poco académico del empleado rebelde. La pierna izquierda fija, con el pie en punta, casi de bailarina. La derecha subida y  estirada hacia fuera, con el pie mirando al norte y la rodilla flexionada, con gesto de saltador de vallas mediocre.

- Vamos que no has dado un salto en condiciones.

El mal perdedor se miró los bolsillos de la chaqueta rellenos de puños rabiosos. Quiso acusar a los que contaban de contar, a los que le daban a la cuerda por darle y a los mirones por ponerle nervioso. No iba a servir nada de aquello, no le iban a dar la razón.

Se oyó un tumulto al otro lado de la puerta. Unas pisadas amortiguadas por la moqueta, pero rápidas y descontroladas. Dos tipos de negocios internacionales venían corriendo en forma de tren, el de atrás agarrado a la chaqueta de la locomotora.

- ¡Juego!

Aprovechó la ocasión, pisoteó a conciencia la comba muerta y atrapó la chaqueta del abogado especialista en fusiones. El más menudo, experto en opas hostiles, se reincorporó al furgón de cola y al arrancar se dejó ir con los pies por detrás, como si pudieran correr muchísimo, hasta romperse los zapatos.

- Que se vaya, es un aburrido. ¿A quién le toca?

Una experta en seguros sociales saltó al centro de la sala de reuniones. Saltó agitando su pelo rubio y  su falda dejaba ver un palmo por encima de sus rodillas. A algunos se le tatuó una sonrisa imbecil en la cara y comenzaron a aplaudir. Un coro de secretarias atronó la sala contando los saltos para ponerla nerviosa.

Sus saltos llegaron a la zeta del abecedario y tuvieron que empezar de nuevo a contar letras.

lunes, 7 de mayo de 2012

HURGANDO ES GERUNDIO (Segunda parte)


- Me parece que lo conozco – dijo Manzano inclinándose levemente sobre el paciente.-¿ No es tu tío Jacinto, ese de Móstoles...el que tenía una pajarería?
-Que va a ser mi tío Jacinto...lo habría reconocido yo antes, para algo es hermano de mi padre.
-Bueno, pues si no es mejor, faenamos más tranquilos.
-Francamente.

Ambos hombres, formados y experimentados, dieron comienzo a la intervención, justo a las seis y cinco, esperando unos treinta y cinco segundos a que el palito grande se escondiera tras el pequeñito: en parte superstición, en parte momento que les hacía bastante gracia a ambos. Revolvieron el material quirúrgico hasta tenerlo como ellos acostumbraban. Mangas por hombro.

Tras la pregunta de rigor al paciente de “¿está usted dormido o se lo hace?” y constatando que el susodicho seguía muy pendiente de algo que no recordaba, dieron comienzo al corte y confección. Una rutinaria intervención de sincalopotromía múltiple invertida con doble zigzag paralelo. Tras el rutinario primer corte sobrevino el primer mareo por parte de un enfermero, suizo y pelirrojo para más señas, que fue llevado a la cafetería a tomarse un bollo suizo, al que su estómago estaba más acostumbrado. Una vez abierto el capó del anestesiado, el quirófano asistió al milagro de la vida.

Todo un milagro que un señor ande con esas cosas viscosas metidas dentro. Y a presión.

Manzano apartó un trozo de algo, dejando al descubierto un algo más oscuro, mirando con preocupación a su colega de bisturí.

-Fíjate aquí, ¡vaya chapuza le han hecho a este caballero!
-Si es que ya no hay profesionales.
-A saber quién se lo habrá hecho.
-Pues Dios...vamos, digo yo.
-O Darwin...
-¿Darwin hizo a este señor?
-No, me refiero a eso de los monos, que venimos de ellos y eso.
-¡Vamos, que te vas a creer antes las afirmaciones lanzadas al vacío por un señor mayor antes de creer en la santísima trinidad y demás vericuetos! – protestó al estilo energúmeno Gutierres, realizando aspavientos con el bisturí del quince, movimientos estrechamente vigilados por los presentes.
-Hombre...cada uno en su casa...pues tiende a creer lo más cómodo.
-Venga hombre, que eres científico, un poquito de rigor religioso. –pronunció amigablemente palmeándole un hombro.
-Ahí me has dado. Sea lo que sea, una chapuza.
-¡Ojalá tenga aún la factura!

A servidor le gustaría indicarles como transcurrió la intervención, explicarles con rigor los pormenores de la operación, el porqué de cada cosa, los momentos extremos, como cuando el poli de turno salva el colegio cortando el cable correcto de la bomba y las implicaciones psicológicas de una gente preparada para devolverte de los umbrales del hades.

Pero no voy a poder, no tengo ni idea de medicina. Y lo que veo por la tele no se me queda...menos si son palabros técnicos.

De tal modo que Manzano y Gutierres cortaron, apartaron cosas, empujaron otras y devolvieron a su sitio algunos tejidos que no habrían tenido que cortar silbando “el puente sobre el río Kwai”. El origen de los males de ese señor estaba ante ellos: bajo el subcroaxial y escondido tras el carancambalo ( pronunciado carancámbalo según algunas corrientes alternas de pensamiento ).

El mal humor del paciente los miraba resabiado, seguro de que le esperaba una mudanza a un tarro de formol para pasar el resto de sus días en el mueblecito del baño del paciente, delante de los bastones del oído. Intentó aferrarse con tenacidad, revolverse, ocultarse tras una costilla, pero fue en vano. Con unas pinzas curvadas como el pico de una grulla salió a la superficie. Eso sí, se quedó afónico insultando. Tanto que una de las enfermeras tuvo un ataque de vergüenza y hubo de ser atendida allí mismo con un frasquito de sales.

Tras coser, rematando el zurcido al biés con la fecha y firma de los integrantes de la cuadrilla médica, gran parte de ellos irrumpió en un aplauso sincero, desmascarándose y usando el artículo de tela como improvisado pañuelo pidiendo trofeos para los diestros ( siendo uno de ellos zurdo ). Manzano y Gutierres declinaron el ofrecimiento con convicción, emoción y asco a partes iguales, pero no se libraron de salir del hospital a hombros.

Tampoco se libraron de darse en la frente con una puerta no pensada para que la traspasaran dos hombres a llevados a caballito.

A un eficiente diseñador sueco nunca le habría pasado. Menudos son los suecos para las puertas de quirófanos.

martes, 1 de mayo de 2012

HURGANDO QUE ES GERUNDIO. (Primera parte)

Se paseaba lángidamente delante de la puerta para personal. Miraba su cigarro como si se lo acabaran de presentar y maldecía la señalita de poliestiruporeno de “prohibido fumar”. Al menos no estaba prohibido charlar con el tabaco, ya era algo. Gutierres llegó a la carrera, intentando que sus pulmones no le salieran de dentro y llegaran antes a la linea de meta.

 -Arf arf...
-Anda que...un día de estos no llegas.
-No....asf...un día de estos ni salgo de casa...total para estas prisas...
-Será que no te he dicho que no vengas más de una vez.
-Ya...¿y qué hago yo en casa a estas horas de la mañana?
-No, eso sí. -¿Para hoy? –dijo bajito intentando no hipotecar el resuello.
-Nada...cortar, hurgar, coser y a otra cosa.
-Pues ya tardamos.

Sendos cirujanos empujaron, no sin esfuerzo, la pesada puerta de láminas de madera, accediendo al pasillo de personal. Saludaron a enfermeras, asistentes, limpiadoras y al extintor no necesariamente por ese orden. Se enfundaron en sus trajes de faena, prácticamente plastificándose para protejerse de bacilos, virus, manchas y demás agresiones a la limpieza de las prendas en lo que debería ser un sitio impoluto. Gutierres ya salía tan campante empujando la puerta del vestuario con la cadera, acordándose de aquellos pasos de la conga bailada en la boda de un primo suyo...o de su mujer, tampoco estaba muy seguro. Manzano llamó su atención carraspeando.
-Anda, ven aquí.
-Venga hombre, vamos a la faena...
-¿Te tendrás que lavar las manitas?, vamos, digo yo...y la OMS.
-Ya estamos...¡que escrupuloso caramba!. ¡Si he venido en el coche y llevo sin tocar nada desde que llegué! -Anda Gutierres...
-¡Pero si he abierto la puerta con el culo incluso!, ¿no me has visto?
-Aaanda –suplicó utilizando el mismo tono usado con el cobrador del gas ciudad y sus sempiternos recibitos atrasados.
-Es que me las lavo aquí, luego llego a casa y Ofelia también se pone de un pesadito con la limpieza...anda, sea...con tal de no escucharos a los dos.
-Si es por tu bien.
-Pues mejor sería lavárselas al final ¿no? –dijo poniéndose en jarras – con lo que se ensucia uno.
-Y ahora también. Venga, ¿qué te cuesta?, si el jabón te sale gratis...un par de frotaditas.

Gutierres se enjuagó someramente ambas manos, dualidad que era un logro, mirando hacia atrás sobre su hombro y resoplando cuando Manzano le obligó a seguir por encima de las muñecas. El desinfectado se dirigió al quirófano refunfuñando y llenando el suelo con el resto de la poquita agua que había cubierto sus extremidades superiores. Entraron al unísono abriendo las puertas de metal, con reminiscencia de barco por los ojos de buey, empujando con la espalda, consiguiendo con ello una semicoreografía, envidia de la planta quinta. Ambos saludaron a los presentes con un leve aumento de grados en su inclinación craneal y un alzamiento de cejas. Igualmente lo hicieron con el enfermo en cuestión, reacio a contestarle ya que la anestesia lo tenía bastante concentrado en sus cosas.

(concluirá)

jueves, 26 de enero de 2012

PARA NO ESCUCHARTE MÁS.

Un teléfono móvil se arrastra con la barriga por una mesa como queriendo partir en busca de aventuras. Para animarse entona una cumbia digital, porque el teléfono de pequeñito quería ser acordeón. Un hombre entra en la sala dando pasitos de baile frotando contra el costado un brazo encogido mientras lo menea delante y detrás al ritmo de su teléfono. Aquí el narrador hace el petate y deja que el diálogo fluya.

- ¿Sí? Aló.
- Buenas tardes, ¿hablo con el señor Potrillez?
- Ese soy yo, ¿qué se le ofrece?
- Le llamo de la compañía telefónica Troquitrás, con la que usted tiene contratada la línea.
- ¡Y bien contento que estoy oiga! Que más de una vez he comentado con mis conocidos las ganas que me dan de pedirme otra línea, aunque sea por gastar.
- No es necesario que disimule conmigo.

El narrador ya estaba en la puerta, pero se ha dado cuenta que habría que narrar ese ambiente espesado con silencio que se produce a continuación.

- No le entiendo.
- Pues debería. Vamos a terminar pronto, porque estoy a punto de encenderme y al no poder llegar a las manos vamos a llegar a los insultos, y no quisiera.
- ¿Qué ocurre? ¿Qué broma es esta?
- Voy a leerlo, lo tengo aquí escrito. Me lo he preparado, porque me veía venir esta situación...tengo un nudo en el alma que a ver...Troquitrás Telefonía, a través de su agente, que soy yo, le comunica mediante las consiguientes palabras la intención de la compañía de cortar unilateralmente el contrato, en virtud de las leyes vigentes, nada más den las ocho, que casi son ya. Porque el señorito venía bailando la cumbia, ¡o lo que él dice que es cumbia!

Potrillez mira su teléfono como si se lo hubiera cogido prestado a alguien en el metro y no entendiera ni media sílaba. Es ligeramente consciente de que puede que le estén observando, aunque él es mucho de cumbia y bien lo podrían haber adivinado.

- Me temo que no le entiendo.
- Mire, hasta aquí llega el escrito y a partir de ahora le hablo como humano. En la centralita estamos asqueados, sí señor, verdaderamente asqueados de lo que hemos oído soltar por esa boca desenfrenada a través de nuestras líneas. ¡Por favor! Los cables pasan bajo colegios, parques y hospitales, ¡imagine que cualquier niño hubiera pegando la oreja a los conductos y hubiera oído la sarta de sandeces que usted suelta!
- Pero oiga, ¿qué atropello es este? Está vulnerando usted a manos llenas mi derecho a la intimidad.
- Responda usted por sus palabras amigo. Que ya son siete bajas de empleados en la central, los ha deprimido uno tras otro. Tengo a una compañera que ahora derrama lágrimas por las esquinas. Le vamos a dar la patada a usted y punto.
- ¿Pero qué habré dicho yo que pudiera...?

Al titular de la línea el rostro le muta en rasgos munchianos en menos de lo que se suena la nariz un alergólogo chiflado. Balbucea, inclina hacia atrás los ojos buscándose una cosa en la cabeza y la encuentra. La retira y encuentra otras muchas. En realidad el narrador ya se iba, pero ya se va a quedar para ver el final de la historia.

- ¿Es por aquello que le dije a mi amigo Santipetri de lo que pensaba de los negritos?
- Diga usted africanos. O del Congo. O de Chad, o guineano. Que usted a un alemán no le dice blanquito...¡aunque vaya a saber, porque vaya boca que nos gastamos!
- ¿Es eso más grave que espiar mis conversaciones?
- No tiremos de demagogia, que de ese juego tenemos todos barajas en casa. Usted ha soltado cada argumento reprochable de pobres, ancianos, jóvenes, amas de casa...Tenemos aquí una conversación suya de una tarde después del almuerzo con su amigo Santipetri...que ese es otro...Vamos, después de esa conversación tuvimos que cerrar la centralita en señal de luto.
- ¡Me quejaré a consumidores y usuarios!
- ¡Usted dice cosas que no se deberían ni pensar en silencio!
- ¡Censores, espías!
- ¡Mala persona!

Resopla Potrillez con ansias de morder el teléfono. El aparato, incómodo, ha pasado de la alegría colombiana a una situación muy incómoda que le provoca un incipiente ataque de ansiedad.

- Guardaré la compostura. Ante todo, profesionalidad.
- Una vergüenza, en mi propia casa. Así sin verse las caras qué fácil es.
- Ya va enseñando usted la cara.
- Pues sí, chalao del quince sí. Mis ideas son mías y usted no tiene por qué oirlas
- Ni ganas que tengo.
- Calladito, que ya has hablado bastante.
- Suyas dice que son las ideas, las habrá ido recogiendo de la calle.
- Ale, que son las ocho, corta la línea ya operario.
- Sí señor, bien a gusto que me voy a quedar.
- ¡Subalterno, mandao! A ver si la vas a cortar tú sólo, si quieres dejo la línea libre para que llames a tu madre o a tu tía Jacinta.
- Esto no es nese...necesario.
- No te oigo de cortar con tijeras.
- No se hace así.
- Además, mentira podrída lo de sacarme otra línea con esta compañía. Si tiene empleados como tú no quiero tocarla ni con un palo.


Sollozos al otro lado de la línea. Me salto la imparcialidad de narrador, la tercera puerta y la cuarta pared. Vaya un tipo.

- Venga, a llorarle al jefe. Ya está, ya no pita. No tengo línea. ¡Uy que he vuelto de golpe a la edad de piedra! Madre mía, que me han puesto la mordaza...Ya ves tú. A uno les pagan por decir lo que yo repito y a mí...claro, adelantarse a tu propio tiempo está mal visto.


El mequetrefe deja caer el teléfono que ya no quiere ser acordeón y abandona la habitación con el paso torcido, despeinado y dejando tras de sí una estela de olor corporal que...

- Cuidadito narrador, que te estoy oyendo.

Sí señor, usted perdone. Vaya humos.

- ¿Dónde te escondes gallinita?


Tengo el coche en doble fila. Fin. The End. Koniec.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

CON LA VERDAD SE VA A TODAS PARTES.

A Julito siempre le ha perdido la sinceridad. Su camino vital está plagado de cambios de sentido impuestos por una pulcra observancia del término verdad con todas las letras. Julito es muy noble, tanto que en tiempos de caballería, honor y caries lo habrían hecho desaparecer por fastidiarle la media a los caballeros vecinos de castillo.

Julito está mal puesto en el tiempo, porque el afán de actuar según lo correcto agobia un montón a semejantes y parecidos. Siempre se puede pensar uno que está maquinando un plan futuro para hacer la puñeta en un radio de dos habitaciones.

Además escogió un mal negocio. Anuncia cosas. Quizás en un arranque de querer cambiar el eje del mundo se subió al tiovivo de la publicidad. La profesión es amplia y no es lo mismo quien esparce las piezas sobre un papel y crea un anuncio como el que baja a la huerta de las ideas a recolectar lemas frescos. Pero al fin y al cabo todos ejecutan el mismo número. Julito es eficaz, una pieza engrasada, infatigable y de confianza. Pero no sabe bailar al son de la trompeta con sordina de la mentira. Y así, cuando hace unos días, le encargaron anunciar unos tapones de rosca, actuó en conciencia.

Nadie esperaba que se saliera del guión. En ese mundo particular plagado de círculos de plástico hay poco espacio para maniobrar mal con las palabras. Nadie concibe un mundo sin tapón en el fondo del mar, así que es un objeto que se vende solo.

Una tarea tan asequible que al bueno de Julito le dejó mucho tiempo para pensar.

Quedarse delante de un examen acabado repasando las respuestas es mal asunto ahora y ya lo era cuando se copiaban al natural bisontes al fondo de cuevas. Tapones Anoillo son muy buenos, ¡y qué colores! Unas roscas a prueba de impacto de meteoritos y con una noble familia unida tirando de palancas para llenar camiones de esos punto y final de las botellas.

Una pena que su cliente fuera Tapones Taponatto.

Nadie revisó el material antes de anunciarse en prensa. Las prisas, zalameras, musitan al oído que los arreglos ya vienen hechos. Así las mentes que rellenan seis departamentos de dos divisiones distintas fueron empujando la campaña por todo el proceso sin fijarse más allá de un inapropiado y leve matiz azul en ciertas partes del anuncio.

¿Quién iba a imaginar que Tapones Taponatto recomendara Tapones Anoillo a página completa en el ejemplar del domingo de uno de esos periódicos que en la mañana del lunes todo el mundo dice haber leído?

Los gritos estuvieron de más, porque la patada ya estaba dada. La del cliente a la compañía de publicidad y esta, por transmisión de fuerzas, a Julito.

Ahora Julito espera en esa marabunta humana enclaustrada frente a mostradores de falsa madera en espera de una oferta de trabajo. Está tranquilo, hizo lo que debía. Tapones Anoillo son mejores, no podía mentir a página completa. Un timbre lo saca de su satisfacción por los caminos tomados y es requerido a una de las mesas. Allí, para su propia sorpresa, le espera un puesto muy similar. Es suyo si lo quiere.

Recuerda haber oído hablar por teléfono al siguiente elemento en la cola de la oficina de empleo. ¡Qué verbo! Una seguridad que habría aplaudido de no ser porque, además de sincero, es tímido patológico. Pide que se acerque el empleado, porque las cosas importantes de la vida siempre se dicen en susurros.

-¿Ve aquél chico de barba en la cola? Ese se merece el puesto más que yo.