domingo, 9 de noviembre de 2008

IN THE TIME OF DARKNESS, THE CHOOSEN WILL RISE. ( I )

Era la frase grabada al aguafuerte en mi mente aquella funesta noche. Vagaba por el interior de mi cabeza como si fuera un extranjero intentando encontrar el desvío de la autovía correcto para entrar en la ciudad. Tras los vapores producidos por el alcohol me pareció reconocer mi bloque, ejecuté un traspiés de nota teniendo en cuenta su improvisación y fui a parar a los setos de la entrada, a los que saludé sin demora.

Una vez recuperada la verticalidad ( más-menos quince grados respecto al eje “y“) rebusqué las llaves en los bolsillos, logrando solo cerciorarme de que aún conservaba los muslos, lo que supuso una información novedosa en mi cerebro, saturado de alcohol.

Si no llega a ser porque mi vecina Doña Francisca sacó a pasear a su perro-mopa mientras me aferraba al portal para que no se escapara, aún estaría allí servidor intentando abrir con la pelusa de los bolsillos.

Como la odié por aquello...atiendame y sabrá porqué.

Intentando vencer el baile de escalones, un murmullo inquietante llegó a mis oidos. Un suave ronroneo de voces guturales, como un líquido al hervir.

THE CHOOSEN, THE CHOOSEN.

Era la letra de aquel mantra. En principio lo atribuí a una botella de más, pero el ruido procedía de un lugar concreto, el cuarto de los contadores. Aumenté el ritmo de subida a dos peldaños por minuto y llegué a mi rellano. Pulsé el interruptor de la luz al tercer intento antes de clasificar la docena de llaves colgadas de un llavero de Alquiler de Automóviles Atchung. Dejé un par de marcas en la madera de la puerta, recuerdo de aquella noche, y entré cerrando la puerta a mis espaldas, mientras por debajo de ella se colaba aquel rumor.

THE CHOOSEN, THE CHOOSEN.

Era sólo el principio del espectáculo teatral que me había preparado el destino en una noche en la que mi cuerpo solo era capaz de llegar a la cama sin demasiado daño para las espinillas.

En mitad del salón estaba él.

El anciano. Y no uno de esos jugadores de dominó reunidos en torno a una mesa de bar. Era un venerable anciano con todas sus letras. Ataviado con una túnica grisácea y con una mata de pelo rizada cayendo en catarata desde su frente, se apoyaba grácilmente en una vara de una madera extraña, rematada por una pieza de metal grabada.

No cruzó palabra alguna conmigo. Se limitó a señalar hacia la puerta con gesto hosco, aumentando mi sensación de peligro latente. Tras esto como se acomodaba en el sillón junto a la ventana, extraía de debajo de su manto un saquito con frutos secos y disfrutaba de un espectáculo seguro.

Una bestia parda derribó mi puerta de cartón corrugado prensado. Una abominación tendente a la cojera, armada con algún tipo de arcaico instrumento de guerra con tres puntas que ni corto ni perezoso incrustó en el equipo de música, al que dejé al descubierto tras desplomarme sobre el sofá. "Honskag aarf Delgota" rezaba su camiseta de tirantes, y supuse estupidamente que era su nombre...¿qué idiota lleva su nombre en una camiseta?. Honskag se volteó con increíble agilidad viendo su cuerpo mal abocetado, salpicando de babas los estuches de dvd de una estantería sobre la televisión, derritiéndolos al instante. Casi a gatas usando piernas y brazos me arrastré hasta el viejo, del que solo logré un leve movimiento de barbilla apuntando al monstruo mientras pelaba algo parecido a una pipa de calabaza. Agarré un flexo enchufado y se lo probé al monstruo como modelo de sombrerito. No pareció gustarle, dado su chamuscado repentino y sus convulsiones de agonía, consumiéndose su cuerpo segundos después sin dejar rastro.

El viejo se levantó, hizo un gesto de aprobación, se rebuscó en los bolsillos y me hizo entrega de una joya granate. Volvió a tomar asiento dando un par de palmas .

Para aquellos de ustedes que no pasaran por delante de mi ventana aquella noche les será dificil imaginar lo que vino después. En mi humilde apartamento de apenas sesenta metros cuadrados se presentaron de improviso decenas de aberraciones naturales proveniente de Dios-sabe-dónde ( uno de ellos me confirmó su lugar de partida mientras intentaba separarme la cabeza del cuerpo ), unas entraban por la desguarnecida entrada, otros se materializaban en el pasillo y otros simplemente reptaban fuera de las cañerías o aparecían de entre las pelusas, habitantes habituales de los bajos del mobiliario.

En mitad de un desafío sobrehumano, sólo yo, abandonado el cálido sopor de las copas de más, se enfrentaba a las hordas venidas del Nosédonde.

Continuará

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