martes, 29 de enero de 2008

EL SEÑOR DEL ESPEJO.

Manuelo se levantó con su probado dinamismo habitual, esto es, arrastrando su cuerpo fuera de la cama en una estupenda representación de los ánimos de un saco de patatas. Arrastrando los pies de manera escalonada terminó, sin saber muy bien como, en el baño de la casa unifamiliar. Giró las bombillas del espejo del baño, porque su padre le enseñó a no creer en los interruptores y lo vió allí. Una imagen en el espejo que no conocía.

Y no piensen que este es uno de esos relatos de sustos, intrigas y gente que se salta a la torera las reglas de la parca. No. Simplemente Manuelo no se reconoció ante el espejo. Guiñó los ojos, ya de por sí entrecerrados debido al madrugón y escaneó mentalmente el reflejo que tenía ante sus narices.

Supo reaccionar correctamente en tiempo y forma. Saludó de manera educada a la imagen y le preguntó por la salud, a lo que la imagen respondió “ahí vamos tirando”.

Con este simple gesto Manuelo ganó un amigo con el que compartir los primeros minutos de la jornada. ¿Ven?, es una preciosa historia de confraternización con otras realidades, que al final termina bien y no se ve interrumpida por número musicales. Lo que los profesionales denominamos “un relato sin desperdicio”. Bueno, denominaríamos si conociese yo de primera mano algún profesional...y servidor menos que ninguno.

jueves, 17 de enero de 2008

AGUSTINO Y SU BAUTIZO DE FUEGO EN EL INEM.

Agustino, cuyo principal pesar era el peso de su nombre mismo, se acercó temeroso a la oficina de empleo, en una calurosa mañana del mes de enero. Su bautismo de fuego en la oficina de colocación. Tal es así que fue estrechando la mano uno a uno a todos los candidatos a posibles asalariados que allí se congregaban, consiguiendo con ello un espontáneo fresco de reacciones humanas, desde el “este tío esta fatal” al “creía que la amabilidad había muerto”.

Nuestro hombre esperó pacientemente su turno, atento a los avatares vitales de sus compañeros de cola. Manoseando nervioso un recibo de la luz ( consideró que debía llevar algo entre las manos para no hacer el ridículo en la oficina ) se aproximó al funcionario empleador. Este, con amabilidad inusitada, correspondió el saludo de
Agustino con un gutural “¿Greñegre?”, que nuestro protagonista no supo desvelar. Por si acaso, dijo en voz algo forzada y buscando la complicidad “mire usted, me lo he dejado en casa”. Los allí reunidos no encontraron la gracia al asunto, ni siquiera se esforzaron en buscarla.

-A ver, ¿su primera vez?
-A los veintialgo en casa de los padres de ella. Muy romántico, abrimos una botella...
-Digo que si es la primera vez que se inscribe.
-Si señor sí, por la patria y la humanidad.
-Eah, a ver, su dni.

El funcionario, Jacinto para más señas, arrancó de los temblorosos dedos de Agustín su cartilla de identidad. Miró un par de veces a foto y persona fotografiada por este orden y con el oficio adquirido durante años, tecleó los datos del interfecto buscando una a una las teclas en su terminal esperando que ninguna hubiese desaparecido esa mañana a la hora del café.

-A ver, caballero, titulación.
-Pues mire usted señoría, yo títulos ninguno, soy de familia humilde. Ni conde ni nada.
-Mire que se lo adivino, estudios básicos.
-Sí señor sí, ¿no estudiaría usted conmigo?
-Ehm...no, bueno, pues vamos a acabar pronto. ¿Alguna habilidad especial?
-A los cinco años me comí una tarrina de mantequilla en mal estado. Desde entonces vuelo los días de diario, y descanso los sábados, domingos y fiestas de guardar.

Esta aseveración tan audaz dejó boquiabiertos a los presentes, a todos salvo a Jacinto ( que se llamó Teresa en una época oscura ) que andaba acostumbrado a lidiar con fauna variopinta. Sin pensarlo un segundo y con un cierto toque de incredulidad, dijo a Agustino, “pues sea, a volar joven”.

Nuestro amigo ejecutó un primoroso aleteo en la oficina de empleo. Empezó algo tímido, pero ante el estupor general fue ganando confianza y ejecutó un par de piruetas muy del gusto del público, atreviéndose incluso en la última parte de la demostración a realizar un vuelo arriesgadísimo entre dos columnas. Sudoroso pero satisfecho posó sus pies justo en la línea de “espere su turno”. Pidió permiso para volver al mostrador a la par de unos tímidos aplausos al fondo de la sala.

-Y bien, ¿habrá algo de volar por ahí?
-Mire usted, vuela usted, sí, no se lo niego, pero tengo en la lista a trescientas dos personas que vuelan con más garbo que usted, con más soltura y espectacularidad. Usted no lleva dos bombas de humo para dejar dibujos en el aire, no viste pañuelos vaporosos ni tiene presencia...vamos, usted, como mucho, auxiliar de vuelo.

Agustino encontró empleo de manera inmediata, no por parte del instituto de fomento de empleo, que bien es sabido que no atienden demasiado a sus obligaciones, sino por un pretendiente de su señora madre que lo colocó en unos grandes almacenes. Se ocupó de reponer los artículos de las baldas más altas, realizando algunos espectáculos extras en fechas señaladas.

Eso sí, siempre descansó en sábados, domingos y fiestas de guardar...salvo una vez que hizo el turno de un compañero.

viernes, 11 de enero de 2008

EN HONOR A SU PADRE.

Heriberto Sacapuntas era la demostración palpable, fehaciente y en más hueso que carne de la validez de la teoría evolutiva de las especies. Había logrado en sus escasos treinta años de existencia ser rastrero, ruin, amigo de broncas y peleas, desconsiderado, manipulador, tergiversador, malinchista, dañino, vago, acusica y con entradas pronunciadas.

Su señor padre a su misma edad sólo era un estúpido.