miércoles, 24 de diciembre de 2008

INTERVENCIÓN.

Las parpadeantes luces de las patrullas pintaban la fachada del edificio de azul y rojo alternativamente, como si no se decidieran por un color. Los agentes se encontraban en sus puestos sin dejar de vigilar un solo instante la ventana del tercero derecha. Una docena parapetados por los vehículos, dos parejas de oteadores en los tejados del edificio frente al piso del incidente y otros cuatro, de la policía local, controlando el acceso a la zona. El claxon de un sedan azul oscuro aulló dos veces casi sin pausa, ahogado por el estruendo de un helicóptero volando a baja altura. Tras unos segundos comprobando la identidad del conductor, uno de los policías locales despejó la ruta retirando una barrera móvil. El sargento del cuerpo de fuerzas especiales fue al encuentro del recién llegado.

-Buenas noches comisario.
-Regulares, regulares –dijo prestando más atención al cierre del chaleco antibalas que a su interlocutor.
-¿Está al corriente?
-Sí, me han informado. No me he despegado del teléfono.¿Cómo está la mujer?
-Se encuentra con el sospechoso. Está desesperada.
-¿Cuándo actúan?
-Estamos preparados –dijo el sargento volviéndose, para cerciorarse de que todos en su linea visual estaban en sus puestos.
-Bien, vamos allá. Y actúen con precaución.

Un grupo de seis agentes equipados con equipamiento de asalto aparecieron casi desde la nada a un gesto del sargento. Cruzaron la calle dividiéndose en dos grupos de tres hacia la mitad de la calzada en un ballet largamente ensayado, para encontrarse frente a frente a ambos lados de la entrada del edificio. Tras una imperceptible señal del cabeza de tridente al otro, se introdujeron con eficacia en el bloque de apartamentos.

Los seis integrantes del cuerpo de operaciones especiales subieron las escaleras con la espalda apoyada en la pared, cubriéndose unos a otros las líneas de fuego, mientras el último del comando cubría la retaguardia. En el descansillo del tercer piso les esperaba uno de los integrantes de la avanzadilla, que con un rápido gesto manual les indicó vía libre. El segundo integrante salía levemente de las sombras junto a la puerta de la escena del crimen.

-Delta, aquí seis –comunicó el jefe de pelotón a la base, a sólo unos metros en la calle.
-Seis, aquí delta.
-Estamos en la entrada. Nivel blanco.
-Adelante.
-Roger. Corto. –un leve toque en la cinta del cuello que constituía el comunicador cerró el canal.

Los ojos del agente de retén buscaron los del líder de escuadrón, y ambos asistieron levemente en silencio. El jefe de escuadrón golpeó con los nudillos la puerta y con las rodillas flexionadas abrió lentamente la puerta y se introdujo en el apartamento. Tras él, cada hombre entrenado cubría un ángulo de tiro.

La mujer se encontraba en mitad de la habitación, con un camisón blanco y la piel a juego, contrastando con la oscuridad de la sala iluminada con bombillas de baja potencia, lo que daba a la estancia un tono pardo. Sus ojos desorbitados, su pelo revuelto y un brazo que, como un autómata, les señalaba la habitación al final del pasillo.

Era indudable, el ensordecedor ruido procedía de allí. Llegados a la puerta, el segundo tuvieron que formarse en fila india, dado el poco espacio. El líder de escuadrón miró sobre su hombro, comprobando como el asustado agente que le guardaba la espalda se secaba con el dorso del guante la frente perlada de sudor, dando signos de querer abandonar. El líder arrugó el entrecejo bajo las gafas tácticas.

No había vuelta atrás.

La puerta se abrió sin dificultad. El sospechoso, Ramiro para más señas, dormía profundamente, haciendo balancearse las lámparas a fuerza de ronquidos, motivo de la llamada de una desesperada cónyuge que había empalmado tres noches seguidas sin plegar los párpados. El jefe de escuadrón se acercó al camastro, poniendo en riesgo sus tímpanos a perpetuidad. Levemente empujó el cuerpo del durmiente que se resistió a apagar el megáfono que tenía por garganta. Se volvió a sus compañeros, que por señas le indicaron que lo zarandeara más fuerte.

Con ambas manos y dejando a la espalda el arma reglamentaria, el agente zarandeó enérgicamente el cuerpo del bello roncador, hasta que a la quinta, Ramiro entreabrió los ojos y preguntó con voz de melaza:

-¿Eh....qué?
-Policía, haga usted el favor de girarse, dormir hacia la pared y procurar no roncar, hombre de dios.
-Umphf...voooy.



***

El jefe de escuadrón guardó su equipo en la furgoneta. Se volvió hacia su compañero, asistido en los escalones de una ambulancia por un caso leve de terremoto de trompa de eustaquio. Levantó la vista, sus miradas se disolvieron a medio camino.

El líder no podía mirar a sus hombres. Él también roncaba.

jueves, 11 de diciembre de 2008

NO DEJES PARA MAÑANA.

Crujió al unísono la mayoría de falanges de sus manos entrecruzadas, efectuando un leve giro para hacer sonar a los huesos más perezosos. Cansado de no hacer nada, asistía a la corriente continua de informes arriba y debajo de la oficina. De cuando en cuando su jefe oteaba el horizonte, momento en el que garabateaba un viejo papel en su mesa y tecleaba algunas cifras sin sentido en su ordenador, antes de volver al solitario o a los resultados de apuestas deportivas.

Era el agujero negro de la productividad en aquella empresa. Y a mucha honra.

Un tipo rubio con bigote a juego que paseaba con asiduidad por las instalaciones se detuvo ante su mesa, disparando las alarmas en nuestro hombre. Sus ojos se clavaron en el fajo de carpetas acomodados bajo el brazo del emulador de Chuck Norris. Sin hacer uso de las normas de cortesía, las mudó a su mesa y en un gesto ensayado, le señaló el reloj de pared diciéndole “para mañana”.

Rió a sus espaldas. Quizás si empezaba en ese mismo momento, sin separar la cabeza de la mesa más de veinte centímetros y atento a sus asuntos, llegaría raspando al plazo.

Pero era consciente de sus limitaciones.

Con el cuerpo ladeado prestó leve atención a la primera página de la primera carpeta. El baño de números le dio escalofríos. Se apartó del ataque de los guarismos, temeroso de ahogarse en cálculos. Tomó una decisión: lo dejaría para mañana.

Aquello era novedoso: no solía tomar decisiones.

No había terminado de apartar el trabajo de su espacio vital cuando una ondulación justo enfrente de su entrecejo le sacó de la apatía. La realidad burbujeaba, se removía nerviosa y se recolocaba a cada segundo. Si alguna vez ha tenido gases se podrá hacer una idea del efecto especial.

Frente a sí, el mismo. Su yo del mañana, adornado con dos ojeras. Se soldó a si mismo al asiento con la mirada. No se necesitan demasiados artificios para impresionar a uno mismo apareciendo ante sí. Claro está que los artificios siempre quedan bonitos.

Su yo del hoy balbuceaba. Su cerebro rascaba las paredes craneales buscando una respuesta o la huida cobarde, lo primero en llegar. Su yo del mañana se acercó ante la indiferencia del resto de empleados. Su yo del hoy tampoco es que recibiera demasiada atención de sus compañeros habitualmente.

-Buenas tardes yo, soy tu yo de mañana –expresó el recién llegado, sin dejar entrever los efectos del llamado “jet-lag”

Recuperó la compostura. Recolocó su corbata y puso en su sitio las solapas con un par de firmes tirones. De manera teatral ( de teatro clásico allá por el siglo equis uve palito palito palito ) efectuando aspavientos descoordinados en el aire, exclamó:

YO DEL HOY -¡Oh mensajero del mañana, oh, sabio de mí, que he sabido arriesgar mi propia vida para enviarme a mi mismo atrás en el tiempo, a sabiendas de los peligros de viajar en el tiempo. ¡Misericorde yo, de seguro con una misión crucial en un futuro inexorable!

YO DEL MAÑANA –Aguarda un tanto, mi semejante.

YO DEL HOY -¡Permíteme acabar, oh mensajero de seguros malos augurios!, pues estas palabras que ahora pronuncio serán recogidas para la posteridad por los historiadores, pluma en ristre, ante el desafío que yo me presento ante mí mismo.

YO DEL MAÑANA –Si me permitiera a mi mismo unos segundos...

YO DEL HOY –Callad, callad emisario, pues seguro de los grandes retos que has de presentarme, he de preparar cuerpo y alma para las malas nuevas.

YO DEL MAÑANA –Acabando estais con mi leve paciencia.

YO DEL HOY –Decidme pues, heraldo, ¿depende de mi la subsistencia de esta, nuestra raza humana? ¿es mi papel tan crucial como para enviarme atrás en el tiempo?. Decidme, decidme pues pues la congoja arrebata mi ser y me seca el gaznate.

YO DEL MAÑANA. –Bien, hete aquí mi misiva: como no termines el trabajo de hoy, me va a tocar terminarlo mañana a las prisas. A mi yo de hoy le dará igual, pero a mi yo de mañana, yo sin ir más lejos, me gustaría terminar un poquito antes para ver el fútbol.

YO DEL HOY –Pardiez, esperaba yo mensaje más revelador.

YO DEL MAÑANA – ¡Empieza a trabajar ya, energúmeno.!

Diciendo esto, el mensajero del futuro cercano ( no más de diez horas ) desapareció en una vaharada de humo espeso, sin darse unos segundos para despedirse de sí mismo. El ser contemporáneo miró a lado y lado del despacho, constatando el puñetero caso que sus compañeros habían prestado al fenómeno temporal. Se encogió de hombros, entornó los párpados y empezó a leer números de la primera columna del primer informe de la primera carpeta.

Tras tres segundos decidió que, si se había mandado a sí mismo desde mañana, seguramente hoy no había trabajado de manera alguna. Y que poner remedio a esto era inútil.

Su argumento no estaba muy bien hilado, pero algo tenía claro: no quería contrariar al futuro y con ello crear una corriente temporal alterna.

Eso y que era un vago de concurso.

martes, 25 de noviembre de 2008

INFIEL.

En la oscurecida habitación Sara, una mujer vespertina, se dedicaba con esmero a recortarse a dentelladas las uñas, declarándolas en estado ruinoso tras la tercera pasada. Él la esperaba en la habitación contigua, acomodado en el catre, deseoso de ser explorado y de compartir su experiencia.

Verde en aquel asunto, recorría nerviosa los escasos cuatro ladrillos de la añeja habitación. Mientras parte de su conciencia le empujaba a salir corriendo y a reunirse con su marido, la otra parte, quizás la indicada para este caso, había salido a hacer recados y no daba señales de vida. Lo contempló unos segundos a través de la rendija de la puerta del dormitorio. No se había movido. Sobre la cama la esperaba, abierto, con el deseo imperioso de compartirlo todo con ella. Sara no pudo remediar mordisquearse la última uña más o menos sana. Un furor quinceañero en las mejillas le introdujo de nuevo en la oscuridad de la habitación contigua.

Reunió fuerzas, valor, coraje...y dejó las inhibiciones escondidas tras una estantería. Se ahuecó gracilmente el pelo como sólo saben hacerlo las mujeres ( y algunos hombres especiales ) y haciendo uso de su empuje y de una mano, abrió la puerta en su ángulo máximo. En ese momento ambos compartían habitación.

Claudio subía las escaleras, acordándose de la señora madre del técnico de ascensores, si bien no conocía a ninguno de los dos. La reunión con los accionistas Checos había terminado antes de tiempo: los clientes se habían dado cuenta de su falta de liquidez al tantearse los bolsillos. Con el plan empresarial encallado en las costas de las sirenas del infortunio monetario, Claudio había cogido a la carrera el primer autobús rumbo a casa o alrededores. En el rellano de casa buscaba las llaves al son del cantar del temporizador de encendido de la luz de las escaleras.

Clic clac clic clac.

Sara se perdía en la cama. Ella y su acompañante eran uno, no necesitaban dialogar, se lo decían todo en silencio. La mujer acariciaba su recia piel.

Clic clac clic clac.

Claudio dio al fin con las condenadas llaves. Para no despertar a su mujer abrió lentamente la puerta y dejó sus cosas en la mesa del recibidor, a la vez que el temporizador daba por terminado su turno de trabajo y sumía al rellano en penumbras. Sara disfrutaba. Claudio abrió la puerta. Los vió a los dos en la cama de matrimonio.

Ella estaba leyendo. Un libro. Grueso y encuadernado en piel. Y en su cama.

La cara de Claudio lo dijo todo. Estiró las pupilas hasta que se tocó la punta de los zapatos. Giró torpemente y se dirigió al salón.

Sara dejó el libro, avergonzada. Ni siquiera marcó la página por la que leía. Quería olvidar todo aquello. Corrió hacia su marido como se corría en las películas en blanco y negro de los años cincuenta.

Ella asistió impávida a horas de televisión, de programas chapuceros y contenidos inexistentes para recuperar los puentes de diálogo con su marido.

Este flirteó un periodo de tiempo con el ensayo filosófico sólo por darle celos a su mujer.

domingo, 16 de noviembre de 2008

IN THE TIME OF DARKNESS, THE CHOOSEN WILL RISE. ( y II )

Parte 1

Luché con fiereza, aunque esta feo que uno mismo se lo diga. Incrusté un viejo candelabro en un costado de una criatura azul sin ojos y parecido a un palmípedo, tras ello hice del paragüero metálico de la entrada mi escudo ante los envites del autodenominado “Kaolostrium de Terranova”, con su dos docenas de puños mal contados. De un empujón lo envíe a una esquina, en la que se ensartó sin yo haberlo previsto con la daga diamantina de un tal Esquiverio el Manco, sorprendido y furioso a la vez por la muerte de uno de sus compañeros de batalla.

Los cuerpos se disolvían en el aire tras caer dejando hedor en el aire. Los golpes me alcanzaban, me dejaban aturdido. Corrí por el pasillo con la cabeza agachada para no recibir una andanada de gropúsculos moleculares fluorescentes que arruinaron el gotelé.

Aún desorientado, algo en mi interior se encendió.

El aire chisporroteaba a mi alrededor. Subió la temperatura y mis ojos ardieron. Fue solo un instante: de mis manos partieron al objetivo dos trenzas ardientes como la caldera del infierno, que durante unos segundos dieron cuenta de al menos diez de los atacantes. Tras el ataque quedé algo exhausto, remediándolo con un sabroso muslo de pollo aún humeante dejado en el suelo por uno de los derrotados.

En ese instante los asaltantes retrocedieron sensiblemente, haciéndome creer equivocadamente mi momentánea victoria. Una garra rasgó el velo de la realidad a diez centímetros de mi cuero cabelludo. Esa garra venía acompañada de un antebrazo y el resto de la anatomía del ser más aterrador que mis ojos vieron nunca. Descargó sus pesadas pezuñas sobre este plano de la realidad, carcajeándose a mandíbula batiente mientras efectuaba sus ataques.

Concentré mi atención en el viejo de nuevo por un instante. Con un dedo desplazó hacia abajo el párpado inferior de su ojo derecho, advirtiéndome seguramente que me fijara en mi enemigo. En recién llegado pronunció algunas palabras en una extraña lengua, parecida al ruido de una batidora en plena faena, y descargó el mejor de sus golpes contra el mueble de la esquina, convirtiendo el contrachapado en virutas. Por fortuna, en el lugar ocupado por este apareció un curvado alfanje, con el que asesté un par de cortes certeros a la altura del costillar.

Manaba sangre pero aún así proseguía con sus ataques.

Estaba en clara desventaja, pero recordé los gestos del viejo. Me concentré en mi oponente, observando su manera de atacar. Seguía un claro patrón: un par de golpes seguidos de una carrera. Si era capaz de acertarle en este momento, caía confundido al suelo, levantándose al instante se situaba en el centro de la habitación lanzando dardos candentes de una protuberancia sobre el hombro derecho, proyectiles que esquivaba por centímetros. Siguiendo el patrón le propiné al menos cinco golpes más. El monstruo aulló de dolor, tanto por el daño como por la clara derrota. Desapareció dejando un pequeño cofre repleto de monedas de oro. Pero lo más extraño, sin duda, fue el comportamiento de sus secuaces, que murieron en el mismo instante de la derrota sin dejarme tiempo para ajustarle las cuentas.

El apacible anciano se levantó, sacudiéndose algunos restos de cáscaras de los frutos secos de su túnica. Palmeó mi espalda como signo de reconocimiento y juntando sus manos, imitó el movimiento de un ave al volar. Tras ello desapareció por la maltrecha terraza, rumbo al firmamento.

Eso fue lo que pasó.

-Bien, veamos, llegan los compañeros del cuerpo tras la llamada de sus vecinos. Vemos el estropicio en el piso alquilado y a usted, apestando a alcohol, en mitad de la habitación, armado con una escoba y, según sus palabras, “esperando guerra”. ¿ Está seguro de que esta va a ser su declaración jurada para comparecer ante el juez?
-Sólo le he contado la verdad.
-Tiene suerte de que la justicia en este país sea tan relajada.

Declaración de R.C., autoproclamando “Maestro del machácalos en horizontal”.

domingo, 9 de noviembre de 2008

IN THE TIME OF DARKNESS, THE CHOOSEN WILL RISE. ( I )

Era la frase grabada al aguafuerte en mi mente aquella funesta noche. Vagaba por el interior de mi cabeza como si fuera un extranjero intentando encontrar el desvío de la autovía correcto para entrar en la ciudad. Tras los vapores producidos por el alcohol me pareció reconocer mi bloque, ejecuté un traspiés de nota teniendo en cuenta su improvisación y fui a parar a los setos de la entrada, a los que saludé sin demora.

Una vez recuperada la verticalidad ( más-menos quince grados respecto al eje “y“) rebusqué las llaves en los bolsillos, logrando solo cerciorarme de que aún conservaba los muslos, lo que supuso una información novedosa en mi cerebro, saturado de alcohol.

Si no llega a ser porque mi vecina Doña Francisca sacó a pasear a su perro-mopa mientras me aferraba al portal para que no se escapara, aún estaría allí servidor intentando abrir con la pelusa de los bolsillos.

Como la odié por aquello...atiendame y sabrá porqué.

Intentando vencer el baile de escalones, un murmullo inquietante llegó a mis oidos. Un suave ronroneo de voces guturales, como un líquido al hervir.

THE CHOOSEN, THE CHOOSEN.

Era la letra de aquel mantra. En principio lo atribuí a una botella de más, pero el ruido procedía de un lugar concreto, el cuarto de los contadores. Aumenté el ritmo de subida a dos peldaños por minuto y llegué a mi rellano. Pulsé el interruptor de la luz al tercer intento antes de clasificar la docena de llaves colgadas de un llavero de Alquiler de Automóviles Atchung. Dejé un par de marcas en la madera de la puerta, recuerdo de aquella noche, y entré cerrando la puerta a mis espaldas, mientras por debajo de ella se colaba aquel rumor.

THE CHOOSEN, THE CHOOSEN.

Era sólo el principio del espectáculo teatral que me había preparado el destino en una noche en la que mi cuerpo solo era capaz de llegar a la cama sin demasiado daño para las espinillas.

En mitad del salón estaba él.

El anciano. Y no uno de esos jugadores de dominó reunidos en torno a una mesa de bar. Era un venerable anciano con todas sus letras. Ataviado con una túnica grisácea y con una mata de pelo rizada cayendo en catarata desde su frente, se apoyaba grácilmente en una vara de una madera extraña, rematada por una pieza de metal grabada.

No cruzó palabra alguna conmigo. Se limitó a señalar hacia la puerta con gesto hosco, aumentando mi sensación de peligro latente. Tras esto como se acomodaba en el sillón junto a la ventana, extraía de debajo de su manto un saquito con frutos secos y disfrutaba de un espectáculo seguro.

Una bestia parda derribó mi puerta de cartón corrugado prensado. Una abominación tendente a la cojera, armada con algún tipo de arcaico instrumento de guerra con tres puntas que ni corto ni perezoso incrustó en el equipo de música, al que dejé al descubierto tras desplomarme sobre el sofá. "Honskag aarf Delgota" rezaba su camiseta de tirantes, y supuse estupidamente que era su nombre...¿qué idiota lleva su nombre en una camiseta?. Honskag se volteó con increíble agilidad viendo su cuerpo mal abocetado, salpicando de babas los estuches de dvd de una estantería sobre la televisión, derritiéndolos al instante. Casi a gatas usando piernas y brazos me arrastré hasta el viejo, del que solo logré un leve movimiento de barbilla apuntando al monstruo mientras pelaba algo parecido a una pipa de calabaza. Agarré un flexo enchufado y se lo probé al monstruo como modelo de sombrerito. No pareció gustarle, dado su chamuscado repentino y sus convulsiones de agonía, consumiéndose su cuerpo segundos después sin dejar rastro.

El viejo se levantó, hizo un gesto de aprobación, se rebuscó en los bolsillos y me hizo entrega de una joya granate. Volvió a tomar asiento dando un par de palmas .

Para aquellos de ustedes que no pasaran por delante de mi ventana aquella noche les será dificil imaginar lo que vino después. En mi humilde apartamento de apenas sesenta metros cuadrados se presentaron de improviso decenas de aberraciones naturales proveniente de Dios-sabe-dónde ( uno de ellos me confirmó su lugar de partida mientras intentaba separarme la cabeza del cuerpo ), unas entraban por la desguarnecida entrada, otros se materializaban en el pasillo y otros simplemente reptaban fuera de las cañerías o aparecían de entre las pelusas, habitantes habituales de los bajos del mobiliario.

En mitad de un desafío sobrehumano, sólo yo, abandonado el cálido sopor de las copas de más, se enfrentaba a las hordas venidas del Nosédonde.

Continuará

sábado, 1 de noviembre de 2008

¡PRIME!

Uno de los mayores regalos del progreso ha sido, sin que se me ocurra otro en este momento, las colas. Un grupo de variopintos organismos humanos esperando en una fila, mejor o peor organizada, a recibir un servicio. Un sistema justo, en principio.

Bien, pues la justicia no es algo que agrada especialmente a Valentín. Acostumbrado a tenerlo todo sí o sí y a apartar de su camino los estorbos, las colas y las esperas lo ponían de los nervios. Ya desde pequeño, allá por los años de naranjito y el parvulario, consiguió de una profesora el puesto de “jefe de la cola”. Gracias a este salvoconducto virtual expedido sobre la marcha, Valentín podía venir con el tiempo pellizcándole las posaderas, pues su primer puesto en la cola estaba asegurado. Eso fue hasta el día de la rebelión de alumnos y el olvido de la profesora del cargo otorgado.

También fue antes de darnos cuenta de que ir primero en la fila para entrar a clase era una tontería.

Valentín aguantaba los embates de la humanidad a su alrededor esperando su turno para algún papel o una de esas cosas del hombre moderno. Su labio superior tendía a elevarse en señal de disgusto mientras enarcaba las cejas y bajaba los párpados. Eso de estar rodeado de personas no era su especialidad precisamente.

Unos golpecitos en su hombro terminaron de resquebrajar su coraza. Su espacio privado había sido invadido por un forastero. Se giró lentamente, siguió el curso del brazo de aquel extraño para dar con una cara sonrosada y risueña.

-Buenas tardes joven –saludó jovial como unas campanillas rodando por unas escaleras.
-¿Qué quiere? –preguntó Valentín escaneando a su interlocutor de norte a sur.
-Veo que está bastante a disgusto en esta cola.
-Así es.
-¿Y porqué espera? –interrogó el señor con interés al menos aparente.
-He llegado más tarde que este hombre –señalando a quien le llevaba la delantera.
-Pero eso no es motivo.
-¿Disculpe?
-Una persona como usted no debería esperar su turno. Nada más verlo me he dado cuenta de lo especial que es usted.
-Hombre yo...-acertó a añadir Valentín, con el ego más alto que el precio de la vivienda.
-Nada nada hombre, esto no puede quedarse así.

Asió a Valentín del brazo derecho y como un padre y su hijo caminaron cola arriba. Algunos integrantes de la misma se extrañaban, otros murmuraban maldiciones indias y otros simplemente se acordaban en voz alta de parientes de ambos, sin conocer a dichos ancestros.
El caballero de raro proceder colocó a Valentín a la cabeza de los presentes, a dos palmos de la ventanilla. Sin salir de su asombro recibió dos palmaditas en la espalda del extraño hombre que puso rumbo a su lugar en la fila. Con el cuello girado en extraño ángulo Valentín vio como se incorporaba de nuevo en su lugar saludándolo con una manita.

Pasados unos segundos, y mientras Valentín notaba los resoplidos bravos del ex primero de la fila, el caballero que lo trató como él merecía volvió a dejar su puesto, recorrió de nuevo la fila, lo agarró esta vez por el brazo izquierdo y volvió a dejarlo en su antiguo puesto, unas quince personas atrás.

-Ande...ande, me parece a mí que usted no capta los sarcasmos –le iba diciendo aquel señor.

Valentín adquirió un ordenador potentísimo de esos que venden para internet y powerpoints y, acordándose de la extraña a la par que vergonzante situación, realizó todos sus trámites por internet.

Moraleja: a no ser que seas especial por poseer dos cerebros, flamear plátanos con solo mirarlos o ser el eslabón perdido, si quieres ser el primero de la cola levántate más temprano.

jueves, 23 de octubre de 2008

PRESIDENT OUT.

-Lo noto extraño –dijo la primera dama.
-¿En qué sentido? –se interesó sinceramente el Doctor Allnew.
-Esta más raro que de costumbre. A veces se queda ahí unos segundos mirando a su alrededor embobado y luego se recupera.-relató la esposa del presidente Albert Hurray Jhonson retorciendo un caro pañuelo de seda.
-¿Recuerda usted algo más?, tendría que conocer todos sus síntomas.
-No, es todo...bueno, al volver de ese estado dice “pip
-Vaya por Dios –se lamentó el médico chasqueando la lengua.
-¿Es grave?
-Quizás. No quiero asustarla, pero debería verlo cuanto antes.

Linda guió al doctor por el intrincado laberinto de pasillos de la Residencia Presidencial. Torcieron un par de veces a la derecha y una a la izquierda tras pasar un busto dedicado a August November, vigésimoenésimo presidente electo. Llegaron al despacho del presidente, el pequeñito que no enseña a las visitas. La puerta estaba abierta.

Tras la mesa de despacho un ausente Hurray admiraba con los ojos abiertos a más no poder una mota de polvo que hacía lo que le daba la gana en mitad de la habitación. No reparó siquiera en los recién llegados, lo que expandió la preocupación de estos últimos.

-¿Ve doctor?, vuelve a estar en ese estado de nuevo.
-Es importante no perder la calma.
-¿Sabe ya lo que tiene?
-Es posible. Hágame un favor, vigile la puerta, nadie debe enterarse de esto.
-Lo haré –accedió dubitativa Linda.

El doctor colocó sobre la mesa el maletín negro que portaba, como es propio de todo galeno. Descorrió los pestillos y sacó su instrumental. Observó bajo la luz de las pupilas del ausente dirigente, confirmando su sospecha. Al fondo de sus pupilas se podía obervar como un pequeño reloj de arena se giraba al vaciarse cada uno de sus depósitos, en un proceso que no parecía acabar.

-Linda, mis sospechas eran ciertas. El presidente se ha colgado.
-¡Oh Dios Mío! –exclamó teatralmente la primera dama, para algo había preparado esta frase para casos de necesidad -¿avisamos a alguien?
-No, imagine el daño a su imagen. Va a tener que ayudarme.
-¿Yo? ¿Qué puedo hacer yo?
-En primer lugar debe darme su consentimiento para aplicarle el tratamiento.
-¿Es doloroso?
-En modo alguno. Sólo que no está exento de ciertos riesgos. Verá, su marido está dedicando su cerebro a algún proceso complicado, más allá de sus capacidades innatas. No podemos esperar a que se recupere de este proceso, el riesgo sería mayor.
-¿Entonces?
-Me temo que debemos resetearlo.

Linda, que se había educado para primera dama desde el jardín de infancia, no estaba preparada para esta contingencia. Miró al buen doctor con los ojos húmedos, luego a su marido, detenido en el tiempo, y tomó una decisión.

-De acuerdo. Hagámoslo. –creándose con esta decisión un universo paralelo en el que Linda se negaba en redondo, tomaba el poder y sojuzgaba el mundo, universo este del que quizás le hable otro día.
-Bien, según el modelo, su mecanismo de reset puede estar en la base de la columna o en un tercer pezón. Usted es su esposa, ¿tiene su marido una de estas protuberancias?.
-Verá doctor –comenzó a decir la primera dama mirando hacia otro lado – nuestras relaciones matrimoniales...son un poco descafeinadas, somos muy conservadores para eso...me da un poco de reparo decirlo, pero...siempre lo hacemos con ropa puesta.
-Le comprendo. Verá, esto es lo que haremos, yo le desabrocharé la camisa, usted introducirá una mano y buscará el pezón, si lo encuentra, púlselo suavemente.
-¿Porqué no lo hace usted?
-En primer lugar porque si entran y me ven hurgando indecorosamente al presidente tendremos que contarlo todo. Y en segundo lugar, mire, me da bastante vergüenza.
-De acuerdo, está bien..

Linda aventuró la mano en el pecho de su marido como el que mete un palo en un nido de víboras. Haciendo gala de su colección de muecas, hurgó hasta dar con el dispositivo, no sin sorpresa para sí misma. Pulsó levemente.

El presidente agachó la cabeza, ronroneó un par de veces y volvió a la consciencia tras unos segundos.

-Buenas noches presidente, ¿se encuentra bien?
-Por supuesto doctor, ¿qué es todo esto? –preguntó Hurray.
-Verás querido, estaba preocupada...
-Le veía cansado, eso es todo –contestó el doctor, haciendo una seña a Linda para que no lo pusiera al corriente.
-Es mi trabajo querida –contestó Hurray con su sonrisa de telediario nocturno.- Ahora, si me disculpaís, debo terminar unos asuntos.

Linda y el doctor se reunieron en el pasillo tras cerrar la puerta.

-No le cuentes nada, no es necesario.
-¿Y si vuelve a ocurrir?
-Ya sabes como actuar.

El médico se marchó por el pasillo salundando con una mano en alto sin mirar atrás. Linda esperó con toda su alma no tener que volver a pasar por ese trance.


Años después, y gracias al diario personal del doctor, encontrado tras su muerte, la trama quedó al descubierto. Gracias a él y desde entonces todos los presidentes corren bajo Linux según la ley 4-2036. Dios Bendiga Hanselsburgo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

III Premio de Blogs 20 minutos.

El diario 20 minutos ha dado el pistoletazo de salida para que los competidores del III Premio de blogs (“Ironblog: Sólo puede quedar uno”) ganen votos, expandan el ego y se hagan con unas piastras que vendrán la mar de bien. Puedo pecar de parcial, sí, pero vendrían bien un par de votos. Para ello sólo deben registrarse, dejar un correo, una póliza de dos pesetas y pedirlo por favor. Si se olvidan de pedirles la poliza guardenla para mejor ocasión.

Sobrevolando ya el primer aniversario de este rincón y el cuarto de la casa madre, Sótano 71, desde aquí pido su voto, como un dervergonzado político cualquiera. Eso sí, desde la estúpida linea moral que rige esta compañía, voten en conciencia y a gente que se lo merezca, mucha hay entre las categorías.

Busquen por aquí:

http://www.20minutos.es/premios_20_blogs/categorias/ficcion/P/

Quedan algunas historias que contar, repasando la caverna de los originales, al menos para dos años sin volver a pulsar las teclas. Hagánlo por la literatura gratuita, o por ser menesterosos. O porque de vez en cuando se divierten leyendo estas líneas.

lunes, 13 de octubre de 2008

TODAS IGUALES.

Son todas iguales.

Es obvio, de nuevo con las cosas que les suelto me ganaré el odio furibundo de unos y la comprensión de otros, con los que quizás no comparta demasiado. Pero ha de constarle un detalle: hablo de las cosas porque he estado delante, así puedo lanzarme a la piscina del escarnio público con un flotador hinchado de convicción. Eso sí, del barrigazo no me libra nadie.

Conducía mi Simca 1000, en el que, tristemente, jamás pude probar si la canción que le hacía referencia era cierta, por una de esas carreteras con campo a los lados y cielo por arriba, una de tantas que llevan a alguna parte. En el radiocassete aullaba Luís Santiago, cantante de moda en aquellos días y que me disgustaba especialmente, tanto es así que el coche se tragó la cinta un martes y no me la quiso devolver por temor a que la lanzara por la ventanilla ( algo muy probable ). Era lo único que podía escuchar.

Caía la noche con desgana, aburrida de la rutina, deseosa de anochecer a las tres de la tarde, solo por tener una experiencia nueva. Como digo, alguien tocaba el control del brillo y contraste apagando el paisaje. Fue al doblar una curva, una de tantas empeñada en cambiar el curso de la carretera, cuando un OANI ( objeto aparcado no identificado ) inundó mi campo de visión. Tal fue la impresión que mi querido coche fue a esconder medio cuerpo en la cuneta. Ya ven, una vez ve servidor una de esas cosas raras que cuentan por ahí, y lo ve aparcado, sin volar ni nada...una pena, porque en esos avistamientos quita puntos eso de la inmovilidad.

No tenía ni luces estroboscópicas, ni colores raros, ni soportes estrechitos...en realidad tenía poca pinta de cosa venida de las estrellas, muy funcional supongo, sin adornitos ( por aquella época nuestros coches eran iguales en este sentido ). Gris plateado con un toquecito de azul reflectante, alguna protuberancia con su misión, no puesta ahí por capricho y poco más. Y allí, junto a lo que parecía la puerta, estaba ella de pie.

De piel verdosa, espigada y de pelo escaso, pero con un innegable atractivo para alguien como yo, en barbecho en el terreno amoroso por demasiado tiempo. No pude resistirme a sus encantos ( tampoco lo intenté demasiado ). Con cautela, más que por su condición de extraterrestre por si su cónyuge volvía de la gasolinera más cercana con plutonio líquido, me acerqué a ella.

“Vaya noche para andar por aquí ¿no?”, pregunté, sintiéndome en un ridículo espantoso a las tres centésimas de segundo: la primera conversación de un humano con un ente de otro planeta y le hablé del tiempo...vaya embajador...aunque visto lo que hay en la tierra quizás si fui representativo.

Me contestó en un idioma extraño, me recordó aquel spectrum a cintas que andaba por casa, pero con un tono algo menos mecánico. Viendo mi cara de palurdo me señaló con una de sus extremidades la puerta, asió la manilla dando un par de tirones, dándome a entender que la puerta estaba atascada. Le contesté en inglés “don´t worry, I am helping you”, otra completa estupidez.. Corrí a mi coche, señalado por la vergüenza y agarré dos instrumentos de precisión, perfectos para intentar comprender la mecánica de unos aparatos capaces de burlarse de la velocidad de la luz. Armado con un martillo y un destornillador ( de mango amarillo para más señas ) con un par de golpecitos seguidos de otro par con un poco más de ahinco algo hizo “clinc” y la puerta se abrió docilmente. Un terráqueo ayudando a una raza superior. Y sin cobrarle.

Pletórico como yo estaba, la extraterrestre quiso llamar mi atención. Me fijé en sus ojos. Bueno, aquí habría que explicar algo, no es que fueran ojos...eran dos pelotitas brillantes colocadas en mitad de la cara, que por simpatía morfológica siempre traté como sus ojos. Claro que si eran otros organos y durante nuestra convivencia siempre me dirigí a ellos...podría explicar muchas cosas. El caso es que dentro de aquella nave empezamos nuestra relación. Y no crean lo que dicen por ahí: ni sondas ni nada, estuvo bastante apañadito el tema, pero no pienso darles detalles. Ya les gustaría, morbosillos.

Durante un tiempo ella se pasaba por aquí, los fines de semana y eso. Nos veíamos cerca de mi pueblo y allí, pues ya saben, las cosas de enamorados. Caricias, carantoñas, ¿de qué estrella vienes?. Las barreras de la incomprensión idiomática son derribadas por el amor, pero lo de hablar por gestos siempre nos vino muy bien.

A los dos meses llegó la crisis. “Vente a vivir a mi planeta” me indicó una noche. Me excusé en mi trabajo, mis amistades y en la posibilidad de que su atmósfera y mi pulmones fuesen incompatibles...razones tontas en definitiva. Ella quería algo más, yo no estaba seguro, nuestros mundos eran muy distintos ( eso sí que era verdad ), en fin, una noche me quedé esperándola donde costumbre y no apareció. Supe que la había decepcionado, y no pude culparla.

Para mitigar mi dolor me enrollé con la primera venusina con la que me crucé, dos kilómetros más adelante. Pero pensaba en ella...además la venusina era bastante más desagradable a la vista.

Así que ya ven, por eso puedo afirmar sin temor a faltar a la verdad que todas las extraterrestres son iguales, anhelando unos compromisos a los que es dificil acoplarse y queriendo cambiarte la vida.

¿Las mujeres de la tierra dice?, no, de esas no puedo hablar, no las conozco tan bien.

jueves, 2 de octubre de 2008

DOWNLOAD.

Estaba cuadrando balances, o al menos haciendo como el que los cuadraba, cuando se acercó Jorge. Con la excusa de un formulario rosa que por error había salido impreso en sánscrito, buscaba un rato de cháchara.

-¿Cómo fue el fin de semana? –preguntó mientras vigilaba por si nos sobrevolaba algún supervisor.
-Bueno...como de costumbre.
-¿Nada de interés?
-Pse, la familia, un rato de internet...ya sabes.
-¡Hay que ver cómo esta internet!
-Ya te digo, lleno de letras.
-Hombre claro, y de imágenes. ¿Has visto esa del Emperador de Indochina bajando del coche?, se le ven las ligas.
-¡No me digas!, vaya cosas...por cierto, me bajé una estrella del porno.
-¿Una película?
-No no, a la misma estrella. Miranda Flash me dijo que se llamaba.
-Bah, seguramente no será su nombre, usará un alias.
-Ni idea chico. El caso es que buscaba una tienda online de estanterías esotéricas, y debí pulsar algún anuncio de esos brillantes, y acabé allí.
-¿Te costó dinero?
-Pues fíjate, no, y mira que me extrañó. Le dí a bajar a la muchacha, y después de comer ya la tenía junto al ordenador.
-Está bien...pero ten cuidado, a ver si te van a cobrar luego.
-Pero si no saben quién soy.
-Hombre, tendrán tu IP o algo.
-Ahora que lo dices...
-¿Y qué has hecho con la estrella del porno?
-¿Eh?...ah...allí la tengo. Le hace mucha compañía a mi mujer por las mañanas.
-A ver si me la prestas un día de estos.
-Cuando quieras...
-Hasta luego.
-Sí sí...

Y así fue como Jorge me dio la mañana. ¿Me cobrarán la factura de bajarme una estrella del porno a final de mes?, ¿tendrán mi IP?, ¿qué es una IP?. Me tuvo cavilando hasta la hora del café.

( Mis condolencias a aquellos navegantes que vinieran buscando temas relacionados con el porno...esto no era más que una metáfora...o algo así ).

viernes, 19 de septiembre de 2008

CREENCIA ALTERNA.

Mathew no creía en la electricidad. No era una manía ni un desconocimiento sobre la materia, simplemente no lo veía factible.

Me lo contó aquella tarde del verano de 1968 mientras lo llevaba a caballito por la playa. Con par de toques con los nudillos en mi coronilla me hizo parar la marcha, aunque no se bajó: no quería mancharse los pies de arena, cosa que comprendí perfectamente. Se quedó mirando al sol dispuesto a esconderse bajo las sábanas del océano, y se emocionó como el suele conmoverse con las actividades diarias de la naturaleza. Se aclaró un poco la voz.

-Amigo, creo que es el momento oportuno de desvelarle mis creencias.
-No es mal escenario –admití.
-Sepa que no creo en la electricidad.
-¿Cómo es eso? –inquirí maravillado.
-Nunca la ví, aunque es cierto que oí hablar de ella.
-Tiene usted razón en parte –convine con cierto recelo.
-Explíquese.
-Verá, la electricidad hoy en día activa gran cantidad de aparatos: el tocadiscos, la fresquera...y sin olvidar bombillas y demás inventos destinados a iluminar –le enumeré.
-Entiéndame, no creo que mienta. Pero no puedo creer en algo que no veo.
-No, así visto, pues sí –repliqué convencido.

No volví a verlo hasta aquella tarde en el prado. Lo ví caminar con aire achacoso por el caminito de piedra, luciendo unos aparatosos vendajes y preocupado me apresuré a preguntarle por su salud.

-Amigo, ¿pero qué le ha ocurrido? –me interesé visiblemente azorado.
-Hola viejo compañero, ya ve usted, tuve un problema desde la última vez que nos vimos.
-Cuente cuente –le dije mientras se subía a mis hombros para pasear, no sin cierto esfuerzo por su parte.
-Estaba en casa de unos amigos jugando a la brisca. Les conté aquella teoría de la electricidad, ya sabe, en esa que no creía. Pues bien, ellos no estaban muy convencidos de que estuviera en lo cierto, por tanto me armé con un buen tenedor y hurgué uno de los enchufes del salón, para demostrar que aquella condenada electricidad no daría señales de existencia.
-¿Y qué ocurrió? –le dije mientras giraba hacia la derecha, tal como el me decía.
-Pues se conoce que la tal electricidad sabía de mis argumentos. Debía guardarme rencor: me dio tal latigazo que acabé de espaldas sobre la mesa partida en dos en la que jugábamos momentos antes.
-¿Cambió de idea? –pregunté, no sin cierta malicia.
-Ahora no creo en los coleópteros presumidos de dos metros con pajarita azul, gafas de concha y peinado con la raya en medio. Es más que probable que esos engendros no me causen daño.

Eso dijo segundos antes de cruzarnos con aquel escarabajo altísimo engalanado que acudía a una cita.

Mathew desde aquel día dejo de no creer en cosas.

O eso cree él.

viernes, 12 de septiembre de 2008

A TU PUERTA VENDRÁN.

Plano interior día. Rellano de edificio cualquiera. Podía ser el suyo.

Cristino, comercial en ciernes, intenta su primera venta de la semana ( estamos ya a viernes)

Euduviges, señora de su casa, abre la puerta ante la llamada del mozo, confundiéndolo a través de la mirilla con un antiguo novio que hacía la mili en Ceuta ( quitando importancia a los treinta años transcurridos )

-Buenos días señora.
-Ay, no es usted.
-¿Perdone?
-Nada nada, ¿qué quería?
-Buenos días, vengo de Chas Comunicaciones, ¿nos conoce?
-A usted no. Al otro tampoco.
-Le explico, somos una compañía de telefonía nueva, mucho mejor que los otros, y no es porque esté yo delante.
-Uy, yo telefonía...
-Es muy facilito señora, ¿podría pasar a robarle cinco minutos?
-No, tengo muy pocos. Además, es un piso grande con mucho mueble y no cabríamos los dos.
-No se preocupe, se lo explico aquí mismo.
-Le advierto que en mi casa quien se encarga de estas cosas es mi perro.
-¿Y no está?
-A saber...
-Yo se lo explico muy clarito. ¿Tiene usted teléfono móvil?
-Sí, lo justo para levantarlo, para limpiar el polvo por debajo.
-Tengo yo unas ofertas grandísimas.
-¿De detergente?
-No mujer, je je, de móviles.
-Ahm, ya le digo que quien se encarga de eso...
-A ver señora, ¿llama usted a menudo?
-Bueno sí, bastante.
-¿A quién llama?, si me permite la pregunta.
-A mi yo interior, me gusta hablar conmigo misma mientras veo la telenovela.
-¡Pero eso es estupendo para la salud señora!
-Eso dice mi hija, sí.
-Pues no se lo va a creer.
-Soy bastante incrédula.
-Durante dos minutos tengo una oferta de llamadas a su yo interior por la mitad de precio.
-¿Y cómo es eso?
-Verá, otras compañías le permiten hablar con su yo interior, pero para ello desvían la llamada a centralita, luego pasa por Albacete y Ponferrada y vuelve por aquí, por un cable finito que le instalarían hace tiempo, y ya habla consigo misma.
-No sé, quien se encarga...
-Pero nosotros lo hacemos mucho más simple. Usamos la tecnología satélite, y se ahorra usted pasos..¡y dinero!
-Por salétite, ¡qué adelantos!
-Como lo huele señora.
-Y dígame joven, ¿cómo sale de precio?
-Tirado.
-¿Tirado?
-Prácticamente tirado.
-¿Prácticamente tirado?
-Dos céntimos de micra más barato que otras compañías.
-No sé, no sé...yo hablo mucho conmigo misma...¿me compensará?
-Claro que sí señora.
-Es que no sé yo, ya le digo que quien se encarga...
-Pues se le agotan los dos minutos que dura esta oferta, ya me dirá que hacemos.

Entra en escena un coro de mariachis rubios, vestidos con trajes bermellón y pegatinas de propaganda de la compañía Chas Comunicaciones. Entonan una ranchera muy sentida sobre la bondad del producto, que hace que Euduviges baile al compás remangándose con pudor el delantal.

-Señora, ya ha oido usted a los mariachis.
-Si hijo, me ha recordado a mis tiempo de tuno.
-¿Qué me dice?, ¿contratamos?
-¡Venga!, y aunque sea un timo, con eso me entretengo metiéndome con usted y su empresa por las tardes.
-Claro, el contrato se lo permite.
-¿Dónde firmo?
-Eso es lo mejor, que no hace falta. Ya está usted dada de alta. Ya firmo yo de memoria cuando llegue a la oficina.
-¡Qué adelantos!

Eudiviges cierra la puerta. Mariachis y comercial bajan los escalones de dos en dos. Euduviges, de espaldas a la puerta intenta llamarse a sí misma, para probar la cobertura.

Se abre de nuevo la puerta. Se asoma al hueco de las escaleras.

-¡Oigaaaa, que me estoy llamando y comunicoooo!¡oigaaaa!

Los mariachis salen por la puerta del edificio con el comercial a hombros.

Fundido a negro

viernes, 29 de agosto de 2008

FILOTAXI.

El sol vuelve a esconderse, avergonzado de que le vean en la calle a esas horas. Los humanos van saliendo de trabajos y negocios como cuando abres una jaula y el bichito no está muy seguro de salir, no vaya a ser que sea una trampa. Todos van a casa porque en casa son mucho más felices...por eso y porque allí pueden poner los pies sobre la mesa.

Una pareja espera un taxi a la salida del MonstroSuperMarket-con-CinesFresquitosIncorporados-y-varias-Actividades-más-paraDejarse-el-sueldo, al que probablemente usted ya haya ido más de ninguna vez. Es una pareja cualquiera, una de esas parejas de dos personas que a veces se quieren, a veces se soportan y otras veces huelen bien ( o montan en bicicleta, según el día ). Aparece un taxi, con su luz verde, su cartel de libre, su señor dentro, vamos, un taxi completo. La pareja se introduce en la colonia de la casa del señor que constituye su taxi, echan mano de las reglas de buenas costumbres de rigor y le piden que les lleve a casa.

Hombre claro, le dicen la dirección, pero no voy yo a escribirla aquí por si van ustedes a visitar a esta pareja de madrugada solo por molestar.

Todo transcurre respetando las leyes de la normalidad y del espacio tiempo, cosa infrecuente en esta época en la que cada uno hace lo que quiere. El vehículo está dividido en dos por una mampara de mertracrilatos o ese material translúcido que se escribe parecido, y parece que el conductor va dentro de una pecera. La radio habla por hablar, como de costumbre, sin esperar especialmente que alguien le haga caso; pero ella echa sus ocho horitas de trabajo.

Se desencadena la tragedia. La locutora, en uno de sus folios preparados para tal efecto, lee una noticia sobre unos sofistas en el metro. El conductor, viendo que no interrumpe ninguna conversación importante en la parte de atrás, resopla.

-Ya ven ustedes, los sofistas esos.
-Sí sí –responde el él de la pareja, que podría llamarse Manolo.
-Vamos vamos, una vergüenza.
-Pse...-Esteban, sí, mejor que se llame Esteban, lanza un pequeño soplido y observa con mucho interés la tarifa de precios para este año pegada en la ventanilla de atrás.
-A los sofistas esos los arreglaba yo. Intentar cobrar por enseñar lo básico para ser ciudadano.¡Así va todo!
- -es todo lo que se oye en la parte de atrás.
-Sofistas, a mí se me montó una vez un sofista ahí atrás. “Lléveme al centro me dijo”, y se puso ahí detrás a leer. ¡A leer!, ¿se habrá visto cosa igual?
-
-Pero oigan, que los socráticos que vienen de por ahí no son mucho mejores. Yo no sé nada, yo no sé nada dicen. Claro, así, sin saber nada por la vida. –el discurso filosófico del taxista cada vez es más vehemente.

El padre de ella, un señor para más señas, había sido socrático toda la vida. El faltarle al respeto a su corriente era algo que hervía la sangre de ella, a la que no me apetece ponerle nombre. Lanzaba mensajes en morse a su compañero, aún interesado en el coste de llevar dos maletas de Sevilla a Albacete en dos horas.

-Socráticos, por ahí pensando, ya ven. Si es que en este país ya entra todo el mundo. Todo lleno de socráticos. Se van a quedar con todo. Y además, no se vayan ustedes a creer que se esconden, no no no, que van por ahí y les pregunta usted, y te confirman que son socráticos, sin problemas.

La falta de interés de uno y el malestar por parte de padre de la otra parecía no poder pararlo. El chófer miraba de cuando en cuando por el retrovisor, para asegurarse de que los clientes no se habían bajado en marcha.

-A lo mejor al presidente del gobierno le gustaría que se le tirase en plancha un socrático. Vería como no le daba tanta manga ancha. Perdonen, ¿me han dicho por aquí no?,¿dónde les viene bien?
-Aquí mismo, se lo suplico.-retomó la palabra Agustín ( escojo este nombre ya que me gusta menos que los otros ) tras tres kilómetros y un racimo de metros.
-Pues son seis euros diez caballero.

Mariano se apresuró en pagar, tanto que cogió la vuelta con una pierna fuera del vehículo. Su señora esperaba ya en la calle, bolso en ristre, y derritiendo el pavimiento con la mirada. Luís, con gesto bobalicón, se acercó a ella, muy interesado en el desgaste de una moneda de diez céntimos en la palma de su mano.

-¡Mira que no decirle nada!, sabiendo que mi padre es socrático y tú ahí, dejándole que diga de todo.
-Compréndelo cariño...es su taxi...Eso sí, se llega a meter con Platón y entonces es cuando le suelto una fresca al tío...a ver si deja de meterse con los filósofos y se corta las uñas.
-Sí, ahora.

Tomás miró de reojo la calle antes de entrar al portal, por si las moscas aquel señor estaba todavía por allí escuchando.

lunes, 18 de agosto de 2008

RECUERDOS.

Paseaba su cara de acelga cada jueves por el mercado, ponía en el mostrador sus ojeras a vista de todos, vendía al kilo su pesimismo y regalaba manojos de andares arrastrados. Era un tipo que miraba un café y agriaba la leche. Quizás por este carácter no había llegado nunca a las manos.

A decir verdad, había tenido pocas oportunidades de enfrentarse a nadie al no relacionarse mucho.

Pero ya a los cuarentayalgos largos había aprendido a convivir consigo mismo. Paseaba entre los puestos de pescado, con su inconfundible aroma a mar empantanada, cuando un señor vestido de chandal gesticuló al fondo del pasillo. Reconoció enseguida a Luís, compañero del Colegio de los Angustiados, al que bastantes pelos de la coronilla se le habían mudado bajo la nariz. Fue un apretón de manos sincero.

Cumplieron con el decálogo básico de amigos que se reencuentran: preguntar por la familia, que si estás igual, en qué trabajas, si sigues con aquella tipa con la que andabas...alegres de verse el tiempo justo para charlar y despedirse efusivamente, porque algo más de tiempo ya incomoda socialmente.

Con el intercambio de biografías de rigor, Luís, alegre como unas castañuelas a pilas, le soltó la frase fatal: “chico, da recuerdos en casa”, antes de desaparecer por la esquina de las coliflores.

La idea se instaló en la cabeza. Lo tuvo preocupado y algo más ausente de lo normal. Llegó a casa, saludó al portero automático y entró en casa. Su señora nada más verlo, le regañó. Volvió a salir, se limpió los zapatos en el felpudo y pidiendo permiso con curvatura de los hombros y levantamiento de cejas, obtuvo la venia de la autoridad competente.

Tras reñirle por el precio de los tomates, porque las patatas que traían estaban pochas y básicamente encontrándole faltas a todo lo que sacaba de la bolsa, su señora esposa, derrochando la amabilidad de costumbre, le preguntó: “¿cómo es que has tardado tanto hoy?”.Le explicó el encuentro con un viejo compañero de clase, habían charlado un rato y las manecillas del reloj dieron demasiadas vueltas sin permiso. Miró a los ojos a su cónyuge, a su costilla y con media sonrisa en los labios, que no usaba desde sus años mozos, le dijo: “me dijo que te diera recuerdos”.

Y así lo hizo. Le dio casi todos los recuerdos. Empezó por los especialmente malos: aquella excursión de la que volvieron a mitad de camino porque se le antojó a ella, la rabia que le dio no poder ver Eurovisión aquel año que España hizo un papel digno porque a ella se empeñó ver un serial americano malísimo y otros tantos disgustos que en su momento había sabido aguantar con estoicismo y resignación cristiana. Animado por el peso desalojado, siguió con los menos malos. Los buenos modos de su esposa al volver a casa día no día tampoco, el tapiz de cacería de ciervos de encima del sofá, su nula vida bajo las sábanas...Con cada recuerdo se quitaba años y ganaba salud, prestancia y color en el rostro. Siguió dando recuerdos mientras ella reculaba hacía la cocina ante lo extraño de la actitud del que hasta hoy había sido piltrafilla al que mandar a por los recados.

Con ella pegada al lavavajillas, le dio el último recuerdo. El partido de fútbol que no pudo ver porque a la señora se le antojó ir a ver tapicerías de hule para la cafetera, para no comprar ninguna. Se relajó tanto que le pareció flotar a algunos milímetros del suelo.

Se quedó con sus recuerdos indispensables. Una tarde en un jardín a la salida del colegio. Una montaña rusa. Un helado con trozos crujientes...y mucho espacio para salir a la calle y rellenarlo de recuerdos que valieran la pena.

miércoles, 6 de agosto de 2008

COMPAÑERO DESLEAL.

Los años de confianza y las miles de pólizas conseguidas por Sebastián parecían darle derecho a algunas cosas en la sede de Atchung Reseguros, al menos a el mismo le daba esta impresión. Aquella tarde no dudó en abrir la puerta de golpe sin molestarse en llamar. Esos segundos le dejaron un espacio reservado para realizar un “flashback”.

Siguiendo la más añeja tradición, se coronó como emperador de la oficina aquella tarde de miércoles, en la que, con un legajo bajo el sobaco y una sonrisa de raza superior cincelada en la cara, irrumpió en el centro de trabajo. Se acercó a la mesa del jefe de sección haciendo rechinar sus zapatos a propósito: ninguno de los presentes podía perderse aquél momento.

-Mariano, échale un ojo.
-A ver que me trae hoy el “terminator” de los seguros.
-Mira bien, página tres y siguientes.

Mariano, un hombre que nació mayor buscó a tientas su tercer par de gafas de lectura a media distancia mientras no quitaba ojo de los documentos. Sólo leyó el encabezamiento, se desgafó de un tirón y abrió los ojos a más no poder. Dando un apretón de manos, anunció:

-¡Señores, Sebastián ha conseguido que los de Grandes Almacenes Plorilán firmen el seguro!

Todos aplaudieron. Ni uno sólo guardó las manos. Incluso Rogelio, de Créditos Abusivos, salió del baño a media faena para aplaudir. Sebastián I el poderoso, ungido por los aceites del éxito. A partir de ese momento, el que no estuviese a su lado no estaría a ningún lado.

Sebastián, en un cálculo aproximado, no pagó el café de mediodía durante siete meses, los mismos que duró su mandato. El nuevo agente en prácticas, carne joven, le estaba poniendo en aprietos.

De momento, parte de la manada ya se había arrimado al cachorro.

Federico, director de sucursal, veía como Sebastián salía a empujones del recuerdo. Los ojos de este volvieron a su sitio mientras cerraba la puerta a sus espaldas. Soltó su parlamento sin ni siquiera hacer el intento de sentarse en la silla que le indicaba el director.

-No puedo trabajar con él.
-¿No puedes trabajar con quién?
-Con el nuevo.
-A ver, ¿qué te ha hecho el nuevo?
-Hacerme como hacerme, nada.
-¿Entonces?
-Va a lo suyo Federico.
-Aquí cada uno va a lo suyo, no me vengas con tonterías.
-Es que trabaja rápido para dejar en mal lugar a los demás, lo hace a propósito.
-O sea, según tú, rinde y va por encima de la media de contratación de pólizas por molestar.
-Sí.
-A todos.
-Sí, especialmente a mí. Quiere mi puesto.
-Tú no tienes puesto.
-Bueno, ya me entiendes. Además, en la última cena de empresa dijiste que es como si lo tuviera.
-¿No querrás que en la cena de navidad vaya por ahí sacando defectos a la gente para amargarles las fiestas?
-Lo que sea. Pero me está haciendo la zancadilla.
-Vas a tener que aprender a trabajar codo con codos con alguien como tú.
-No es como yo. Mucho tiene que comer para empezar a parecerse a mí.
-Es verdad, tiene tus cosas buenas y algunas de tus cosas malas. Las peores no te las ha quitado..
-Vamos, ¿tendreís queja?
-De tus pólizas y contrataciones ninguna. De tu manera de actuar, alguna me ha llegado.
-Seguro que el nuevo te ha calentado la oreja.
-La primera queja de ti me llegó quince días después de que entraras. ¿Sabes esas carpetas gruesas marrones en las que meto los papeles?
-Ehm...¿las del fichero?
-Esas, pues dos de ellas las rellenan las quejas sobre ti.
-¡Oye, pues si no estáis contento conmigo, pues punto! Mi finiquito y adiós muy buenas. En otras compañías se me van a rifar sabiendo lo que sé de esta.
-Sebastián, hijo. No te estás oyendo. Aún eres joven, y estás malacostumbrado a no pelear por las cosas. Piénsalo, un poco de sana competencia te vendrá bien.
-Ya ya...bueno, pues cuando hables con ese nuevo, de mi parte, o de la tuya, como quieras, le dices que mi sector es mío...que para eso llevo trabajándolo tres años.
-De tu parte. ¿Alguna cosa más?
-Ahora mismo no caigo...será el estado en el que me tiene el trepa este.
-Vale. Mira, tranquilízate, anúdate la corbata y sal a ver clientes, así te da un poco el fresco.
-Bueno. Ya hablaremos.

Sebastián abandonó la conversación sin estar muy convencido de haber logrado lo que había venido a buscar. Estaba perdiendo la sensación de poder que lo había drogado durante meses. Tuvo que confesarse algo a sí mismo: era una situación que no controlaba, y eso le asustaba.

Ah, Sebastián!. La próxima vez que quieras entrar, llamas a la puerta con tus manitas, por lo menos un par de veces, y ya veré si puedes entrar.
-Disculpa, yo...la cosa como está....ya sabes.
-Sí sí. Y otra cosilla. Como tu rendimiento y tus cifras bajen por esta chorrada, no va a hacer falta que dimitas. ¿Me explico?

Rectificó mentalmente. ESA situación si que le asustaba.

Cabizbajo, volvió al que fue su reino, su salón de juegos. La zona común de la oficina. Un espacio abierto en el que se diseminaban las mesas, que solían jugar a bombardearse unas a otras como los barcos piratas. Las miradas ya no lo buscaban. Estaban ocupados con el nuevo juguete.

El nuevo. Ese tío raro. Ese maldito pulpo con sus malditos ocho tentáculos.

¡Claro que trabajaba más rápido!. Aunque usara sólo la mitad de sus capacidades, ya tenía dos brazos más que cualquiera. Y luego estaba la labia, esa capacidad de decir sólo lo justo en el momento preciso para llevarse a los clientes al huerto.

¡Y cómo alardeaba con sus ventosas!, recogía papeles, abría cajones, sellaba documentos y actualizaba su ficha informática todo a la vez. Ya ves, la rubita esa del sector norte, Nuria, Ana...bueno...la rubita del sector norte, esa...esa estaba todo el santo día detrás de él. Si no había pasado nada era por decisión de Sebastián. Y mírala ahora, de chistecitos y confidencias con el pulpito. Chaquetera.

Debió estar más tiempo del que pensaba cavando en sus adentros, porque cuando quiso darse cuenta, el nuevo había dejado su mesa y reptaba en su dirección, rumbo al despacho del director.

Se cruzaron. Sebastián estuvo seguro de que lo había mirado por encima del hombro, ¡desde el suelo!. El pulpo Jeremías llamó a la puerta del despacho tres veces, alternando tentáculos, mientras que se servía un vaso de agua de la máquina y saludaba a...el nombre empezaba por “T”...bueno... ese tío de nóminas que acababa de entrar.

Federico le recibió con una amabilidad que nunca había usado con él. Al cerrarse la puerta estaba seguro de que ambos cuchicheaban. El final de Sebastián en Atchung Reseguros se acercaba a toda velocidad, despeñándose desde la montaña del triunfo que en tan poco tiempo escaló.

Pisoteó la moqueta, cogió su chaqueta y salió al mundo.

Condenado cefalópodo.

¡Jodío pulpo de los huevos!.

domingo, 27 de julio de 2008

FUERON ESTRELLAS DE CUATRO PUNTAS.

Lo más probable es que ustedes no conozcan a nuestros dos protagonistas por sus nombres reales, Alberto José y Mario Luís. Conformaron una de las parejas artísticas más sólidas y duraderas del mundo del espectáculo en nuestro país.

Su nombre artístico: los Dos Rombos.

En sus comienzos trabajan por separado, apareciendo en la esquinita de programas que el censor de turno consideraba que las mentes impresionables de sus conciudadanos no podrían comprender debidamente. Su repercusión fue mínima, e individualmente no alcanzan el éxito. Pero sus caminos no tardaron en cruzarse, como hacen todos los caminos paralelos construidos sin echar mano de mediciones. En tiempos en los que la madrugada televisiva tenía solo un protagonista: la carta de ajuste, cierta noche a horas tempranas, aparecieron juntos en el ángulo de los televisores patrios. Había nacido un mito.

Pero no hay persona ligada al mundo de la televisión que dure eternamente. Ambos estaban ya felizmente casados y con hijos pequeños, domiciliados en sendos chalets a las afueras de Madrid, a pocas calles de distancia uno del otro, en una zona de gran influencia social y política. Su relación, tanto en lo personal como en lo profesional era impecable. La historia y las idas y venidas de políticos y legisladores truncaron esta relación.

Regada por ilusiones e ideales de muchos, la democracia echó raíces, la modernidad se mudó a nuestra península y con paletadas de libertad enterraron a estos dos sufridos polígonos del espectáculo. Su clara alineación con el régimen dictatorial y a sectores poco permisivos de gobiernos que siguieron a la transición les pusieron las cosas difíciles. Una nueva manera de ver las cosas relegó su papel a mero testimonio. Los niños no corrían a la cama al verlos, los jóvenes, ansiosos de conocimientos carnales hertzianos, violencia gratuita y expresiones malsonantes venidas de otros mares se saltaban el toque de queda. Sólo algunos ciudadanos, recelosos de un cambio a tanta velocidad, seguían reclamando su aparición en las televisiones.
Estas últimas no eran suficientes voces.

Los buenos momentos atravesados pronto se olvidaron. Alberto José y Mario Luís vieron como, gota a gota, su relación se resquebrajaba. Cara al público seguían allí, en esa esquina, anunciando el subido tono de las imágenes. Todo parecía ir bien.

Sin embargo ya no compartían camerino. Y hacía meses que se habían soltado alguna que otra verdad a la cara. Para los ojos expertos, en pantalla aparecían cada vez más separados, su complicidad se había convertido en mera fachada.

El ente público, titubeante en aquellos tiempos de pleno cambio, decidió rescindir su contrato. Su imagen había perdido todo aquello por lo que habían triunfado. Una fatídica noche, en horario de máxima audiencia, la televisión emitió un film muy subido de tono.

Ellos no aparecieron. Lo peor: pocos los echaron en falta.

Actualmente viven retirados, de la profesión y el uno del otro. No quieren saber nada del medio y pasan poco tiempo juntos, momentos más debidos a la casualidad y a la nostalgia que a ganas reales de volver a verse, quizás porque al verse recuerdan lo que fueron, y luchan por olvidar. Alberto José tuvo dos hijos que con el tiempo también quisieron dedicarse a la profesión paterna: Círculo, fruto de su relación con la famosa tonadillera Margarita De Maracaibo, aparece con su amarillo esplendoroso advirtiendo de un contenido para mayores de 15 años. Por su parte Triángulo, algo más curtido, aparece en horas nocturnas luciendo traje rojo-peligro, con la finalidad de apartar a todo aquel menor de 18 años de las pantallas. Ambos disfrutan de escaso éxito, pero no cejan en su empeño.

Esta es la historia de dos trabajadores televisivos a la vieja usanza, atropellados por una sociedad que maduró y los olvidó con la misma rapidez con la que los adoptó como símbolos de lo prohibido, lo malo, lo violento y lo sensual.

A modo de anécdota. Circula una leyenda, dificilmente demostrable, según la cual durante la emisión de un telefilm de indios y vaqueros, con gran dosis de hemoglobina prefabricada, fueron tres los rombos. Algunos apuestan por la veracidad de esta leyenda mientras otros dudan de que en verdad ocurriera ¿Alguno de ustedes lo recuerda?

Servidor los vió.

domingo, 13 de julio de 2008

NO APTO.

Seguro que los más antiguos del lugar recuerdan cuando el servicio militar era obligatorio. Bueno, recordarán eso, algunas series de televisión, pastelitos desaparecidos y otros temas de conversación de gente de más de treinta. Les contaré lo que le sucedió a mi amigo Mariano cuando le llegó la hora de servir a su patria.

Según me decía, no es que no quisiera cumplir como ciudadano, le hacía cierta ilusión eso de cambiar de aires, conocer otra forma de vida. Sin embargo en el momento concreto había presentado unos informes médicos, para ver si se podía librar. “Hombre, si hay que hacerla la hago, pero tío, que si por lo mío me puedo librar, mejor ¿no?”.

Recibió una carta, con un matasellos de esos gordos de motivos aguilescos que tanto gustan en los ejércitos. Tenía que ir a una revisión médica, en un acuartelamiento en las afueras de la ciudad. Por descontado, no fui con él, coincidió con el día de entrega de notas en el instituto y yo no podía faltar. Así que fue con su madre y un compañero de trabajo de su padre, creo recordar. Todo lo que sé es lo que me contó, así que desconozco si le estoy faltando el respeto a la verdad en algún punto, espero que sepan perdonarme.

Habían mas chavales como el, que se sentaban en una habitación que recordaba demasiado a una capilla, con sus bancos para rezar porque te dieran por no apto y un señor tras una mesa de despacho, a un nivel más elevado que los novatos, hacía las veces de maestro de ceremonias. Fueron pasando hasta que llegó su turno. Un pequeño despachito era la consulta del médico militar. Al parecer el término “consulta” le quedaba dos tallas grande a la habitación: el único instrumental médico era uno de esos cuadros retroiluminados con letras para ver si uno esta cegato y una balanza romana. Procedieron a etiquetar a mi amigo: peso, altura, dioptrías...Hicieron que se sentara frente al médico militar.

-A ver, has presentado un par de certificados médicos.
-Sí señoría.
-Para librarte por la vista debería tener alguna dioptría más.
-Es que me parece que no puedo ver peor.
-Sin embargo, lo otro que has alegado...
-¿Sí?
-Según el médico...bueno, dice que eres un “ciborg”.
-Sí señor, sí.
-¿Es de nacimiento?
-¿Da más puntos?
-Hombre, según el manual de este año sí.
-Soy joven, pero por lo que puedo recordar, de toda la vida.
-Ajam. ¿Algún antecedente familiar?
-Mi padre es un androide.
-¿Y su madre?
-Es de Toledo.
-Pues nada chico, con esto no necesito nada más.

Salió de la pequeña habitación. Volvió a tomar asiento en la imitación de parroquia. Algo en su cerebro de adolescente le decía que se había librado, pero la sobrecarga de hormonas le creaba interferencias y no le dejaba oir el ruido de fondo. Según me cuenta, para un par de horas que pasó en el ejército ya se ganó una reprimenda por sentarse donde no debía. Creo que más bien sería una bronca, a lo mejor quería suavizarlo.

El señor militar que hacía las veces de cura le dijo en tono solemne “queda declarado no apto para el servicio”. Le habían llamado inútil en el colegio, y es la primera vez que se alegró de serlo.

Saliendo del cuartel, camino a casa, el guarda de la garita se interesó por el resultado.
-Pues parece que me he librado.
-¡Nada, estupendo, ahora a vivir la vida!.

Parece que no llevaba demasiado bien lo de hacer guardia en la puerta.

viernes, 4 de julio de 2008

SUPERSECRETO.

Mi vecino es un superhéroe. Salió en la conversación una tarde cuando coincidimos en el rellano esperando el ascensor. Debe ser cierto, porque conozco a mi vecino desde hace bastante tiempo y es un señor formal, poco amigo de bromas y bulos y cuya mayor excentricidad es mezclar el café con jugo de tomate.

Como les digo, me confesó sus superpoderes mientras admirábamos la prestancia del poto de plástico de la cuarta planta.

En un primer momento no supe qué decirle. Era uno de esos momentos socialmente comprometidos. No conozco a nadie que tenga superpoderes, ni recuerdo a nadie con un comportamiento extraño, fruto de su superhumanidad, que me hiciera sospechar. Pasaron pesadamente unos segundos. ¿Qué se hace en esas ocasiones?.

No me pareció elegante cambiar de tema. Si había dado el paso de admitir ante su queridísimo vecino su segunda vida, no podía corresponderle yo con indiferencia. Además, cada vez que el administrador del edificio convocaba reunión me ofrecía llevarme en coche y traerme de vuelta. Estaría feo.

Una vez leí un cómic de superhéroes. Es algo de lo que no me siento orgulloso, pero recomponer esos recuerdos en viñetas me ayudó a salir del paso. Le pregunté cómo era llevar una doble vida, y si lo sabía su familia.

Su mujer le había descubierto con medio cuerpo fuera de la ventana del lavadero, acudiendo a un aviso urgente de un volcán en erupción que amenazaba la seguridad de un mono, inquilino de una palmera. Tuvo que confesarlo todo. Su esposa, tras examinarle las pupilas y olerle el aliento le creyó a medias.

Se quedó algo más convencida cuando su marido salió volando.

Esa revelación le quitó de la cabeza que el raro proceder de su pareja se debía a una amiguita. La parte mala, ya sin secretos entre ellos: el ama de casa tuvo que remendar el supertraje malva y amarillo con hilo de pescar tras la vuelta de cada misión. Un engorro.

El ascensor tardaba demasiado. Una sola pregunta no me había servido para salir del paso. Me interesé por sus superpoderes. “Puedo volar, y planear un poco” me dijo “no pego muy fuerte, pero tengo mucha labia. Convenzo a los malos de apartarse del camino torcido. Por lo menos a veces. Las veces que no es suficiente, el supertirón me ayuda”. Me explicó el significado de supertirón, no era como la supervelocidad, era como un arranque muy rápido, un sprint , pero solía quedarse sin fuerzas pasados unos segundos. Después de eso solía volver a casa en bus...salvo los primeros de mes, que le alcanzaba para coger un taxi.

La señora del segundo, con las piernas de aquella manera, cogía el ascensor y solía dejarlo abierto mientras discutía con el gato de doña Eufrasia. No había otra explicación para la tardanza. No podía bajar a pie por las escaleras. Hay que guardar cierto decoro social, no podía dejarlo a mitad de conversación. Al fin el indicador se encendió y el ascensor nos alcanzó, bufando y quejándose.

Dentro el silencio se hizo más incomodo aún. En una caja de zapatos de proporción humana no había mucho en lo que fijarse. Quemé mi última pregunta. Si nos quedábamos encerrados tendría que pedirle que me contara una anécdota. Y no quería llegar a eso. “Bueno, ¿cuál es tu nombre de trabajo?”

“Subteniente Costilla.”

Apesadumbrado y revisándose los cordones de los zapatos, confesó haber llegado tarde al Registro de Superhéroes y Actividades Heroicas. Los nombres que aún quedaban no eran mucho mejores. Basilisco Man, Turbio, Adolfox....Capitán Cuenca no estaba del todo mal, pero debía estar empadronado allí, y era mucho follón.

“No esta mal del todo hombre”, le dije. “Lo importante es capturar malos y tener salud”. No lo vi muy convencido...pero el nudo social estaba desatado, abrí la puerta con rapidez, me despedí con un “pues que vaya bien” y alcancé el portal en dos zancadas.

Luego caí en la cuenta, podía haberle pedido la tarjeta para casos de apuro. Pasaría por el trago de sacar el temita al menos una vez más.

Yo y mi memoria.

domingo, 22 de junio de 2008

PREGUNTAS, PREGUNTAS.

El teléfono berreó hasta que lo cogí, igual que un niño pequeño. Nada más descolgar una voz misteriosa desgranó su diálogo.

-Buenas tardes caballero, ¿tendría tiempo para contestarme cinco preguntas?
-Bueno, sí,.A ver si son facilitas...
- Las cinco preguntas...¿quién? ¿por qué? ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?.
-Eh...no le...

El teléfono enmudeció. Me enfrenté con con un enigma de alto nivel. Unas cuestiones, unas dudas que se me antojaban más allá del conocimiento humano de andar por casa. ¿Qué debía responder?, ¿cómo me pondría en contacto con mi examinador una vez desvelara las respuestas?

Esas preguntas me arrojaron a la mala vida. Leía, leía mucho Al principio con amigos, poco a poco no supieron aguantar mi ritmo y leía solo. Empecé por Historia, luego pasé a algo más fuerte, y me enganché a la Filosofía. Tiempo después y ya víctima de la adicción me pasé a la Metafísica.

¡Que dudas me acechaban en la noche!. ¡Qué sinvivir en mí mismo!.

Así me quedé como me ven ustedes. La mala vida.

Ojalá hubiera sabido que la llamada la había recibido había sido efectuada por un teleoperador joven y primerizo que había tomado mal los apuntes de una encuesta sobre filtros de agua y con los nervios había dejado caer el teléfono al suelo.

¡Me habría ahorrado tantas preguntas!

domingo, 15 de junio de 2008

MI CUÑADO Y SUS TRAPICHEOS.

Creo que nunca se los he comentado, es algo que cuesta meter en una conversación normal. Y ahora que estamos aquí usted y yo es tan buen momento como cualquier otro. Verá, mi cuñado es espía ruso. En realidad nació en Zamora, sin embargo los responsables de reclutamiento nunca vieron en eso un impedimento.

En mi familia es algo normal. A veces le envían en un sobre amarillo lacrado fotografías aéreas de bases de misiles, que insiste en compartir con nosotros.Y miren, es tan soporífero como que alguien te enseñe las diapositivas de sus quince días en el pueblo de su señora. No se lo hacemos saber, el pobre se arriesga a un pelotón de fusilamiento, un consejo de guerra o que no le renueven la plaza de parking por entretenernos un rato, ¿quién le quita la ilusión?

Además, a mi hijo ya le ha regalado un par de trastos de espionaje de estos que ellos ya no usan. A mí me extraña, porque uno venía empaquetado de fábrica y todo, si les digo la verdad, creo que se los trae a escondidas del trabajo. Eso sí, al chaval le hace una ilusión tremenda.

Para mi hermana, su señora para más señas, es como un trabajo de oficina. A veces se queda a hacer horas extras, eso dice. Ella sabe que en ese momento estará en la bañera de espuma de alguna provocativa agente doble con una botella de Don Perignon. Pero está tranquila, sabe que no lo disfruta, que desearía estar con su familia y no con una pelandusca de largas pestaña y revolver en miniatura en la liga de las medias.

Me ha comentado ya un par de veces que me vaya a trabajar con él, que seguro que algo hay. Se empieza por trabajitos pequeños pero puede que después de un tiempo te envíen a sustituir a un alto dignatario al que te pareces muchísimo. O que vayas a volar un puente sobre el que pasará un cargamento ilegal de armas. A mi lo de las explosiones pues sí me va, porque de tanto verlo en las películas...además, que como albañil que soy me gustaría dedicarme a destruir de vez en cuando.

Pero es un horario muy esclavo. Eso sí, te da para un montón de anécdotas en las reuniones familiares. Calle calle, que me acabo de acordar...qué risa...verán...hace dos navidades, cenando todos en familia...que estampa señor, se levanta el tito Julián, saca una daga de entre las barbas e intenta apuñalar a mi cuñado. Nada, al principio un poco de susto, y en ese momento mi tio Julián sale de la cocina amordazado...resulta que el otro era un agente doble con pelucas y postizos de no se qué sitio...en fin, que se tomó unas copas, lo típico, hicimos fotos a los dos tios Julian juntos...lo que nos tuvimos que reir...mi preferida es esa en la que los dos se ponen en pose de acabar con mi cuñado y este en medio, que sabe poner unas caras que te partes...No, una cena para no olvidarse desde luego. Ya lo decía el falso tio Julián cuando salía por la puerta. “Si pasan por Washington alguna vez llaménme, que les enseño la ciudad”. Un tipo majo. Ven, no hay que llevarse mal por pertenecer a agencias de espionaje contrarias. Un trabajo como otros...anda, que si usted no pudiera tomarse el café con ese de la agencia de seguros que trabaja enfrente y que de vez en cuando le pisa los clientes, ¡vaya plan!...si hasta los políticos rivales se cuentan chistes en los pasillos de los congresos, hombre.

Recuerdenme que otro día les cuente algo de mi hermana Virtudes. Esa sí que tiene una vida curiosa.

sábado, 7 de junio de 2008

MI CUÑADO Y SUS TRAPICHEOS.

Creo que nunca se los he comentado, es algo que cuesta meter en una conversación normal. Y ahora que estamos aquí usted y yo es tan buen momento como cualquier otro. Verá, mi cuñado es espía ruso. En realidad nació en Zamora, sin embargo los responsables de reclutamiento nunca vieron en eso un impedimento.

En mi familia es algo normal. A veces le envían en un sobre amarillo lacrado fotografías aéreas de bases de misiles, que insiste en compartir con nosotros.Y miren, es tan soporífero como que alguien te enseñe las diapositivas de sus quince días en el pueblo de su señora. No se lo hacemos saber, el pobre se arriesga a un pelotón de fusilamiento, un consejo de guerra o que no le renueven la plaza de parking por entretenernos un rato, ¿quién le quita la ilusión?

Además, a mi hijo ya le ha regalado un par de trastos de espionaje de estos que ellos ya no usan. A mí me extraña, porque uno venía empaquetado de fábrica y todo, si les digo la verdad, creo que se los trae a escondidas del trabajo. Eso sí, al chaval le hace una ilusión tremenda.

Para mi hermana, su señora para más señas, es como un trabajo de oficina. A veces se queda a hacer horas extras, eso dice. Ella sabe que en ese momento estará en la bañera de espuma de alguna provocativa agente doble con una botella de Don Perignon. Pero está tranquila, sabe que no lo disfruta, que desearía estar con su familia y no con una pelandusca de largas pestaña y revolver en miniatura en la liga de las medias.

Me ha comentado ya un par de veces que me vaya a trabajar con él, que seguro que algo hay. Se empieza por trabajitos pequeños pero puede que después de un tiempo te envíen a sustituir a un alto dignatario al que te pareces muchísimo. O que vayas a volar un puente sobre el que pasará un cargamento ilegal de armas. A mi lo de las explosiones pues sí me va, porque de tanto verlo en las películas...además, que como albañil que soy me gustaría dedicarme a destruir de vez en cuando.

Pero es un horario muy esclavo. Eso sí, te da para un montón de anécdotas en las reuniones familiares. Calle calle, que me acabo de acordar...qué risa...verán...hace dos navidades, cenando todos en familia...que estampa señor, se levanta el tito Julián, saca una daga de entre las barbas e intenta apuñalar a mi cuñado. Nada, al principio un poco de susto, y en ese momento mi tio Julián sale de la cocina amordazado...resulta que el otro era un agente doble con pelucas y postizos de no se qué sitio...en fin, que se tomó unas copas, lo típico, hicimos fotos a los dos tios Julian juntos...lo que nos tuvimos que reír...mi preferida es esa en la que los dos se ponen en pose de acabar con mi cuñado y este en medio, que sabe poner unas caras que te partes...No, una cena para no olvidarse desde luego. Ya lo decía el falso tio Julián cuando salía por la puerta. “Si pasan por Washington alguna vez llaménme, que les enseño la ciudad”. Un tipo majo. Ven, no hay que llevarse mal por pertenecer a agencias de espionaje contrarias. Un trabajo como otros...anda, que si usted no pudiera tomarse el café con ese de la agencia de seguros que trabaja enfrente y que de vez en cuando le pisa los clientes, ¡vaya plan!...si hasta los políticos rivales se cuentan chistes en los pasillos de los congresos, hombre.

Recuérdenme que otro día les cuente algo de mi hermana Virtudes. Esa sí que tiene una vida curiosa.

jueves, 29 de mayo de 2008

NOCHE, APIÁDATE DE SERVIDOR.

La negra noche se arroja a los brazos de la ciudad como una amante despechada. Las farolas agujerean el manto azabache y rezagados peatones aprietan el paso, presas del pánico causado por el terror atávico de las tinieblas. Los edificios mutan en grotescos pilares comunales de almas humanas refugiadas del influjo ancestral de los malos augurios que adornan la nocturnidad. Figuras corvadas se acoplan a esquinas, movidas por bajos instintos, sedientos de dinero no ganado acechan posibles víctimas. No hay lugar seguro, no hay calle iluminada que no albergue las tendencias desviadas de moradores de las tinieblas, personajes de baja catadura moral, vampiros sociales, que buscan perpetuar su especie de taladradores de almas, traficantes de sustancias que nublan el juicio, difuminan la línea que separa el bien y el mal, anulan la capacidad de decidir y destruyen, en definitiva, los cimientos sobre los que se construyen la dignidad del alma humana, y en consecuencia, el recto devenir de los ciudadanos de bien.

Esa es la razón por la que no te dejo salir esta noche.

Por eso, y porque soy tu padre. Y punto en boca.

miércoles, 14 de mayo de 2008

LA GRAN NOVELA.

Casimiro se levantó impulsado por sus propias ideas. La suya siempre había sido una imaginación más bien parca, una vez creyó que había inventado un chiste bastante elocuente, pero poco después admitió para sus adentros que lo había leído en una presentación de powerpoint que un compañero le había mandado por correo electrónico.

La inspiración espontánea tenía un motivo: las musas venían a visitar al pintor del cuarto derecha, pero en el edificio de Casimiro no se cuenta la planta baja como tal, sino como primera planta...en fin, una confusión del servicio de documentación de las musas como tantas otras. Llamaron a la puerta de Casimiro y este enseguida tuvo la idea de las ideas para la gran novela americana...escrita desde España. Un detalle sin importancia.

¿Pero cómo iba a escribirla?, pensó que probablemente a su futuro editor le vendría mejor en formato electrónico, y el nuevo escritor en ciernes no quería ralentizar el ritmo de producción. Se lanzó a la calle tarjeta de crédito en ristre. Tras trescientos pasos y un giro de cuarenta y tres grados encontró una tienda de informática y demás cacharros. Entró triunfal abriendo la puerta al límite de las bisagras y aireando la Visa gritó “quiero el ordenador más potente que tenga, para escribir, internet y esas cosas”.

Subió a casa su compra como quien mete a escondidas una prostituta. Se aseguró de no cruzarse con nadie en el portal, ya se sabe que los envidiosos vecinos hacen comentarios sobre los inquilinos más dotados intelectualmente.

Siguiendo unas sencillas instrucciones proporcionadas por el fabricante y en tan solo diez días Casimiro acabó con la tarea de desembalaje e instalación de su instrumento de creación. Únicamente necesitó la ayuda de tres amigos informáticos, con el importante logro de perder la amistad de uno sólo de ellos en el proceso.

Arrastró una silla de la cocina, a la que acopló un mullido cojín. Una etiqueta adhesiva señalaba el botón a pulsar, así que empujó el interruptor de encendido, abrió una botella de agua tónica, crujió los dedos y puso manos a la obra.

Ensimismado descargó todo su ser sobre aquel texto. Desnudó su alma, recurrió a momentos duros que creía olvidados, retuvo lágrimas, enseñó los dientes al mundo y cayó rendido tras cinco días. En tiempo record y de una sentada, su novela, la gran novela, estaba lista.

Se preguntó dónde guardaría el ordenador todas aquellas cosas que había escrito. Por toda respuesta, la fria máquina le devolvía “System volume not found, insert system disk and press any key”.

Casimiro se levanta cada mañana esperanzado. Mira su ordenador aún encendido después de tanto tiempo. Esboza una sonrisa y sabe que el relato de su vida está ahí, escondido en algún lugar entre esa lista de “c:/System not found. Insert system disk or make contact with your local retailer”.

Cerca queda el día de su triunfo.