jueves, 29 de mayo de 2008

NOCHE, APIÁDATE DE SERVIDOR.

La negra noche se arroja a los brazos de la ciudad como una amante despechada. Las farolas agujerean el manto azabache y rezagados peatones aprietan el paso, presas del pánico causado por el terror atávico de las tinieblas. Los edificios mutan en grotescos pilares comunales de almas humanas refugiadas del influjo ancestral de los malos augurios que adornan la nocturnidad. Figuras corvadas se acoplan a esquinas, movidas por bajos instintos, sedientos de dinero no ganado acechan posibles víctimas. No hay lugar seguro, no hay calle iluminada que no albergue las tendencias desviadas de moradores de las tinieblas, personajes de baja catadura moral, vampiros sociales, que buscan perpetuar su especie de taladradores de almas, traficantes de sustancias que nublan el juicio, difuminan la línea que separa el bien y el mal, anulan la capacidad de decidir y destruyen, en definitiva, los cimientos sobre los que se construyen la dignidad del alma humana, y en consecuencia, el recto devenir de los ciudadanos de bien.

Esa es la razón por la que no te dejo salir esta noche.

Por eso, y porque soy tu padre. Y punto en boca.

miércoles, 14 de mayo de 2008

LA GRAN NOVELA.

Casimiro se levantó impulsado por sus propias ideas. La suya siempre había sido una imaginación más bien parca, una vez creyó que había inventado un chiste bastante elocuente, pero poco después admitió para sus adentros que lo había leído en una presentación de powerpoint que un compañero le había mandado por correo electrónico.

La inspiración espontánea tenía un motivo: las musas venían a visitar al pintor del cuarto derecha, pero en el edificio de Casimiro no se cuenta la planta baja como tal, sino como primera planta...en fin, una confusión del servicio de documentación de las musas como tantas otras. Llamaron a la puerta de Casimiro y este enseguida tuvo la idea de las ideas para la gran novela americana...escrita desde España. Un detalle sin importancia.

¿Pero cómo iba a escribirla?, pensó que probablemente a su futuro editor le vendría mejor en formato electrónico, y el nuevo escritor en ciernes no quería ralentizar el ritmo de producción. Se lanzó a la calle tarjeta de crédito en ristre. Tras trescientos pasos y un giro de cuarenta y tres grados encontró una tienda de informática y demás cacharros. Entró triunfal abriendo la puerta al límite de las bisagras y aireando la Visa gritó “quiero el ordenador más potente que tenga, para escribir, internet y esas cosas”.

Subió a casa su compra como quien mete a escondidas una prostituta. Se aseguró de no cruzarse con nadie en el portal, ya se sabe que los envidiosos vecinos hacen comentarios sobre los inquilinos más dotados intelectualmente.

Siguiendo unas sencillas instrucciones proporcionadas por el fabricante y en tan solo diez días Casimiro acabó con la tarea de desembalaje e instalación de su instrumento de creación. Únicamente necesitó la ayuda de tres amigos informáticos, con el importante logro de perder la amistad de uno sólo de ellos en el proceso.

Arrastró una silla de la cocina, a la que acopló un mullido cojín. Una etiqueta adhesiva señalaba el botón a pulsar, así que empujó el interruptor de encendido, abrió una botella de agua tónica, crujió los dedos y puso manos a la obra.

Ensimismado descargó todo su ser sobre aquel texto. Desnudó su alma, recurrió a momentos duros que creía olvidados, retuvo lágrimas, enseñó los dientes al mundo y cayó rendido tras cinco días. En tiempo record y de una sentada, su novela, la gran novela, estaba lista.

Se preguntó dónde guardaría el ordenador todas aquellas cosas que había escrito. Por toda respuesta, la fria máquina le devolvía “System volume not found, insert system disk and press any key”.

Casimiro se levanta cada mañana esperanzado. Mira su ordenador aún encendido después de tanto tiempo. Esboza una sonrisa y sabe que el relato de su vida está ahí, escondido en algún lugar entre esa lista de “c:/System not found. Insert system disk or make contact with your local retailer”.

Cerca queda el día de su triunfo.

martes, 6 de mayo de 2008

ESCOLLOS MÓVILES.

Una transacción comercial, aparentemente, debería ser algo previsible, mecánico y directo. Usted quiere un algo que yo tengo. Usted rellena unos documentos y/o entrega un precio a cambio. Se echa mano de las normas de educación que todos conocemos y ambas partes cumplen con su cometido en la cadena productiva.

Pues no. Es tarea del "homo sapiens" medio emborronar lo simple. Lo siguiente pasó cerca de su casa, y usted podía haber estado allí.

Centro comercial. Establecimiento de venta de telefonía móvil, artículos, funditas y demás complementos que hacen su comunicación más eficiente. El sujeto B accede al local por la puerta delantera. El sujeto A se encuentra tras el mostrador.

B. -Buenas tardes.

Primer escollo. Sólo llevamos dos intercambios de ideas y empezamos con problemas. El interlocutor obvia uno de los artículos fundamentales de la Ley “Sea usted amable, es gratis”. Pero prosigamos con este interesante estudio ( lo escribo yo, para mí es interesantísimo y sé lo que voy a decir, imagino que para usted será un texto fundamental ).

El sujeto B ante la negación de devuelta de saludo y buenas intenciones, agacha las orejas, se repasa con atención las manos, saluda a una mosca conocida suya que pasaba por allí y lee al revés el catálogo de móviles del mes.

El sujeto A teclea incansable su ordenador. Puede estar terminando trabajo atrasado, batiendo el récord de buscaminas o charlando con su novia de Algeciras.

Valiosos minutos transcurren. En este tiempo un científico de Utah hace el descubrimiento de su vida. Un bombero de Viena salva a un niño de las voraces fauces del fuego. Alguien por fin resuelve un sudoku que tenía atragantado. En este tiempo el sujeto B conoce mejor sus uñas.

Hierático, el sujeto A sigue a lo suyo. Teclea, entra del almacén, cumplimenta formularios y se rasca la rabadilla. El sujeto B empieza a dudar de su propia existencia. Tras quince minutos y con una sonrisa, el sujeto A atiende al señor B y a sus obligaciones al unísono.

A. –Buenas tardes, dígame.
B. –Verá, he visto que tienen ustedes grandes ofertas impresionantes.
A. –Es el mes de “Gangas, compre más, pague lo mismo a plazos”.
B. –Sí sí, y una publicidad visual muy bien dirigida.
A. –Usted dirá.
B. –Pues quería uno de esos móviles por cero euros todo incluido.
A. –¿Es usted de contrato o de prepago?
B. –Hombre, verá, mi suegro sí me tiene con contrato, bueno, por que mantenga a su hija y eso, imagínese. Es una empresa de envasado de pescado crudo y yo le llevo el papeleo...en fin, qué le voy a contar. Y a mi me paga siempre después de trabajar, que menudo es el para adelantar sueldos. Pero vamos, que será como en todos los sitios.
A. -Veamos, ¿tiene usted móvil?
B. –No, si no no vendría a por uno.
A. -¿Ha visto alguno que le guste?
B –No sé que sugiere, yo soy un hombre de la cabeza a los pies. Lo que ocurrió en aquella acampada no es asunto suyo.
A. –Me refiero a un teléfono.
B –Me da igual, con tal de que llame...y que me llame alguien, ¿tiene ofertas de personas que te llamen y te den cariño?
A –Creo que llegan el lunes.
B –Por poco...en fin pollo, muéstreme el género.
A -Estos son traídos directamente de Alemania.
B –Zalamero...eso se lo dirá usted a todos. Es bonito.
A. –Además viene con cámara integrada.
B. –Pse...veo todos los días los sitios por donde paso.¿ Si le quita la cámara me saldría más barato?
A. –También tenemos aparatos sin cámara.
B. –Hombre, pero ya que estamos, la cámara no pesa...déjela usted por si un día me da por escalar el Himalaya. ¿Lo tienen en verde?
A.- Podría mandar a que lo pintaran.
B.- Quite quite, ya le daré yo una manita. Además le daré con minio para que aguante bien en los exteriores. Y su poquito de barniz.
A.- Entonces qué me dice, ¿se lo queda?.
B.- Para siempre. Nos hemos mirado a los ojos y nos hemos gustado muchísimo.
A.-Estupenda elección señor.

Al final del proceso la compra-venta se lleva a buen puerto más por la propia inercia del mercado que por los conocimientos de los sujetos implicados. Cabe decir, es cierto, que poco después el móvil citado volvería ansioso a los fuertes brazos del vendedor. Arregladas las diferencias de carácter supieron comprender mejor al otro y juraron bajo la lluvia no volver a separarse. Pero eso forma parte de los sentimientos humanos, y bien es sabido que los economistas serios no tratamos esos temas banales.