viernes, 23 de octubre de 2009

LA JOCOSIDAD DEL DESAIRADO. ( y II )

Tras lo anterior, usted pensará que el problema de Olegario es su habitual falta de sentido del humor. En plan técnico, las bujías de la risa las tiene gastadas. Pues no, ¡amigo, si fuera eso!. Atienda a esta bella escena que viene desarrollándose en ese bar cerca de casa, dónde se desayuna con café y se toma la penúltima.

Llegado a este punto en las negociaciones, y con algo por hacer como comprar un libro, ¡nunca leerlo, podría resultar perjudicial, y nadie recomienda nada perjudicial!...salvo si son unas pastillas que le vinieron bien a él cuando el ataque de gota...como decía, en esta situación Olegario pide la cuenta. El camarero, morador del territorio al otro lado de la barra, controlador de azucarillos, escanciador de espirituosos, con voz nasal, moviendo un dedo, uno cualquiera, y haciendo cuentas por lo bajo, suelta

“Cuatro euros caballero”.

La arigmética entra en claro conflicto con el sentido común en el interior de Olegario.

Dos cafés cuatro euros...no puede ser, por lo menos ahora, que el año que viene con la subida del IPC lo mismo sí, pero ahora, pero si ayer fueron dos cincuenta, ¡y ya son buenos euros!, que no que no, que hay un error.

Error ninguno caballero, sabrá usted como está todo, dos cafés y el chorrito de anís, cuatro euros en barra cuatro veinte en mesa, como ayer, como antesdeayer, le reclama usted a mi jefe , o al ministro, a mi no me lie, este se quiere escapar sin pagar, va listo, las vueltas que he dado de más se las tengo que sacar a alguno y este mismo me sirve.

Hombre no, ( Olegario aún no usa los signos de exclamación , prudente el hombre ). Se habrá equivocado, que vine a desayunar ayer, me tomé lo mismo y salió más barato.

Pues me equivocaría ayer caballero, son cuatro euros me los abona si me hace usted el favor. Al final vamos a tener problemas, los señores mayores de la ventana no son buen público para disputas, nunca sabe uno del lado del que se van a poner.

¡Dos euros cincuenta pagué ayer! Y si se equivocó ayer, ¡pues a mí como si se come un besugo atravesao mercanchifle!. Si es que es normal, con esta hostelería no me extraña que los romanos se fueran de España, ¡los romanos y todos!.

Y este parlamento lo acompaña con acompasados movimientos pélvicos, anulares, de antebrazo, esperpénticas gesticulaciones, cabeceos a destiempo y patadas al taburete. Olegario usa un tono de voz desconocido por él mismo, alza las cejas y los nervios le hacen esbozar una ligera sonrisa. Se le ilumina la cara al enfadarse y le vienen a la cabeza réplicas de lo más acertado. Y comparaciones jocosas. Y pantomimas.

Ese es el principal problema de Olegario. Cuando se enfada, es bastante más gracioso que de costumbre, en su caso es decir mucho. Su interlocutor, al que no debe usted tomar cariño pues está a punto de salir de su vida de usted, tiene que mirar a otro lado para no reir las ocurrencias de Olegario. ¡Menudo mundo este sí ....!, bueno, ya me entiende.

Triunfador en la batalla económica y algo más calmado se peina Olegario en la puerta del bar. Su interlocutor le palmea la espalda. Levanta el labio junto con el resto de la cabeza, entorna los ojos y le suelta una frase de esas de enmarcar. De esas de troncharse en un velatorio. De esas de llorar de risa en mitad de una inspección fiscal.

Y Olegario no puede responderle con réplica ocurrente. Ya no está enfadado.

Lo peor es que en cinco minutos no recordará el chascarrillo de su interlocutor. Quizás su principal problema es no recordar las bromas de los demás, como hacen otros.

No, en realidad es que no tiene gracia el puñetero.

viernes, 16 de octubre de 2009

LA JOCOSIDAD DEL DESAIRADO. (I)

Olegario tiene un problema, y así, café corto mediante, se lo cuenta a su interlocutor, en este caso alguien con arrugas en la frente y camisa de franela. Olegario es bastante estúpido. Bueno, este no es el problema, y ya se cuida el de no ir diciendo a los demás lo que piensa de sí mismo, ¡menudo mundo este si todos hicieran lo mismo!. Se quema la lengua con el café, insulta en bávaro mentalmente al camarero, y en tono de mea culpa, confiesa su problema.

Problema es que te falte un pulmón hijo, o ser perseguido por una mafia de un sitio que ni conoces, y por supuesto, ajeno a sus métodos de negociación, no sabes que dedo acostumbran a cortarte primero, el de señalar o el de investigarse las narices.

No le responde así. La gente no habla tanto. La gente resume mucho, porque tiene prisa. Como mucho te dirán “anda hombre” y levantarán un brazo con desdén, como parando sin ganas un taxi conducido por el caudillo.

Siempre me pregunté porqué coinciden los dos saludos. Al taxista y al dictador. En fin, soy de preguntarme cosas.

Pero las intenciones, el tono y el alzar de cejas lo dice todo. Y como lo dice todo, la gente ahorra saliva para comentar lo mal que anda todo en el ascensor o para insultar al árbitro el domingo. O el sábado, ahora se juega al fútbol a todas horas.

Olegario da la razón a su interlocutor, un tipo con una selva de pelos en las patillas. Pero claro, no se la da en voz alta, ¡menudo mundo sería este si todo el mundo diera la razón al otro!. Olegario se limita a decir “no sé chico, no sé”. Porque esta frase, junto a “si es como todo” es argumento socorrido para no tener que mojarse.

¡Menudo mundo este si todos nos mojáramos!. Estaríamos siempre limpios y no habría lugar para bacilos, farmacéuticos, galenos y anuncios de aspirinas.

El problema de Olegario, del que esta al tanto su interlocutor ( a usted no le interesa saber el nombre porque no lo volverá a leer jamás ), el camarero, una señora que rebañaba el churro, el azucarillo y usted mismo en unos instantes, es que Olegario es seco.

Soso. Desabrido. Saborío como decimos por aquí. Jamás contó un chiste. Su anécdota más ocurrente es la de arreglarse él mismo una zapatilla con un imperdible en un viaje a Marruecos. Y claro, si encima la cuenta mal....ya me dirá. Porque no tiene arte. Para él gracioso es, por ejemplo, un algodón de azúcar. Y no sigo, porque usted le va a coger asco y por una vez es protagonista de algo.

Y todavía me tiene que servir de protagonista unos párrafos.

El interlocutor, un hombre versado en las alineaciones del Compostelano Deportivo y en la ingesta de la pipa de calabaza, se interesa de repente en las albóndigas de la vitrina. Las encuentra algo más entretenidas que a Olegario. Y es normal

¿Quién no se ha reido de una albóndiga alguna vez?

Como perro pastor al que han timado y le han robado el rebaño, mira con ojos tiernos la botella de brandy soberano de la estantería. Con los párpados lánguidos, el mirar lastimoso y el ánimo en Flandes, tira de la chaqueta de su interlocutor como un niño pequeño a su padre delate de un escaparate lleno de juguetes.

Ríete de ti mismo. Empieza por ahí. No te tomes las cosas en serio, si al fin y al cabo ya ves tú, si la vida es un rato en la sala de espera, por lo menos lee algo entretenido. No sé chico, copia chistes de la gente. O ríete de una persona mayor que se cae en la calle, hombre, tapándote la boca, como hacemos todos.

Pero no le regala esta mezcla de ayuda para vivir, filosofía de baratillo y mala leche condensada. La gente es muy parca para estas cosas. Ya están los psicologos para ayudar ¿no?. Le dice “no sé chico...cómprate un libro”.

No es mal consejo, pero no viene al caso

( concluirá... )

jueves, 8 de octubre de 2009

NO DECLARARÁS LA GUERRA AL VECINO DEL QUINTO.

Piénselo. Me refiero a que lo piense a fondo, no como cuando desde el televisor le animan a pensar la respuesta correcta a la pregunta “¿qué marca de puros fumaba el Vizconde Arnoldo en la Batalla de Portugalete?”. Reflexione.

Como persona individual archivada usted solo, con la familia o con leche, vive en un edificio. Una gran solución para ahorrar espacio. Y ahora, piénselo. A su lado, arriba o abajo, vive una persona en un piso similar en disposición al suyo, por no decir igual. Y con una espiral genética como esa que usted, sin saberlo, lleva dentro.

Pero esto es de otro curso. No entra en examen.

Piense que su vecino vive en un universo paralelo al suyo. Todo es igual. El ángulo de visión de la calle sube o baja unos grados, pero en el caso de dar a un patio o a un descampado es lo de menos, vamos, que ver la rata de las doce desde su ventana con o sin patas no tiene mayor importancia.

En ese universo paralelo, existe un señor con unos señores padres, una señora con unos señores suegros, unos niños, un canario, un abrebotellas y demás fauna familiar. Esa esquinita del salón, esa columnita pegada a la pared es un poco más gruesa, sí, cosa de los arquitectos, son muy suyos. Las diferencias acaban ahí.

En ese desquiciante universo paralelo, tan parecido al suyo de usted, el vecino decidió pintar las paredes de color malva. Su vecino no, la señora de su vecino, las mujeres eligen los colores porque vienen más preparadas de serie. Pero a fin de cuentas su vecino dio conformidad.

Y cuando un hombre da conformidad a los deseos de su mujer, es como si la orden fuera suya. Más le vale pensarlo así.

En la entradita ese vecino suyo con gafas no puso un mueblecito con figuras. Decidió poner un espejo. Para verse salir a diario a la hora del trabajo y despedirse de sí mismo. O para verse llegar del trabajo y contar entre los dos, él mismo y su reflejo, los días hasta el fin de semana, las vacaciones o la jubilación.

Según la edad uno va cambiando los plazos.

Decidió, no como usted, poner el salón orientado al norte. ¡Qué locura!. Si usted sabe que su salón está orientado al oeste, y ese si que está bien orientado. Al norte...sólo a su vecino se le ocurriría orientar el salón al norte. Claro, como está loco...

A cada cual le parece que los andares y los procederes de su convecino, ese que tenía patillas cuando vino a comprar la casa y ahora las ha perdido, no tienen fundamento. Cenan a las diez, porque por las cañerías de la cocina los oye lavar los platos a esa hora. Tienen una sobrina que cada vez que los visita corre por el pasillo. Tienen un perro...¡yo nunca tendría un perro! Se dice a sí mismo y a todo el que le quiera oír ( o escuchar si es amable ) a la hora de la cena. A las nueve. Porque en su casa se cena a las nueve. Es la hora de cenar de siempre.

Comparte con usted muchas cosas. Espiral genética, como hemos dicho, con leves matices. Bajantes. Presidente de la comunidad. Administrador. Suelo, techo o paredes según el caso. Portal. Felpudo del portal en días de lluvia. Embrujados hilos que suministran electricidad. Todo.

Salvo costumbres.

Mientras usted está en esas, restregando una zapatilla contra otra en vez de acariciarse la barbilla sutilmente como buen pensador, ese ser extraño que un día apareció con gafas ¡seguramente por llamar la atención!, y consumidor habitual de crispis de maíz cuando en casa se desayuna desde siempre pan con aceite, ese señor, en su salón orientado al norte, juega con el mando a distancia y piensa en lo extraño que resulta que usted, su vecino, tire la basura los martes por la noche antes que nadie.

Y sospecha de usted. Sospecha que está loco.

Porque en su casa siempre se ha tirado la basura los martes a las once.