viernes, 10 de diciembre de 2010

TRAYECTO DE IDA Y VUELTA.


Los vagones recorrían la cremallera aún a riesgo de separar de manera constatable las dos Sempiternias. Árboles solitarios se desperezaban a su paso para observar la fiambrera de pasajeros en viajes de negocios. De cuando en cuando se levantaba una loma en los laterales de la vía, quedando convertida gracias al efecto del desplazamiento en un borrón en tonos tierras. Tras pasar por un tunel que los desgustó para después escupirlos, el tren perdió la velocidad justa para encajarse en una estación brutalista de cemento desnudo, a medio camino de dos capitales.

Subió don Eusebio no queriendo parecer especialmente torpe, consagrando su habilidad nula en los viajes ojeando con suficiencia su billete y portando un maletín más por mimetismo que por necesidad. Ocupó el sillón convenido, el quinto c, queriendo comentar con un vecino de sillón la coincidencia con su vivienda habitual pero retenido en este ímpetu comunicativo por su habitual reserva. Sonrió al cristal y tras unos chasquidos y estremecimientos hidráulicos, el tren se despegó de aquella población asegurándole su vuelta momentánea unas horas más tarde.

Las afueras de la ciudad, ocupando este lugar por sus evidentes defectos estéticos, desfilaron ante la vista de don Eusebio, corriendo hacia él como un sobrino deseoso de pasar el trance del saludo para pasar al capítulo de obsequios. El paisaje después se disolvió, cayendo hacia el abismo del horizonte dejando tras de sí una capa espesa de niebla color acero. Todo llegaría. Los compradores firmarían sobre la línea de puntos. Estrecharían su mano. El empujaría la puerta de metacrilato y lo celebraría, tras telefonear a la central, en la esquina de una desconocida cafetería parapetado tras un periódico y degustando el segundo café más barato de la carta. Luego vendría el respeto en la central, el reconocimiento, los laureles y las palmadas. Daría medio sueldo de un mes por aquella palmada. Pero estaba hecho, sólo quedaba llegar, acudir a la hora y secarse las manos en las perneras sin ser amonestado.

Un amable timbre precedió la voz grabada en dos idiomas de una desconocida, anunciando la siguiente parada. Iba a ser una pausa muy corta, así lo aseguraba aquella boca eléctrica sin posibilidad de mentir. Subió un señor y otro miró por las ventanas, con la nariz a la altura de las juntas de goma. Volvieron los gruñidos mecánicos, pero para sorpresa de don Eusebio el tren volvió a rebobinar el recorrido, discurriendo los pilares de aquel desconocido paraje ya de manera familiar. Transitaba en sentido contrario y su sentido común, además de su organismo, no estaba habituado a esa rebeldía. La angustia por lo desconocido se filtró en el miedo a no estar en el camino correcto, sazonado con lo imposible de amonestar al conductor. Volvió a pegarse al cristal intentando verlo todo más claro.

Quizás algún aspecto no quedara claro en el contrato. A lo mejor el fax no les había llegado completo y había cortado una cláusula problemática. ¿Qué respondería a las preguntas de los señores ya con la mano a punto de sacar la cartera y la pluma? Si balbuceaba, bizqueaba o denotaba de alguna manera con un fallo de su organismo un grado de desconfianza en lo acertado de la venta podía derrumbarse todo, como una gran oficina construida con legajos mojados. Se iba a quedar sin palmada, por descontado. Laureles secos, desconfianza, cajas destempladas...Necesitaría una tila y la tomaría en la barra. Se contentaría con leer la carta, aún a sabiendas de no tener apetito para consumir nada más allá de la infusión. Quizás se equivocaría de puerta al salir del despacho de los compradores y sería para él motivo de burla soterrada. Su mano estaría mojada, su pluma no tendría tinta...Iba a quedarse a medias.

Las afueras en esa ocasión le parecieron aún más espantosas, desconchadas y derribables. Su persistencia había llamado la atención del revisor, habituado a verlo apoyado en el cristal como buscando a algún conocido en el siguiente vagón.

Le solicitó el billete y al comprobar la cantidad de tramos que había recorrido fuera del abono, le solicitó explicaciones.

Prometió bajarse en el siguiente tramo en el que fuera a favor de la corriente. Cuando todo viniera rodado.