miércoles, 14 de diciembre de 2011

CON LA VERDAD SE VA A TODAS PARTES.

A Julito siempre le ha perdido la sinceridad. Su camino vital está plagado de cambios de sentido impuestos por una pulcra observancia del término verdad con todas las letras. Julito es muy noble, tanto que en tiempos de caballería, honor y caries lo habrían hecho desaparecer por fastidiarle la media a los caballeros vecinos de castillo.

Julito está mal puesto en el tiempo, porque el afán de actuar según lo correcto agobia un montón a semejantes y parecidos. Siempre se puede pensar uno que está maquinando un plan futuro para hacer la puñeta en un radio de dos habitaciones.

Además escogió un mal negocio. Anuncia cosas. Quizás en un arranque de querer cambiar el eje del mundo se subió al tiovivo de la publicidad. La profesión es amplia y no es lo mismo quien esparce las piezas sobre un papel y crea un anuncio como el que baja a la huerta de las ideas a recolectar lemas frescos. Pero al fin y al cabo todos ejecutan el mismo número. Julito es eficaz, una pieza engrasada, infatigable y de confianza. Pero no sabe bailar al son de la trompeta con sordina de la mentira. Y así, cuando hace unos días, le encargaron anunciar unos tapones de rosca, actuó en conciencia.

Nadie esperaba que se saliera del guión. En ese mundo particular plagado de círculos de plástico hay poco espacio para maniobrar mal con las palabras. Nadie concibe un mundo sin tapón en el fondo del mar, así que es un objeto que se vende solo.

Una tarea tan asequible que al bueno de Julito le dejó mucho tiempo para pensar.

Quedarse delante de un examen acabado repasando las respuestas es mal asunto ahora y ya lo era cuando se copiaban al natural bisontes al fondo de cuevas. Tapones Anoillo son muy buenos, ¡y qué colores! Unas roscas a prueba de impacto de meteoritos y con una noble familia unida tirando de palancas para llenar camiones de esos punto y final de las botellas.

Una pena que su cliente fuera Tapones Taponatto.

Nadie revisó el material antes de anunciarse en prensa. Las prisas, zalameras, musitan al oído que los arreglos ya vienen hechos. Así las mentes que rellenan seis departamentos de dos divisiones distintas fueron empujando la campaña por todo el proceso sin fijarse más allá de un inapropiado y leve matiz azul en ciertas partes del anuncio.

¿Quién iba a imaginar que Tapones Taponatto recomendara Tapones Anoillo a página completa en el ejemplar del domingo de uno de esos periódicos que en la mañana del lunes todo el mundo dice haber leído?

Los gritos estuvieron de más, porque la patada ya estaba dada. La del cliente a la compañía de publicidad y esta, por transmisión de fuerzas, a Julito.

Ahora Julito espera en esa marabunta humana enclaustrada frente a mostradores de falsa madera en espera de una oferta de trabajo. Está tranquilo, hizo lo que debía. Tapones Anoillo son mejores, no podía mentir a página completa. Un timbre lo saca de su satisfacción por los caminos tomados y es requerido a una de las mesas. Allí, para su propia sorpresa, le espera un puesto muy similar. Es suyo si lo quiere.

Recuerda haber oído hablar por teléfono al siguiente elemento en la cola de la oficina de empleo. ¡Qué verbo! Una seguridad que habría aplaudido de no ser porque, además de sincero, es tímido patológico. Pide que se acerque el empleado, porque las cosas importantes de la vida siempre se dicen en susurros.

-¿Ve aquél chico de barba en la cola? Ese se merece el puesto más que yo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

EL HOMBRE AL QUE LE CAMBIARON LA EDAD.

Caminaba en esa ocasión junto a un precioso descampado dispuesto junto a otros similares para hacer cadena y no dejar escapar la ciudad de sus límites. No recuerdo si iba en busca del autobús o si huía de él, pero caminaba con paso firme por ese lugar remoto y casi imaginado cuando una figura sentada obstaculizó el correcto trazado de las tapias bajas entre matojos amarillos y aceras grises.
Por su adecuada postura y su vestimenta deduje con pericia que se trataba de alguien mayor. Apoyaba ambas manos sobre el puño de un bastón clavado en el suelo y sobre toda la construcción descansaba su barbilla. Fui acercando mi cuerpo entero al lugar, porque desde hace mucho mis ojos no son capaces de enfocar a tanta distancia, necesitando algo de ayuda. Por un momento fue un anciano de postal, el jubilado perfecto, de catálogo. Pero al siguiente debió caerse una tramoya y dejó una tela pintada al descubierto cuando aún no le tocaba.

En definitiva, allí fallaba algo.

Seguía enfocando a aquel señor a base de acercarme. Yo quería esa piel cuando tuviese esa edad. Incluso la querría ahora. Pensé que aún no le habían practicado las arrugas a la figura y durante todo el trayecto, no soy precisamente rápido, su postura había permanecido inamovible. Permanecía mirando al frente, hacia unas casas bajas abrazadas a un árbol viejo en un patio cuajado de puertas donde parecía turnarse el inquilino a cada rato o estar comunicadas por dentro todas las viviendas. Algo se me escapaba, tanto del punto de su inquebrantable atención como de su aspecto.

Dos pasos normales y corrientes nos separaban. Mis ojos ya eran algo más efectivos. Aquel señor no era tan mayor. Casi no podía llamársele señor. La piel sobre los pómulos estaba alisada a conciencia y sus ojos no estaban perseguidos por los arañazos de las patas de un gallo. Ni sus manos, de uñas parejas, eran las de un anciano. Pese a todo la rebeca, la gorra calada y el bastón me llevaban la contraria. Seguía esperando verlas venir sin dejar que la columna de madera, carne y hueso se moviera.
En ese punto se disgrega la historia. Una versión me ve pasar de largo, como nos han enseñado a casi todos, sin mirar atrás. Cada uno a su asunto, cada uno sabrá. Esta historia, de por sí disuelta, acabada así no serviría ni para comentarla en un consultorio por rellenar el tiempo. Le gustará más la otra versión. Aunque le guste poco.

Me detuve ante él, haciendo inútil la visera de su gorra aplastada con mi sombra. Ni apartarle de los acogedores rayos solares clavándolos en mi espalda le turbó. Le dí las buenas tardes; pese a pasear por las afueras de la ciudad, los alrededores casi parecen adoptados por las costumbres de pueblo, y no se ve mal el saludo a destiempo a presuntos desconocidos. Giró sus ojos brillantes pero cansados y con todos sus dientes respondió los mismos deseos de bonanza para el resto del día. Le pregunté por el tiempo, afortunadamente es una materia que puede implicar en la misma conversación a un rico hacendado, un puericultor, una abogada y un señor que nunca se ha bañado en la playa. En su opinión el calor apretaba incluso a esa hora. De manera poco apropiada le pregunté por el objeto de su atención. Yo miro al frente, me dijo, y las casas están ahí porque están y si no estuvieran, seguiría mirando al frente.

Me caló el brote filosófico; añadiéndolo a su pose, su energía arrastrada y su indumentaria redondeaba una edad que negaban mis ojos. Como es un relato, le mentiré diciéndole que le pregunté por la edad. Mucha, me contestó, ¿no me ve? Y hube de ser sincero y no atribuirle una docena de años más que yo. Deseó que fuera cierto bromeando sobre el año impreso en su carnet. Puse en duda lo infalible de la autoridad, actitud esta sólo indicada en casos claros como aquel y no recomendable en modo alguno como modo de vida. No concebía tal error en un documento oficial. Las arrugas seguían sin aparecer bajo la gorra. Me encontré insistiendo en una fecha desconocida, renegando de lo oportuno de pedir cita en un oftalmólogo. Se levantó del remedo de banco con la fuerza de cualquiera a mitad de mañana cuando ha desayunado por segunda vez. No participaba yo a aquellas alturas del diálogo indirecto, llevando el señor por entero el peso de la discusión sin lograr ponerse de acuerdo entre las dos opciones. Pero debió verse con arranque en un momento dado. Me cogió por los hombros a punto de darme una noticia tremenda.

Me dio la razón. Se quitó un par de décadas de encima. Se palpó la cara a falta de espejo próximo y arrojó el bastón al sembrado pajizo con la esperanza de verlo echar raíces. Se marchó desabrochándose la rebeca y tocando a una papelera con la aplastada gorra.

Ese día le quité a un hombre el título de señor por un buen motivo y le regalé una prórroga de dos tiempos y penaltis.

Y eso a ciertas edades es bastante.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

¡PADRE, CÓMPREME USTED UN POBRE! ( Actos 3 y 4 )

ACTO 3.

Nos encontramos en el descansillo de las escaleras. Fiel a una tradición secular, se compone de una escalera que baja, un repecho con una ventana cerrada, un letrerito metálico con la planta impresa, una coqueta solería en tonos pardos y una escalera que baja sin saludar y se oscurece al quinto o sexto escalón. Padre e hijo inspeccionan sin encontrar al vilipendiado.

-¿Ves? A eso me refería. No se puede llamar pobre sin ton ni son. A un tipo rubio lo puedes llamar germano. Si no lo es, incluso se sentirá dichoso de parecerlo. Pero a un señor con los puños de la chaqueta pasados no se le puede llamar pobre.
-Tenemos que encontrarlo.
-Veo que recapacitas con talento, ¿querrás pedirle disculpas?
-También. Sobre todo espero que no vaya contando por ahí que un par de personas van buscando un pobre. Sobre aviso ninguno va a querer venir.

Suena un carraspeo en el tramo inferior de la escalera, convenientemente tapada por un barato velo de oscuridad. El presunto ofendido sube un par de peldaños y queda mirando al respetable público.

-¿En qué ha notado mi condición de pobre?
-Quisiera disculparme, caballero, en mi nombre, en el de mi hijo y en el mío propio. Este hijo mío tiene un antojo...
-Anhelo, padre.
-Es lo de menos. Sobran las disculpas. Sobran. Ustedes están en el sito correcto mientras yo, ¡ay!, me encuentro aquí sumergido en la brea portando aletas, sin saber cómo moverme. Este es su terreno, no el mío. ¡Un impostor!, eso es lo que soy. Y por si esta intromisión les resultara ignominiosa, dañina o impropia al pudor...¡aquí muestro mis muñecas! Que me vengan a detener. Que me esposen por querer ser lo que no alcancé. Que me metan en una celda con vistas al patio, de esas que se ven en las películas de la legión extranjera. Bajo el suelo. Fresquita en invierno y caldeada en verano. Allí, ¡sí!, allí pagaré mis culpas.

Se hace el silencio en la escalera mientras el pobre muestras sus muñecas al público. Con el parlamento, el hijo ha ido recolgándose del brazo del padre llevado por lo teatral del individuo.

-A este pobre da gloria oírlo padre.
-Suba amigo, suba con nosotros.
-¿Subir dice? ¿Estar a su nivel?
-¿Acaso no compartimos salón en la fiesta?
-Pero ustedes me descubrieron en mi impostura.
-Más fue el azar, no el que usted ande desastrado. Con esta luz no puedo verle bien, pero sus zapatos parecen decentes, al igual que su vestimenta.
-De niño tuve unos mocasines parecidos, ¿recuerda padre? Yo los llevaba al parque y para que no se estropearan paseaba entre las acacias con ellos en la cabeza. ¿Recuerda? Tenían un ancla dorada, eran como barquitos de piel con camarotes para los dedos.
-¿Ve usted? No ha de apenarse, le hemos preguntado si era usted pobre porque quiero comprar uno para mi hijo, es su ilusión de esta tarde. Además, no habíamos hablado con nadie antes de usted.
-¿Es esto cierto?

Al fin se gira y mira a ambos sobre su cabeza. Esto podría ser una sutil metáfora de las posiciones sociales. Pero no. Ha dado la casualidad de que el pobre pobre hombre se había marchado sin atreverse a marchar y se ha dejado las escaleras a medio bajar.

-¿Y podría vivir con ustedes en su casa? Comprendería que me acogieran en un balcón al principio, a saber de dónde vengo dirán ustedes. Después me arreglaría con un silloncito. Desde allí vería con ustedes los toros asintiendo a lo que ustedes dijeran y me tomaría un churro y un sorbito de café. Sin azúcar claro. Ya después ustedes me pondrían una habitación con una cama con cabecero de tubos de hierro, una silla con asiento de esparto, un mueblecito con patas como de león abiertas y un cuadro con un paisaje. ¿No será esto mucho pedir?

Padre e hijo se miran. Discuten con los ojos las peticiones del individuo. El hijo junta las manos. El padre se coloca bien el abrigo.

-¿Se conformaría con un cuadro de un arlequín meditabundo?
-¡La pintura es lo de menos!
-¡Ay padre, que ya tenemos pobre!

Satisfechos bajan las escaleras para encontrarse con el menudo señor. Ahora una sonrisa le corta la cara y da saltitos en el escalón. Los tres se pierden por las escaleras, pero aún se les escuchará de fondo un par de tramos.

-¿Le gustan a usted las natillas?
-¿Sabe jugar al poquer mientras yo saco una escalera hasta el as?




ACTO 4


Salen del portal. Se oye música por uno de los balcones de la fiesta. Padre e hijo se aprietan el traje como gorriones enormes ahuecándose el plumaje. El antiguo pobre se abraza a sí mismo porque no tiene un cuello de piel de antiguo animal que lo reconforte.

-¡Pues vaya noche esta! Llena de azares, ya lo creo. Entro como un modesto pasante de notaría con una raquítica cuenta, un pequeño vehículo, un modesto estudio y una casita junto a unos cultivos en mi pueblo natal y ¿qué me encuentro? Una vida nueva.
-Pobre pobre padre, no tiene más que dos o tres cosas.
-Pero la valía del hombre no se mide por sus posesiones, hijo. Se mide en lo que es capaz de conseguir desoyendo los consejos de la ética.
-Sabias palabras son esas caballero.
-¡Pero hombre, llámeme usted de manera más familiar! Si hemos de compartir vivienda no estaremos todo el día entre formalismos, sería muy pesado. Llámeme marqués.

Sus risas se unen a los retales de murmullos de los invitados en las ventanas iluminadas. Hacen gestos de cederse el paso en la ancha vía. Cuando se disponen a marchar, reparan en una figura escueta, torcida sobre sí misma, decansando la espalda en una tapia y cubierto de ropas a juego con la acera.

-Padre, y este, ¿no será un pobre?
-Hijo, te dije que no más de uno.
-Lo sé padre, si es por saber. Nuestro pobre es muy simpático y ese es mucho mayor. Es por reconocerlos. Por saber indicar a uno si camino una tarde por la avenida con los amigos. Daría para mucho tiempo de conversación. Creo que ellos no han visto ninguno.

Sin querer fijarse demasiado van caminando hacia el fondo del escenario. El padre dedica un par de vistazos mal disimulados.

-Fíjate en su cabeza despejada, y también en sus barbas. Tiene los ojos algo hundidos, pero unas facciones firmes. Un mentón decidido. ¿No te recuerda nada?
-A decir verdad no, padre.
-Se da un aire a un busto clásico. Debe ser filósofo.

Con esto doblan una esquina y la calle queda desierta. Pocos segundos después cruzan de nuevo el escenario en dirección a la otra esquina. El pobre adoptado gesticula.

-Con lo que me gustan a mí las natillas con su canela, su galleta esponjada y su olor a vainilla.

Cuando se marchan el filósofo levanta la vista y mira a las estrellas que dibujan un filete con patatas fritas.


TELÓN.

martes, 25 de octubre de 2011

PADRE, ¡CÓMPREME USTED UN POBRE! (Actos 1 y 2 )

PERSONAJES.

UN PADRE.     UN POBRE.
   UN HIJO.    UN FILÓSOFO.

ACTO 1.

Un coqueto saloncito con muebles oscuros, una colorida alfombra y unas sillas que han huido del centro como si hubiese pelea y no quisieran verse implicadas. En la radio suenan unas notas de piano animadas y animosas con aires caribeños. Un señor pegado a un bigote ejecuta con gracia natural unos pasos en solitario, sosteniendo en sus brazos una imaginaria dama de aire. Cuenta:

-Un dos tres, un dos...tres.

Se abre con desidia la puerta del saloncito de baile improvisado. Aparece un apesadumbrado joven, cumplida ya la treintena, que se arroja al sofá y se funde con el tapizado. Su voz es un hilito.

-Padre, atiéndame padre.
-Cha cha chá.
-Por favor, ¡no podría estar más desanimado! Deje usted las danzas.
-No creas que por mis movimientos tomo tu problemática a la ligera, te escucho y sin saber aún lo que te aflige a mí también me abandona el ánimo. Un dos tres.
-¡Padre, cómpreme usted un pobre!

El padre se queda en el segundo cha, sin poder rematar. Aún con los brazos en postura de acompañamiento se desplaza a la esquina y silencia la radio.

-¿Para qué precisas un pobre?
-Nunca conocí a uno, la curiosidad no me deja conciliar el sueño. ¿Cómo podré declararme cosmopolita si desconozco tanto de mi entorno?
-Pero hijo, un pobre no es un viaje, ni un velero ni un caballo. Es algo difícil de conseguir.
-Nunca había puesto usted tanta traba a un deseo mío.

Por la calle pasa el señor que enciende las farolas peleándose con la pértiga. Esto a usted no le importa y a nuestros protagonistas menos aún.

-¿Dónde conseguiremos un pobre a estas horas?
-¿Recién caída la tarde? En cualquier parte. Sólo hago oír lamentos y cuitas de pobres, debe haberlos por doquier.
-Trae tu abrigo. Quizás el pasear nos aclare las ideas y se nos ocurra donde encontrar alguno.

El joven sale de escena. Se le oye por el pasillo gritando vivas al padre. Este remata con la cadera.

-Cha chá.


***

ACTO 2.

Un animado salón de tonos melocotón. Varias personas engalanadas hablan animados con espabilados gestos manuales. Se oyen risas que ya se oyeron en otras recepciones. Al fondo un engalanado caballero con modales de diplomático y banda en el pecho a juego se sirve traguitos de una botella con un labrado de diamantes. Y luego se los bebe despacito.

Entran padre e hijo sin abrigo e inspeccionando el entorno.

-Estas recepciones son punto de encuentro de variados personajes. Bien es sabido que quien no frecuente estos actos no existe. Y si no existe, fútil será el buscarlo.
-Padre, no estoy seguro de esta idea suya.
-Anda, mira por allí que yo haré lo propio por acá.

Atraviesan la concurrencia fijándose en los presentes pero sin llegar a saludar. Los presentes hacen lo propio pero ahorrándose el fijarse en los recién llegados.

-¿Cómo es un pobre, padre?
-¿Acaso no sabes cómo son?
-Claro que no padre. Nunca tuve uno.
-Mal nos vienen dadas si no sabemos lo que buscamos.
-Algo los distinguirá. Si tienen esa etiqueta es porque mantendrán semejanzas entre ellos.
-No es mal argumento.

Cruza el salón un caballero perdido en un traje dos tallas más grandes.

-¡Ese padre!, ese debe ser pobre.
-Parece algo desastrado, es cierto. Pero deberíamos asegurarnos. Imagina apelar a alguien por esa etiqueta y que no le corresponda.
-¿Por qué habría de enfadarse nadie? Nos disculpamos y santas pascuas.
-Hay que tener tacto, hijo.
-Al final lo que pasa es que usted no quiere que yo tenga un pobre, padre.
-Perra más pertinaz has cogido. Acerquémonos.

El presunto pobre está saludando a una joven rubia que hace de todo con tal de no hacerle caso.

-Ahí lo tiene, nosotros no somos pobres y no hemos saludado a nadie a nuestra llegada. Ese debe serlo y estar poco acostumbrado.
-Déjame a mí. Buenas noches caballero.
-Buenas tengan ustedes. Bonita fiesta, ¿es su fiesta? Muy animada y animosa. Gente muy maja, ¡gran ambiente! ¿Son ustedes los anfitriones? Gracias por invitarme. Yo a estos actos, pues no suelo, pero intento relacionarme para prodigarme. ¿Quiéren tomar algo? ¿Pero qué digo, si las botellas serán suyas? O alquiladas, que yo de esto desconozco casi todo. ¿Quieren que pare a este tipo que no se despega de la barra, venga a tomar traguitos?

[Girándose e interponiendo una cautelosa mano entre su hijo, su boca y el presunto pobre]

–Pobre no sé si será. Si lo es, será a base de gastar lengua.
-Es gracioso padre. Compremelo. Yo le pondré nombre. Jugaremos a las cartas los domingos por la tarde. Él me contará cosas y yo asentiré mientras pido dos cartas y me sale una escalera hasta el as.
-Pero si no te gusta no habrá más pobres. Se nos llenará la casa y no tendremos mesa para tanta partida de cartas.
-Que no, ¡uno nada más!

[Vuelve a girarse]

-Disculpe esta pregunta que voy a hacerle, pues es peliaguda y acaso pueda zaherirle.
-Pregunte, pregunte. Que una fiesta es lugar propio para compartir conocimientos, intelecutales y humanos.
-Por un casual, ¿no será usted un pobre?

El interpelado baja los puños, sube el labio inferior, baja el superior y arruga el gesto. Consigue transmitir un sincero malestar y, de paso, que el traje se adapte a su talla. Se agacha un poco, agarra una copita
de anís de una mesa rodillera cercana y la apura de un trago. Desarma su gesto airado y tose. Evita a dos invitados y sale por la puerta del fondo. El señor con banda al pecho lo saluda al pasar.

-¿Eso es que no, padre?

Concluirá.

domingo, 18 de septiembre de 2011

TROPEZONES.

“¿Cómo será la vida de los ácaros? ¿Tendrán relaciones sociales?” Así de perdido se encontraba don Eusebio, considerando lo factible de una cena entre matrimonios de microscópicos arácnidos, triscando fibras de poliéster con guarnición de escamas cuticulares. Don Eusebio se encontraba en plena epifanía entomológica, creyendo estar a un paso de un descubrimiento que a decir verdad, distaba un mundo de su trabajo cotidiano: denegar peticiones en un ministerio con un ruidoso tampón.

Afortunadamente para el interés de esta historia, se desencadenó una serie concatenada de hechos únicos.

Alguien en China decidió ahorrar en material para zapatillas de andar por casa. La genética y una vida de zapatos apretados hicieron unirse en pareja de hecho al al pulgar de su pie con el dedo vecino, que por estar en el suelo no señala nunca nada, siendo más discreto que su hermano manual. La asistenta del hogar había dejado una arruga en la alfombrilla de pelo de jiba de camello del dormitorio. Todo ello coincidió en espacio-tiempo.

El primer traspiés fue natural, incluso habría sido de mala educación girar la cara al destino. Por inesperado, el pie contrario ejecutó un paso de baile nada académico, pasando el testigo al pie culpable, en pleno intento de aterrizaje. Ese torpe pedaleo aéreo se perpetuó, desplazando a Don Eusebio por todo el pasillo. El impulso comenzó a ser desaforado, violento. Dio un par de brazadas en el aire, haciéndole un gran favor a la inercia que, con rápidos cálculos, aumentó su velocidad de trote cochinero. A trompicones por el salón evitó los afilados salientes de la mesa del tresillo y enfiló, inocente, la puerta del piso. En ese momento oyó masticar los dientes de las llaves dentro de la cerradura. A su mujer la bienvenida, en primera instancia, no le desagradó. Sin haber visto el comienzo de la obra, aquel par de pasos le parecieron meritorios y un buen recibimiento. Piernas y brazos entraron entonces en sintonías distintas y la superficie poco cariñosa del felpudo de bienvenida le proporcionó un nuevo impulso. Cada peldaño de las escaleras hizo lo propio, fundiéndose los chanclazos con las llamadas extrañadas de su esposa.

La conjunción cósmica siguió funcionando a todo trapo. Se encontró el portal abierto por un repartidor de propaganda. Los semáforos en verde, una gran avenida cortada por obras y cubierta de montículos de arena que lo jalearon en su carrera. Saludando a los vecinos con una tímida sonrisa y un “ya ve usted, aquí estamos, tropezando”, avanzó por su barrio hasta que se lo comieron los primeros árboles de las afueras. Todo cuesta abajo, por una tranquila vía secundaria, continuaba en su recorrido sonando sobre el asfalto como unos timbales tocados por unas manos ansiosas.

La primera capital que visitó le resultó encantadora. Por allí nadie le conocía, así que pudo dejar a un lado la vergüenza y concentrarse en en contemplar catedrales, monumentos y oficinas postales.

La quinta capital de provincia ya le pareció algo más mustia.

Gracias al acuerdo Schengen tropezar por las fronteras no fue problemático. Recorrió el mediterráneo, durmiendo con los ojos cerrados sin detenerse, soñando que dormía. Ya le perdieron la pista en una de esas pequeñas repúblicas escindidas de la antigua Rusia. Si se pregunta con educación las gentes te cuentan la historia de ese extraño hombre que pasa tropezando, causando el jolgorio local. Lo acompañan un trecho hasta que la velocidad de los aldeanos comienza a ponerse a la par. Ahí lo dejan, porque tienen miedo de no poder detenerse. Todos admiran su valentía.

Lo esperan en el Estrecho de Bering. Algunos abogan por pararlo. Otros por subirlo a un transbordador con una pasarela inclinada hacia abajo. Se discute mucho el asunto estos días en las sesiones de la Unesco.

Don Eusebio empieza a ser patrimonio de la humanidad.

viernes, 12 de agosto de 2011

LO PONDRÉ EN MANOS DE TOCALEMONES. ( PARTE 2)

 Parte 1.

Tocamelones abrió una pitillera y extrajo una piruleta, de melocotón para más señas. Le arrimó lumbre mientras aspiraba con fuerza. La primera bocanada le supo a lata de melocotón en almíbar recién salida del microhondas. Ofreció a Tomás, que rehusó el experimento tabaquil con un leve gesto manual y unas ganas horrendas de salir corriendo.
-Según me ha contando Alfredo, los chivatos de la oposición le han sacado unos trapillos sucios.
-Así es.
-La construcción de un campo de fútbol en la serranía por ejemplo.
-Desagradecidos que son –escupió mentalmente Tomás sobre el antiguo compañero de partido que, deseoso de poltrona, había fundado un partido independiente y era su principal rival – les invité a la inauguración del campo y en vez de agradecérmelo, empezaron a gritar desde el palco que la pelota siempre iba a córner, que si el campo estaba volcado...Me hicieron cerrarlo, mire usted.
-Nada nada, chalados, chaladísimos todos –acompañó la acusación con un leve tamborileo sobre la mesa, creando insconcientemente un posible hit de verano condenado a morir entre aquellas cuatro paredes – Además le han chafado el negocio de una urbanización creo.
-Un disgusto, media familia colocada ya y viene uno de la oposición, no se si lo conocerá, uno con gafas.
-¡Huy!, los que llevan gafas son los peores. Ven menos y se fijan más en las cosas.
-Ese mismo, pues bien, llamó a su tío en el Supremo y ya ve, los albañiles no almorzaron en la obra aquel día.
-¡Añoro los viejos tiempos amigo!, esos tiempos en que las normas se hacían a medida que las necesitábamos y las maquillábamos sin dar aviso a nadie –dijo Tocamelones reclinándose en el sillón de cuero y cruzando las manos tras la cabeza, con cuidado de no derribar la corona de princesa que remataba su figura.
-Diga usted que sí.
-Que sí.
-¿Cómo ve usted el caso?
-Vamos a ver. En mi opinión profesional lo primero que debería hacer es salvaguardar el dinero oculto, por decirlo de alguna manera. Lo suyo lo veo bastante regular, pero con suerte le condenarán solo a diez años, de los cuales se rebajarán seis por buena conducta, uno por ir peinado a raya y seis meses si logramos que la sentencia salga en martes. Los martes hay oferta.
-¡En la cárcel!, ¡Madre mía!
-No se amohine, esto no son las prisiones de las películas. Aquí tiene usted agua caliente, televisión por salétite, tres comidas al día y excursiones al Escorial una vez al mes.
-Bueno, eso me tranquiliza, aún así... –a Tomás las gotas de sudor le corrían columna vertebral abajo.
-Nada nada, lo importante es que al salir de allí pueda usted disfrutar de sus dineros.
-Tiene razón. Un concejal corrupto es difícil que encuentre trabajo...¿he dicho corrupto?...bueno...presuntamente supuesto.
-Algún sitio hay, ya le contaré. En fin. ¿Dónde esconde su dinero?
-Hombre...no se yo si fiarme....

Tomás miró detenidamente a Tocamelones. Un hombre ya en el segundo tiempo de su vida, de carnes descolgadas, pintas estrafalarias y ojos excéntricos. Desde pequeño Tomás no había sido demasiado inteligente, característica tendente al empeoramiento tras pasar los años de pubertad. La prueba empírica de su falta de seso era evidente: era el único al que habían pringado en el asunto. Juntó sus manos, rogó al dios de los estafadores y confió ciegamente en que la locura del abogado con pinta de luchador de sumo jubilado salvaguardara su sucia fortuna

Una prueba más de su estupidez supina.

-Están en Badajoz. En un parquecito de las afueras, bajo una palmera en forma de uve doble. –remató con un leve suspiro.
-Muy astuto por su parte.
-Gracias, me pedían muchos papeles para ingresarlos en las Islas Caimán. Le pedí a mi cuñado una pala y listo.
-Claro claro...bien, lo primero es que vaya usted a por esos millones.
-Pues sí, iré hoy mismo.
-¡Pero cuidado! –advirtió Tocamelones tirándose sobre la mesa y agarrando por los antebrazos a un asustado Tomás, logrando dejar un churrete de sudor sobre la madera con aspiraciones nobles –si va a cara descubierta, de día y por carretera levantará sospechas.
-¡Qué astucia!, ¿Qué debo hacer entonces?
-Parta este anochecer. Hágalo solo. No utilice vehículo a motor o a tracción animal alguno. Viaje a pie a través de las montañas. Vista de manera desgarbada, no se afeite, coma lo que el camino le brinde y no revele a nadie su identidad.
-No...no sé si podré...-dudó Tomás aún sujeto por el abogado.
-¡Hágalo!. No por usted, no por su familia. Hágalo por los que en este país vemos la política como moneda de cambio para nuestros caprichos.
-De acuerdo. Así lo haré.-accedió emocionado.

Ambos se levantaron. El abogado se acomodó el pañal de sumo con la misma mano que apoyó en la espalda de Tomás. Ya en la puerta del despacho Tocamelones abrazó con cariño al concejal, levantándolo del suelo un par de palmos. Tras dejarlo en el suelo le susurró al oído : “nos veremos en cincuenta y cinco días en Pekín”.

Tomás se despidió apresuradamente de Alfredo, partiendo hacia la aventura. Este y Tocamelones lo vieron partir desde el balcón pañuelo blanco en ristre y con cara de circunstancia. El abogado bajó las persianas y señaló el asiento a Alfredo.

-¿Cómo ha ido? –dijo acomodándose.
-El dinero lo ha enterrado el muy cazurro bajo una palmera en un parque de Badajoz.
-Será idiota. – se maldijo a sí mismo por no haberlo descubierto solo -¿Cuánto tiempo tenemos?
-Si sigue las instrucciones al pie de la letra, y viendo su condición física, pasarán por lo menos quince días antes de su llegada a Badajoz. Ponle un día más para cavar y otro para calmarse del berrinche. No empezará a buscarnos antes de veinte días...si se da cuenta de que hemos sido nosotros, claro.
-Lo que nos dará tiempo a andar ya por...
-Sebastopol.
-Estupendo. Tengo el coche abajo.
-Espera que me cambie, ¿no querrás que baje a la calle con estas pintas?
-No hombre no. Y ten cuidado con la diadema, es de la comunión de la niña y como la rompas vamos listos con mi mujer.
-Además no querrás creer lo que me tira de la sisa el calzón este.
-Tampoco hace falta que me des muchos detalles. Te espero fuera.

Alfredo se paró en la puerta. Tocamelones depositaba la diadema con cuidado sobre el escritorio. Ambos cruzaron miradas esquivando las motas de polvo que danzaban por el despacho alquilado.

-Dime que hacemos lo correcto.
-Hacemos lo correcto primo.
-Por cierto, lo que me contabas de tu pato...
-Si hijo, sigue sin comer.
-A ver si llevándotelo de viaje y con el cambio de aires...
-A ver hijo, a ver.

Ambos contemplaron el primoroso retrato del pato de Tocamelones presidiendo el despacho.

miércoles, 27 de julio de 2011

LO PONDRÉ EN MANOS DE TOCALEMONES. ( PARTE 1)

El voluminoso utilitario aún mantenía el motor en marcha, petardeando y bombeando gasoil, ya saben, las típicas cosas para las que está preparado un motor. Alfredo interrogaba con la vista a Tomás, alto funcionario electo de un municipio dotado de mar, para mayor uso y disfrute de constructoras diversas, algunas de las cuales estaban bajo sospecha judicial.

La mayoría no eran sospechosas, ya habían sido declaradas culpables de delitos económicos a cual más escabroso.

Alfredo apagó el motor. Sacó las llaves del contacto y se las guardó en la chaqueta.

-Mira Tomás, si no estás seguro, no lo hacemos. Nos buscamos otro abogado.
-No no, si no es que desconfíe de ti ni de ese abogado que conoces.
-¿Entonces?
-Tú sabes lo que me estoy jugando.
-¡Anda hombre, qué exagerado eres!. Con las leyes como están...parece mentira que tengas tanto miedo.
-¿Qué van a pensar mis allegados? ¿Qué será de mi prestigio?
-No hay nada mejor cimiento para un nuevo prestigio que los fajos de billetes esos que tú y yo sabemos que tienes guardado.
-Cállate, pueden haberte puesto micrófonos en el coche.
-¡Estás paranoico perdido Tomás! –dijo Alfredo alzando la mano derecha, recordando, en cierto modo, los modos y maneras de moverse de un lanzador de bolos ocasional.
-Son concejal y estoy como me da la gana.

Subieron al primer piso de aquel edificio en la esquina de un callejón del casco antiguo que merecía algo más de atención por su papel histórico: se dice que pasaron por allí los Reyes Católicos en la reconquista de la ciudad, aunque fue al equivocarse en un cruce. Cinco plantas de oficinas semiruinosas, conservadas al vacío desde su construcción allá por los 60, cuando las cosas se hacían sin pedir permiso y nadie venía a rechistarte.

Pulsaron el antiguo timbre de plástico. Analia les abrió la pesada puerta de madera ejercitando los biceps, los cuadriceps o algunos de esos. La secretaria del recomendadísimo abogado Tocamelones era alta como su padre e hirsuta como su madre. Avanzaron hasta la sala de espera, intentando no maltratar demasiado el despegado suelo enmoquetado con hule adhesivo tono marrón liviano. Alfredo releyó una revista del corazón con quince años de antigüedad según el carbono 14. Tomás no tenía el ánimo para gaitas.

El impacto visual fue terrible. Entraron en el despacho. Tocamelones vestía calzoncillo azul de sumo y diadema de princesa a juego. El torso desnudo estaba adornado con un colgante extraido de pastelito infantil. En el cromo aparecía el hijo que tendrían spiderman y godzilla, si este cruze genético fuera posible.

Tomás se agarró con fuerza a la chaqueta de Alfredo, descuandrándole una hombrera. Solo le faltó morderle o hacer palanca con los pies para no entrar. Tomás confiando lo introdujo hasta el fondo, justo como en un parto con forceps...pero al revés.

Vaya porquería de metáfora.

El ex concejal adepto a la filosofía “una zona verde sin urbanizar está muy fea” asistía estupefacto al espectáculo. El abogado, un señor mayor, con pintas más que vergonzantes, sobre el que recaería la tarea de ayudarlo a no pisar las losetas de la prisión Jacinto 6.

-¿Qué tal Tocamelones? –Alfredo abrió fuego.
-Fatal hijo, el pato sigue sin comerme nada.
-Paciencia, que ya se sabe que los patos a esa edad son difíciles.
-En fin, ¿este es don Tomás?
-Este es, sí. Tomás, a este señor ya le he puesto yo en antecedentes.
-No se preocupe, estos tíos están chalados.- pronunció henchido Tocamelones, bajando los párpados imitando una pose sugerente que había visto en una peli de la Garbo.
-¿A qué tios se refiere? –se interesó sinceramente Tomás Golindres, antiguo alcaldable.
-A la justicia, a los jueces, a los estanqueros, a todos. Tooodos están chalados. –remató la acusación global realizando veloces aspavientos con ambos miembros superiores.
-Tú haz caso de este hombre, que es un profesional...A mí me sacó de un lío...¿te acuerdas Tocamelones?
-Vaya que si me acuerdo. Un problema con la inseguridad social de agarrate que vienen curvas. Y al final ya ves...¿has visitado a Alfredo en la cárcel?
-No que yo recuerde –contestó Tomás.
-Claro, eso es porque no ha estado. O porque no eres su amigo de verdad. ¿Una pera? –dijo Tocamelones, ofreciendo la citada fruta a Tomás recién extraida del tercer cajón de la derecha, traicionando a parte de su apellido.
-No no...es que el problema que tengo me tiene fatal el estómago.
-Bueno, yo os dejo hablar de vuestras cosas –dijo Alfredo levantándose.- Estoy fuera terminando de releerme el Hola.

Alfredo cerró la puerta del despacho a sus espaldas una vez fuera de este. De lo contrario la habría cerrado estando el dentro, dando pie a una situación bastante absurda. La atmósfera era pesada, ominosa, como si cuarenta años de historia andaran reptando por las paredes. La ilustración de un ciervo en un calendario estancado en junio del año de naranjito taladraba la frente del concejal en apuros. El jesucristo metálico en la cruz clavada en mármol le miraba desde la mesa de Tocamelones. Levantaba los hombros y parecía decirle :”no te quejes, peor es lo mío que llevo en esta mesita casi medio siglo en la misma postura”.

martes, 5 de julio de 2011

ECHANDO EL RESTO. ( PARTE 2 )

Parte 1 aquí.

Resumen de lo anterior.
Un problema acucia al presidente del Banco Mundial. Uno de sus subordinados lo pone en su conocimiento.

Miró fijamente a Anthony. Aparte de las siglas, la nomeclatura y los términos, había algo que no le terminaba de encajar. Su actitud, la firmeza y el tono de voz parecían ir más allá de un consejo de amigo.

-Por...por supuesto, te recuerdo que soy el presidente del Banco Nacional.
-Mundial.
-Mundial, sí, Mundial quería decir. Estoy algo nervioso. Yo redacté ese informe, estamos de acuerdo. Puedo haber cometido algún fallo de estimación...o...alguno de los informes de externos podía estar mal...¡claro!, probablemente sea eso – se autopalmeó la espalda al cargar el muerto a hombros de un hipotético tercero.
-Probablemente Jean. Pero verás, he repasado las cifras y he dado con el error.
-¿El error?
-Si miras con atención la columna veintiseis-efe, verás lo que te comento.

El nerviosismo hacía bailar las columnas un romántico vals vienés. La dichosa columna parecía esconderse tras el cortinaje del salón de baile y creyó encontrarla en un par de ocasiones, antes de que su propio sudor le jugara una mala pasada e inundara el ojo derecho. Tras unos gelatinosos minutos, demasiados observando la expresión de Anthony, las pupilas de Jean llegaron a su destino. Inspeccionaron las cifras con una atención inaudita en el desempeño de su cargo.

-Perdona Anthony...serán las gafas...pero no doy...
-Jean, cifra treinta y seis. Es incorrecta.
-Oh, la treinta y seis...claro...
-Cualquiera diría – Anthony adelantó el cuerpo y bajó la voz –que no sabes restar.

Jean habría preferido recibir un tiro. Quizás no, pero en aquel momento casi habría firmado con el tampón escondido en la tercera cajonera de su mesa cambiar la herida por la vergüenza. Tras el aturdimiento comprendió: quiere mi puesto.

Pero ya era tarde, su ejército de excusas se batía en retirada. Su capital estaba sitiada y su coronel estaba aún más asustado que el. Y Jean, recurrió a la respuesta más lógica demostrando su humanidad.

-¡Eso es mentira! –nada más humano que la mentira -¡quieres descalificarme maldito embustero! – y el insulto.
-No tienes por qué preocuparte Jean. Sabré arreglarlo.
-¡Por supuesto que lo arreglarás, es tú trabajo!. Reúnete con los técnicos y vuelve con el asunto solucionado. –señaló al lado contrario de la puerta, corrigiendo el rumbo de su índice rezando por que Anthony no lo hubiera notado.
-A la hora de comer lo tendrás en tu mesa. – lo había notado.

En la representación de la Rendición de Breda podemos observar dos tipos de lanzas. Unas se alzan orgullosas al cielo, mientras que los vencidos no las dejan caer a duras penas. La figura de Anthony recordaba a las primeras.

El guiñapo arrugado en el sillón presidencial, a las segundas. Sin embargo, y en su condición de vencido y humillado, Jean no se privó de intentar caer un poco más bajo, aunque tuviera que nadar estilo mariposa en el fango de su trinchera.

- Y Anthony...
- ¿Sí? – preguntó enarcando las cejas y con sonrisa de villano.
- No comentes esto con nadie.
- Tranquilo. Quedará entre nosotros. Ya me devolverás el favor.

Salió del despacho habiendo vencido al regente. El león joven de la manada se había asegurado el puesto de lider. Era cuestión de tiempo.

El pobre Jean secó el sudor de su frente con uno de los documentos de la mesa. Abriendo los ojos, se lo apartó de la cara, lo extendió y lo planchó a mano sin vapor. Tras unos segundos de mirar el paisaje a través de las persianas de láminas y poner cara de preocupación para un público ausente, abrió el tercer cajón de su escritorio. Sacó un breve tratado de economía. De su interior extrajo una cartilla de recuperación veraniega de matemáticas para alumnos de cuarto. Con un lápiz blando con goma incorporada se puso a trabajar en su carencia con las restas.

Prefirió dejar pendiente el preocuparse por aprender a multiplicar con dos cifras.

viernes, 24 de junio de 2011

ECHANDO EL RESTO.

A las instalaciones del Banco Mundial se accede por medio de una calle asfaltada como cualquier otra. Es más, se puede encontrar alguna tapa de alcantarilla desnivelada con respecto al firme. Parece increíble: el centro de designios macroeconómicos mundial tiene una entrada de estética bastante descuidada. Pero hay algo que es conveniente saber: en esto el ayuntamiento de la localidad manda más que la citada institución.

Los ayuntamientos tienden a tener más voz y voto en bastantes más asuntos de los que se podría sospechar.

Calificaciones de pavimento aparte, era un día como otro cualquiera, con sus veinticuatro horas, sus periódicos y sus nubes por el cielo. Jean Baptiste, presidente de turno y con una procedencia vallisoletana traicionada por su nombre de origen franco-húngaro, disfrutaba de una placentera mañana de control financiero de medio globo terráqueo en su poltrona de imitación de piel: el presupuesto no daba para gastos superfluos.

Además estaba su mujer: firme defensora de los derechos de los animales. Cualquiera ponía el pellejo de un bicho difunto para acoplar las posaderas.

Jean pasaba adelante y atrás unos informes sobre su mesa. Ayudado por el pulgar dejaba ir en cascada las páginas repletas de datos sesudos, dejando transcurrir la mañana y aparentando tener tarea para rato. Anthony Reis, director de cuatro mesas del despacho contiguo, con un cargo dificilmente memorizable y furibundo defensor de la cacería del zorro en motocicleta con sidecar, golpeó enérgicamente la puerta del despacho de Jean. Perdida la cuenta de minutos transcurridos sin hacer “ni el huevo”, y en pos del compañerismo y las buenas maneras, le dio permiso para entrar al despacho tras descolgar el teléfono atendiendo a una llamada inexistente de un interlocutor mudo.

Anthony portaba una ristra de documentos. No era buena señal.
-Ajá...sí, entiendo...no puede seguir con el proyecto sin mi consentimiento –Jean seguía con su conversación fingida, intentando no perder el hilo y señalando una silla a Anthony. – Bueno, me parece correcto que lo hagan así...sí, de acuerdo, buenas tardes.
-¿Te pillo en mal momento? –parecía irritado y colocaba los documentos rosados entre los dos, como un árbitro.
-Puedo dedicarte unos minutos. Tengo una reunión importante pero me esperarán – su vejiga podía aguantarse las ganas cinco minutos.
-Hay un problema. Un problema bastante grave.
-Cuéntame.
-Tiene que ver con los presupuestos de fondos de inflación variable del último semestre contabilizado. Verás, el coeficiente desviatorio está equivocado.
-Comprendo –mintió – Y estoy de acuerdo, pinta mal.
-El porcentaje del coeficiente es escandaloso Jean.
-Ajá – “aquí no usamos el nombre de pila en vano” se dijo – sí, es preocupante tal y como dices.
-Échale un vistazo tú mismo.

Recogió los folios salmón de manos de su compañero. Se ajustó las gafas de media distancia. Leyó las dos primeras columnas, le sobrevino el aburrimiento, dejó transcurrir unos segundos y pasó páginas hasta encontrarse con un gráfico, de lectura algo más agradecida. Con una mano en la barbilla y la expresión vista a un actor en una película en la que interpretaba al jefe de misión de un desastroso de transbordador espacial, ejercitó alguna mueca de disgusto.

-Esto...esto es un ultraje Anthony. No es posible.
-No podías quedarte al margen.
-Debemos solucionarlo –Jean buscaba respuestas premeditadas a futuras preguntas.
-Correcto.
-Y después, buscar al responsable.
-Verás Jean...este informe...lo redactaste tú.

Una pelota de tenis aparcó bajo su nuez. Perdiendo el contraste en su piel y la serenidad de sus terminaciones nerviosas, Jean buscó su firma en el informe. La encontró donde debía estar: justo al final y sobre una linea de puntos traicioneros. Estaba en un aprieto, aún en su papel de prestigioso economista y presidente inmaculado del Banco Mundial.

-Ha debido ser un error...no comprendo...
-Esto nos pone a todos en una situación comprometida.
-Pero...-el niño pequeño interior de Jean estaba encerrado en el armario sin saber por qué travesura - ¿puede arreglarse?
-La interanual fiscal está emitida. Los compromisos y las estimaciones se han realizado respecto a estas cifras. No hay marcha atrás.
-Estimaciones...verás, no te sigo. – su vejiga le avisó de que, quizá, esos cinco minutos serían demasiados.
-Jean, entre nosotros, ¿sabes de qué va esto?

(este aprieto continuará y concluirá en la siguiente entrega).

jueves, 26 de mayo de 2011

EDADES INCOMPRENDIDAS.

Anselmo es un profesional de lo suyo que usted no conoce. Pese a el nombre ejerce una profesión moderna a la vez de actual con total adecuación, asertividad, constancia y todos esos epítetos recopilados en periódicos cuando se ofrece un trabajo y de los que usted cree carecer. Anselmo ha salido hoy a hacer unos recados. Unos son serios cometidos profesionales y otros son gustos personales que él tiene como persona de su tiempo. Lo observamos, de manera discreta, desde la acera contraria y apostados detrás de un turismo color granate para pasar desapercibidos.

Considera la idea de patentar las musarañas cuando oye un siseo a su espalda.

- Oiga señor.
- ¿Es a mí?
- Oiga señor, ¿tiene un caramelo?

Una suave cabecita le inspecciona tras una reja. Los ojos le llenan la cara y causan un estremecimiento en la ternura difícil de trasladar a palabras sin correr peligro de una subida de azúcar. Es un niño de anuncio. Occidental. Con eso ya tiene usted señas suficientes.

- No sé chiquitín, ¿voy a mirar en los bolsillos vale?
- Vale, vale, a ver si hay suerte.

Anselmo se pelea con el forro interior de la chaqueta. Si le hubiera pedido unos zapatos se habría quitado los suyos aunque sólo le sirvieran para dormirse dentro. Levanta las cejas y sonríe al pequeño cuerpo tras los barrotes. Observa su mano y la sonrisa se derrumba.

- Lo siento, es de regaliz.
- Guay. Me gusta el regaliz.
- ¿Sabes quitarle el papel?
- Es fácil, solo hay que tirar de los dos lados.

Algo en su voz llama a la puerta del orgullo del adulto. Si no fuera por esos profundos ojos y el babero color pastel, diría que el niño se ha burlado de él de manera velada. Pero no puede ser. Es un inocente...

- Un día de perros ahí dentro chico. ¿Adivine cuántos días llevamos trazando la letra a con un lápiz de punta gorda? Diga una cifra, que se va a quedar corto.
- Ehm –es toda la respuesta adulta a la locuacidad infantil.
- Dos semanas. Dos semanas y estamos con la minúscula. ¿Te importa si te tuteo?, no ¿verdad? Los chicos y yo nos preguntamos si antes el sistema era el mismo o si metían más materia en parvulario.
- ...plantillas...
- ¿Perdona?
- Trazábamos círculos con plantillas. Y luego los coloreábamos con cera.
- ¡Ahí lo tienes! –dice palmeándose el pequeño muslo –y cuando uno tiene más o menos el cerebro en su momento óptimo, ¡a jugar a la alfombra! Prefiero jugar en casa con juguetes míos, mira, tengo la suerte de que me los compran. Y no te creas, yo los cuido. Que hay algún descerebrado que le da de patadas a sus cosas. No se puede ser más tonto.
- Claro, claro.
- Y cuando hemos dibujado palitos en grupos de cinco, y está uno empezando a saber contar, al recreo –su pequeña cara trasluce hastío y contrariedad, con el mérito de un pequeño actor protagonista –así no. Así no, mira.

El chico paladea el caramelo de regaliz, indicado para las toses perrunas propios de personas mayores o de jóvenes como Anselmo, dedicados en cuerpo y alma a huir de las modas imperantes. Por eso ahora carga con una libreta y un bolígrafo siempre a cuestas. Huyendo de la modernidad. El chico le presta atención momentánea a un pequeño incidente entre dos niños que se salda con la intervención de un tercero.

- Luego todo esto es tiempo perdido. Ahora es cuando el coco está más blando y te entra todo. A otras edades ya está uno con otras preocupaciones y otros esquemas mentales...y ahí ya las enseñanzas no agarran tanto. En fin, oye, no quiero aburrirte.
- No...es la novedad, no sabía yo, nunca había mantenido una conversación de este modo con un niño...¿qué edad tienes?
- Entonces no estás perdido del todo, je je –su risa le triplica la edad –oye, no estamos todo el día dando la lata. En los descansos aprovechamos, ponemos al día ideas y eso. Si haces esto en casa te tiras las tardes en el psicólogo. Y con esto de los canales de la tdt ahora hay mucho dibujo animado. Y hay que aprovechar, que en cuanto entres en el colegio ya empiezas con los deberes...vamos, ¿qué te voy a contar? Sí tu en tu tiempo...sería más o menos lo mismo.

Anselmo asiente sin saber a qué. Indica el final de la calle mientras intenta balbucear algo con el mínimo sentido para estar a la altura. Viéndose incapaz, mete la mano en el bolsillo de nuevo.

- ¿Otro caramelo?
- Gracias, me lo guardo para después. Y ahora no quiero entretenerte más, tendrás cosas mejores que hacer que estar parado delante de un recreo, y tampoco quiero que te llamen la atención. Buenos días.

Ha llegado al final de la calle. Se ha abalanzado sobre el paso de cebra, recibiendo el consiguiente bocinazo de un camión de reparto. Como no lo ha visto suficiente, el conductor le ha agitado la mano y ha dudado de su salud mental. Anselmo también.

El pequeño niño se dirige al centro del recreo. Los otros dos que habían mantenido ciertas diferencias de pareceres se encuentran mucho más calmados y se pasan la pelota, en silencio, reflexionando por sus actos. Se coloca a su altura una pequeña de pelo negro ensortijado.

- ¿Con quién hablabas?
- Me he asomado a ver si alguien me daba un caramelo y ha habido suerte.
- Como te vea la profesora...
- ¿Lo quieres? Es de regaliz.
- Vale.

Ambos se han sentado bajo un árbol.

- Oye, no te habrás puesto a contarle nada de tus cosas a ese hombre, ¿no?
- Pues mira, puede que se me haya escapado algo, ya me conoces.
- Pues se habrá quedado con una cara...Una epifanía del presente y del futuro, del carácter infantil y del progresivo amordazamiento del sistema un lunes por la mañana...

El pequeño mira a su interlocutora. Sus expresiones son reproducciones fidelignas de viejos filósofos clásicos.

- Ya se le pasará. Seguro que termina comprándose algo caro.

jueves, 28 de abril de 2011

APLAUSO.

Esas juntas de madera nunca se ven. El jardín de cables tampoco. Los estudios de televisión son como una habitación para enseñar a las visitas rodeadas de discretas alfombras abultadas. Ahí cabe todo, personal y material. Son necesarias muchas horas de preparación para confesarse ante el ojo público. Concedo un breve vistazo a mis apuntes. Después me concentro en repasar cada botón, en los gemelos, en las partes que deben quedar bien cerradas antes de salir ante la cámara y si hay alguna etiqueta pendiente. Todo parece estar bien. Hoy entrevistamos a un tipo que ha hecho algo bueno por alguien, estará por una de las habitaciones atiborrándose. Me peino las cejas mojando dos dedos con saliva y aplastándolas contra el cráneo. Suerte de la inexistencia de olores en directo.

Un par de operarios de adelantan y casi me atropellan. Llevan a cuestas un estúpido rollo de cable. Falta un minuto para el directo y se han metido en mitad del plató. Inútiles. Al regidor sólo le ha faltado subirse a caballo para salir por ellos. Hay venas infladas en las caras del equipo. Diez segundos y están discutiendo a gritos en mitad de la escena. En control se tiran de los pelos después de arrancarse los auriculares. Yo estoy más divertido que contrariado, llevo años en la profesión y no había asistido nunca a una escena similar. Millones de salones nos contemplan. Estamos a mitad de semana, la gente ha vuelto del trabajo a descansar y fuera llovizna. Es uno de esos días de pico. Y están viendo dos técnicos discutiendo con el regidor, como si hubiésemos cambiado el programa por un número circense.

Pese a todo el público en plató aplaude.

Aplaude a rabiar.

Los subcontratados se percatan de su situación y se agachan como si lo sobrevolara el biplano del Barón Rojo. El regidor está más acostumbrado a este tipo de cosas y se ha arrojado a tierra como si esperara una bomba. Salen de allí por la orilla inferior de las pantallas del país mientras el público ríe, aplaude y se miran extrañados.

Siento un empujón en el hombro.

Apuesto a que la punta de mis zapatos y mi nariz se pueden ver en pantalla. Oigo gritos desde control que llegan a través de los decorados desechados. Siento las carreras agitando los cables. Y ahí me tienen, peinando canas, estudiando ofertas televisivas para retirarme con el mayor de los honores y en plena epifanía a destiempo.

Han aplaudido el incidente. Han aplaudido el plató vacío. Podríamos ofrecerle un decorado integrado por semejantes, como si asistieran a un partido de fútbol sin jugadores, sólo para saludarse desde las gradas. No pinto nada aquí. Esta chaqueta es falsa. No me veo cuando llego a casa, pueden ponerme en los labios textos falsos. Puede que no me hayan dicho nada y este programa lleve sin emitirse años, sólo me dejan estar por aquí y aprovechan algún descanso en el rodaje para sacarme, como un oso viejo en motocicleta en la carpa de circo.

Recibo otro empujón.

De un traspiés me planto en la entrada de madera reciclada con capa brillante, entre hileras de focos y público aún más profesional que yo. Nada de esto tiene sentido. Una señora del público me observa y sonríe primero para luego estallar en una carcajada. Los gemelos están bien, no llevo la cremallera bajada y mis cejas están perfectas.

Nada causa más risa que un tipo circunspecto conchabado con un mundo absurdo.

He dado las buenas noches al país. Mi sonrisa esta noche se la debo a los años, quizás ellos han destruido los músculos del rostro y no pueda cerrar la boca. Sigo hablando. El público aplaude. En algún momento entre la salida y la llegada a mi mesa las rodillas se han convertido en puré.

No escucharé lo que dice el invitado. Me concentraré en secarme las palmas de las manos en mis piernas vacilantes.

Sé que mañana vendré de nuevo. Y sé que me aplaudirán.

miércoles, 13 de abril de 2011

DEFCON 0 ( ACTO TERCERO )


Resumen de lo publicado: En un lugar indeterminado del terreno en peligro de invasión por el pérfido enemigo, el comando de asalto resuelve ciertos problemas paterno-filiares arrastrados desde tiempo atrás. Mientras los arrojados hombres de acción con galones resuelven con toda la tranquilidad que les es posible la pretendida amenaza. 

HEPTÁGONO AGAIN.
THE SAME PLACE, THREE MINUTES MORE.

Perdidas las formas para siempre, Rampablan se seca el sudor con una esponja mientras los presentes se reajustan las guerreras.

-Si el Defcon 0 no fuera suficiente, tendremos que recurrir al PLAN B.
-¡No, el PLAN B no, y menos en ayunas!  -protesta el ViceChief of Armour Santiago Candado.
-¡El plan b es una locura! –aulla otro
-No le consiento que lo diga en minúsculas.
-Eh..perdón,¡ el PLAN B es una locura! –corrige visiblemente nervioso el Tesorero Mayor del Reino.
-Martin, toque la trompeta por favor.
-¿Qué le gustaría oir?
-Algo muy patriótico, es para el discurso final.
-Entonces, ¿ el Vuelo del Moscardón en Do Mayor?
-¿Mayor?, no, General. Y sí, eso mismo.

Martin, descendiente de los Martin que han puesto sentidas notas a la trompeta en momentos decisivos del país durante los últimos tres meses, interpreta una pieza muy conmovedora.

-Señoras y señores del Jurado, excelentísimo reverendo, miembros de las agencias nacionales y espías al otro lado de los micrófonos. La situación que atraviesa esta, nuestra nación, es insostenible. El destino ha puesto en nuestras manos una decisión de inconmensurables lazos futuros. No cabe duda que las decisiones de ahora influirán en las de luego y en otras de otros luegos. Si debemos sacrificar nuestro país en aras de la supervivencia de nuestro propio país, voto a tal que lo haremos.

-Rampablan –pronuncia emocionado Sir Richard Trascott, hombre que lleva esperando toda la vida un cargo – creo que con este discurso hemos ganado la batalla.
-¡Es cierto señor!, imagino que el enemigo corre asustado colina abajo.
-¡Bendito sea el hacedor!, ¡hemos ganado la guerra!

Escenas de júbilo se sucenden en la sala de juntas. Un señor mayor tira unos papeles al aire mientras otros se abrazan como si fueran novios  que no se van a ver más. Un Teniente se quita la corbata y se la anuda a la cabeza mientras otros tres altos mandos improvisan una conga en el fondo de la sala. Rampablan no puede reprimir dibujar una sonrisa, y armado con un lapiz del dos blando aboceta una carita risueña en un documento oficial.

Todo estaba ganado hasta que alguien llama a la puerta usando los nudillos.

-¡Santo hacedor!, ¡el enemigo!
-¡Ejecuten el PLAN B de inmediato!.
-¡Aprisa aprisa!

Rampablan saca un llavín de cierta parte de su fisonomía corporal, gira un cierre de seguridad de una de las paredes y con dos lágrimas haciendo rafting por sus mejillas como única concesión a sus sentimientos, da tres cuartos de vuelta activando el mecanismo de DESTRUCCIÓN TOTAL MARCA AJAX.

Se hace el resplandor en la sala. Un brillo cegador, una luz que rivaliza en fuerza con el mismo sol.

Hace aparición el Presidente de los Estados Unidos. Aún con una mano sobre el interruptor de la luz mira a unos militares asustados, mera sombra de hombres valientes. Se aclara la voz.

-Pues menos mal que esto era el examen de admisión. Esto llega a ser de verdad y vamos listos.

Los presentes admiten que está en lo cierto. Y dan por bueno el suspenso.

Siempre queda la recuperación de Septiembre.

Esta historia no está basada en modo alguno en hechos reales. Ninguna persona, situación, cosa o mobiliario existe en la realidad. Las localidades aparecidas son de mentira, puesto que no existe Mountain Valley Pleasant View With Pines, el Heptágono ni los Estados Unidos.

Exteriores Rodados en Galapagar.

sábado, 9 de abril de 2011

DEFCON 0 (ACTO SEGUNDO)


Resumen de lo publicado: La plana mayor de la defensa se encuentra reunida en los sótanos del Heptágono tras recibir informaciones fidelignas vía Radio Andorra de un hipotético ataque de sus enemigos. Una vez cumplido el trámite de culpar a los sempiternos sospechosos Rusos Bolcheviques con gorros de orejeras, el  General Harryhaisen W. Rampablan toma la dudosa determinación de elevar el nivel de alarma del país a Defcon 0. 


EN OTRA PARTE, EN OTRO LUGAR QUIZÁS.

Un comando de los Silver Arrows de la base de Chitacallando ( Nuevo México ), desembarcan del helicóptero de línea en Mountain Valley Pleasant View With Pines, en el punto neurálgico de la frontera de Nueva Carolina del Este y el Sahara Meridional. Jhon Stuck vive unos momentos de vicisitudes variadas.

-Sargento, esto es una locura.
-Jhon, no le consiento que ponga en entredicho las órdenes del alto mando. Mire si es así que como no se disculpe no sigo hablando con usted.
-Perdone señor, pero verá, no veo lógico mandar a un comando de sólo dos integrantes a un punto tan problemático como este.
-Hijo, le diré lo que me dijo el anciano Subteniente Canell en una ocasión en las costas del Mar muerto: “coja esa escoba y limpie”.
-¡Así lo haré señor! –grita un convencido recluta, que planta cara al primer pino que se cruza en su camino.



VOLVIENDO AL ENTRETENIDÍSIMO MUNDO DEL HEPTÁGONO.

Peter Stromasky, General de la Inteligencia Propia termina de explicar al General Rampablan el fucionamiento del dichoso Defcon ayudado de marionetas.

-¿Habéis visto al Defcon 2 niños?
-¡Síiiii, detraaaas! –grita puerilmente Rampablan ante el improvisado teatro de guiñoles.
-¿Dónde dónde?
-Bueno, basta de tonterías.
-Disculpe señor.
-Hasta ahora no hemos tenido aviso de los malos que quieren darnos para el pelo.
-Es el procedimiento habitual –sugiere uno de tantos con medallas de por allí.
-En mis tiempos se hacían las cosas bien.
-¡Olvide sus tiempos!, esto podría significar la Enésima Guerra Mundioesférica.
-O peor, ¡el arcopalisis, la hicatombe!...
-¡La caraba, el despiporre!

El pánico se apodera de los presentes que, de manera espasmódica, corren alrededor de la mesa de juntas con las manos en la cabeza y aullando como perros en celo. Sólo los más fuertes mantienen la compostura y hacen música con las axilas.


Mountain Valley Pleasant View With Pines,
MOMENTOS ANTES.

El comando de Silver Arrows se refugia en una zanja construida para tal fin con un par de cucharillas de postre. Corre viento de levante.
-¿Sargento?
-Dígame Jhon.
-No lo veo claro.
-Tome este pañíto de lino, frótese las gafas.
-Gracias señor, pero no es eso.
-¿Entonces?
-Pues...
-Suéltelo hijo.
-La guerra es una tontería.
-A veces sí.
-¿Cómo que a veces?, esto es una absurdez.
-Tiene razón.
-Es más, le diré otra cosa.
-A ver.
-Este diálogo es un relleno, somos meros personajes para descargar la tensión latente del relato principal.
-Calle calle, y apunte al frente.
-A sus órdenes.
-Si es que tienes unas cosas hijo...
-Diga usted que sí, padre.

(concluirá)

miércoles, 30 de marzo de 2011

DEFCON 0. ( ACTO PRIMERO )

En un gran esfuerzo y obligado en parte por circunstancias que no vienen al caso les ofrezco, íntegro, un fantástico drama de corte militar en varios actos encadenados. El absurdo y la sobrecarga de medallas está garantizada.

Es martes, aunque sinceramente dudo que a usted le importe. La ciudad de Washington duerme tranquila abrazada a la almohada, ajena a los peligros que la amenazan desde las sombras. El Heptágono, símbolo del esforzado trabajo del poder militar por mantener el orden reluce en mitad de la ciudad, quizás no sea buena idea ante ataques enemigos, pero la pintura brillante en la oscuridad salía bastante más barata. Corre una leve brisa, detenida al momento por un policía militar en las tapias del recinto.

Un desgarvado muchacho recorre los pasillos del edificio ayudado por la cera depositada en él a primera hora de la mañana. Se le ve ansioso, frenético y bizco, aunque probablemente de esto último no tenga la culpa los nervios. Agarra con fuerza una carpeta marrón, con las palabras “TOP SECRET número de agosto”. Irrumpe en este preciso instante en el mal iluminado despacho del General Harryhaisen W. Rampablan, al que sorprende intentando terminarse el asteroids con dos vidas.

-General, señor, buenas noches.
-Descanse soldado.
-Señor, informe secretísimo del Norit.
-¿Qué ocurre?
-Señor, decretan situación de alerta.
-Informe al Comité. Llame a mi mujer y diga que llegaré tarde. Yo llamaré a mi...sobrina.

Un grupo de cansados militares se reunen en la Vigésimoquinta Sala de Reuniones, sita en los sótanos junto al escobero. Entre todos reunen la friolera de setecientos años, lustro arriba, lustro abajo. Rampablan sale de su escondite bajo la mesa de juntas, intentando pillar desprevenido a alguno de sus colegas para que, como castigo, se ocupe de preparar el café.

-Es una situación peligrosa –comienza a explicar Rampablan.
-¿Cómo de peligrosa? –inquiere el Sargento Mayor Willem Fresh Vegetables.
-Mucho.

Se produce un murmullo en la sala. El General se ajusta las gafas de buzo para leer de cerca y se hecha un par de piedrecitas a la boca para ayudarse a no tartamudear.

-A las 2300 zulú horas...
-Es que todavía no me aclaro yo con este horario, General –expone Dustin G. Valdemaker Jr, Sargento Mayor del Quinto Ámbito Interestatal de Vigilancia de Malos Foráneos ( Acuartelamiento de Hurray for Memphis! ).
-Las once y algo Dustin.
-Ahhm, se lee todo junto...vale vale.
-Sigamos. A esa hora recibimos un aviso importante de uno de nuestros espías en la cordillera norte de los Apalaches.
-¿Cual de ellos? –pregunta el Adjunto del FGI ( Federación de Guardias Importantísimos ) mientras hace como que lee unos papeles.
-Se oculta bajo un anorak color pistacho y peluca rubia.
-Buen muchacho.
-Es una chica.
-Lo que sea.
-Ha detectado, mediante ondas de radio trasmitidas hasta su oido en último término, que los malos se preparan para atacarnos.
-¿Es fiable la información?
-Del todo. Ofrecida por Radio Andorra. Avalada por el patrocino de Carnipescadería Solitierrez, oferta esta semana de chuletas de besugo de corral.
-¡Diablos, esos nunca fallan! –expresa el Subcoronel de Gasolineras Herbert Alpes con la suficiente vehemencia como para arrancar un aplauso de los presentes.
-Silencio caballeros. Dejen sus expresiones de algarabía para el final. Esta situación nos ha hecho tomar las medidas oportunas. Mi primera orden ha sido retirarle el saludo a los rusos.
-¿Excesivo quizás? –pregunta azorado el Teniente Coronel Andrew A. Secas, encargado de la inteligencia Astronaval.
-Podíamos haber optado por saludar de manera hipócrita, pero queremos dejar las cosas claras.
-¿Porqué a los rusos? –pregunta un señor con gafas del fondo.
-Siempre son ellos. Y si no son ellos, conocen a los malos de turno.
-¿Ha consultado esta orden con el presidente?
-No he podido. Está en Camp Rafael en un campeonato de tute, he podido hablar con su hijo pequeño y ha dado su permiso.
-Ese chaval llegará lejos –añade el señor de antes, con ganas de hacerse notar.
-Cierto, en ese momento subía al avión de reparto.

Se hace un silencio sepulcral en la sala. Algunos adoptan la postura de pensar reflejada en el manual de altos cargos ( mirada hacia abajo y mano en la barbilla ) mientras que otros tantos revisan mentalmente la conversación intentando enterarse de algo.


-Continuemos. Hemos destacado a la plana mayor del ejército en todas las fronteras problemáticas del globo. Desde Kandekistán hasta Lugo, ni un malo toserá sin que lo oigamos.
-¡Los malos son malísimos de verdad! –exclama el Subcoronel Herbert Alpes intentando arrancar otro aplauso. Sus compañeros solo le conceden una nota media de un siete y medio porque lo ven forzado a la hora de entrar en el agua.
-Señoras, he decidido subir nuestro nivel de alerta a Defcon 6.
-Disculpe General, nuestro ejército no contempla dicho nivel de alerta.- advierte Gregory Tiquismiquis, Cabo Raso de procedencia Griega y mandamás en prácticas.
-Pero si antes de venir estábamos en Defcon 5, lo normal será subir a 6...vamos, es como yo lo veo.
-No no, va en sentido descendente.
-Explíquese botarate.
-Verá señor, se pasa de 5 a 4 y así sucesivamente, es como la cuenta atrás para el lanzamiento de un misil.
-Acabaramos. Entonces decreto el Defcon 0.

Las caras de los presentes palidecen ante la estupidez supina del citado dirigente.

(continuará)

sábado, 26 de febrero de 2011

ÉPICA COMESTIBLE. ( Parte 2 )


Sí podía acceder al servicio después de todo, podía considerarse justo entre los justos y afortunado. Imaginaba cómo lo contaría todo al regresar a casa. “Transité por el cubo de piedra, incluso comí en él”. Bien es verdad que las mesas eran menos nobles, sujetas por patas de cabra forjadas, o así quiso creerlo. Los manjares eran similares, puesto que pertenecían al mismo rey, pero dudaba con el corazón poder acceder a ellos. “Limitarán la comida de diez talentos a otros platos con seguridad”. Buscó una mesa en una esquina, para ello pasó junto a unos comerciantes, uno de ellos con voz ajena, con una piedra horadada como intérprete. A punto estuvo de tirar su báculo al pasar. Este le dirigió una torba mirada de desaprobación para seguir al segundo siguiente con sus tratos. Sintióse como un digno capitán del batallón Áquila Necra, tras sojuzgar al enemigo en el paso de Malaespina. Se le acercó un sirviente menos joven, de pelo blanquecino, oculos sobre alambre y orejas asustadas. Su perfil se asemejaba a una bolsa de botín.

-         Perpetuos días.
-         Vengo por la comida de diez talentos.


Pareció oscurecerse la sala, los cubos y el firmamento todo. El comerciante y su piedra abrieron espacio. Otro hechicero de la palabra, que discutía hasta ese segundo de instrumentos de comunicación entre clanes y dinerarios por sus servicios exclusivos enmudeció. Nuestro héroe nunca había sido sagaz, nunca había tenido la clarividencia ni la observación como sus principales atributos. Pero no por ello dejó de observar la transmutación en el rostro del sirviente. Este encolerizó, batió su cuerpo en retirada mientras nuestro protagonista suplicaba, mudo, la ayuda de los presentes. Plantó con fuerza inaudita, gran palma y sin rubor alguno un papiro sobre la mesa.

-         Diez talentos –espetó  con violencia- dan para una escudilla principal, una secundaria, media pinta de bebida, hogaza y dulce.

Turbado, nuestro héroe se vio en la tesitura de acallar sus jugos gástricos, la furia mal disimulada del mesonero y lo sobrevenido de la situación, todo a un tiempo. Sujetaba una tablilla que mediante un hechizo trasladaba a la cocina su pedido.

-         Comeré unos dedos vegetales.
-         Otro –pinchó furioso el punzón en la tablilla mágica.
-         Ave de corral cocinada.
-         Otro.
-         Con cereales. –decidió continuar, aunque el ventero no le había dado pie – y un zumo de bóvido cuajado con especias.
-         Beber.
-         Agua clara –luego recordó que ni siquiera le había formulado la pregunta completa.


Y es aquí donde los héroes reclaman su espada, su trono y su memoria. Cualquier otro con menos seso se habría levantado, empuñado su arma y aclarado los puntos de la comanda. Un hechicero experto habría formulado un sencillo conjuro de ruina armado sólo con un puñado de sal y sabias fórmulas. Un lenguaraz bribón habría obligado a disculparse por tamaña afrenta y un bardo habría obligado a los presentes a pelear por él. Pero nuestro héroe era un simple caminante, buscafortunas, con poca pericia para la espada y sin una clase atribuida debido a su limitado conocimiento.

A todo ello había que añadir el miedo atávico al Consejo morador del cubo. El nombre de una Orden sólo pronunciado al resguardo del hogar, capaz de acallar los rumores sobre sus avatares y con una fama inmaculada por este motivo. Una orden con tentáculos por doquier, más allá del Mar de la Bruma, en ese llamado Otro Mundo.

Calló y comió. Comentó para sí el hecho. Degustó la comida, pues no era mala aunque sí escasa. Los dedos vegetales fueron pequeños, la carne de ave provenía de toda ella a la vez y descansaba junto a tubérculos en vez de arroz. Y la cuajada de zumo de bóvido albergaba un buen sabor, pero no una porción de torta de maíz como se acostumbraba en la región.  Se prometió ponerlo por escrito antes incluso de que a la salida el mesonero lo despidiera con un saludo destemplado desprovisto de buenaventura.

Y cumplió su promesa.

- - - -

-         No has dicho ni mu desde que salimos del centro comercial.
-         Ya te comentaré la jugada en casa.
-         La comida ha estado bien, ¿no te parece?
-         No ha estado mal.
-         Podríamos repetir incluso. ¿En que plaza del parking hemos dejado el coche?
-         ¿Eh? Pues no me acuerdo.
-         Ya te has despistado. A saber en qué andarás pensando.
-         Nada. Cosas mías.
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Ya concluyó.

domingo, 20 de febrero de 2011

ÉPICA COMESTIBLE. ( Parte 1 )


EN DONDE SE CUENTA LAS PERIPECIAS VIVIDAS POR EL HÉROE EN EL TERRITORIO DEL CUBO, SU BÚSQUEDA Y DE LO QUE DE TODO ELLO APRENDIÓ.

Cuentan de aquellos días que nuestro héroe osó internarse en el gran cubo de piedra. Cierto es que era un lugar transitado y que incluso el piso más bajo era diáfano, abierto al caminante. Cruzar sus estancias suponía un ahorro importante de tiempo y a su vez ahorraba al perdido darse de frente con peligrosos elementos erráticos, armados con bolsas y ojos apenados. Muchos perdieron su fortuna con ellos.

Pero las plantas superiores estaban vedadas. Más de uno dejó la cordura entre extrañas estancias ciegas repletas de tela, intrincados laberintos de tapices seriados, caminos muertos y elegante soldadesca con los ojos puestos en las monedas del cinto. Todos los visitantes allí parecían saber bien dónde dirigirse, pero un estudio minucioso de sus ojos revelaba su pérdida en todos los sentidos. Nuestro héroe, sin querer despegar su mano de la barandilla de las escaleras subió las plantas en busca de un hipotético salón de comidas situado en la última de ellas. De todas partes surgía una música suave, de otro tiempo. A través del bambú que hacía las veces de pared pudo ver el salón repleto de satisfechos comensales en cómodas butacas semicirculares, servidos por mayordomos de sonrisa perenne.

Traspasó las dos columnas acanaladas sin preguntas, pero comenzó a temerse lo peor. Grandes platos se degustaban sobre mesas de madera del color del azúcar quemada. Tomó asiento en una esquina. Acercósele un mayordomo dispuesto que sobre papel traía escritas las existencias y su precio. Ello le pudo. Palpó sus bolsillos y contó él también las monedas de su cinto. No había con qué saciar su hambre. ¿Debería atravesar todo el cubo de piedra, salir al exterior y desplazarse hasta los recintos de artesanos, más allá de los dos ríos en los territorios fuera de las murallas, para allí probar suerte en una casa de comidas por él conocida? Su cuerpo no soportaría tanta espera.

El mayordomo, sintiéndose en parte descargado de la responsabilidad, le indicó la existencia de un pequeño salón donde también se servía algún tipo de comidas en la cola del cubo de piedra. Concretamente en la primera galería.

Famélico atravesó de nuevo la estancia superior, los pasillos de tapices y la entrada diáfana hasta la boca del pasillo que lo llevaría, bajo tierra, al pequeño cubo gemelo al otro lado de la vía empedrada. Transitó por el paso, no mucho más alto que un hombre fornido de la región. Unos oscuros ventanales comunicaban con el depósito de carruajes en absoluto gris. Pasó por unos estantes de flores falsas, estatuillas sin consagrar y diversos ajuares casi desatendidos. Se detuvo ante el cartel en la puerta del pequeño salón.

“LOS DÍAS CIVILES DE LABOR SE SERVIRÁ COMIDA POR DIEZ TALENTOS”
Concluirá

lunes, 24 de enero de 2011

ESTAMPAS ABSURDAS 4. UNO MÁS UNO TIENDE A TRES

- Sabía que si venía solo no me creerías -Gregorio desplazaba su peso entre los dos pies sin saber a qué carta quedarse.
- Te dije lo que tenía que decirte. Te dejé por escrito lo que tenía que decirte y creí ver un atisbo de comprensión en tus ojos. -Úrsula, con los rizos agitados de manera oportuno por la franja abierta de la ventana, construía entre ambos un solar de dos mil metros cuadrados.
- Detesto cuando te pones novelesca.
- Que está todo dicho.
- Debe haber un término medio entre ese papel secante y la declamación dramática mujer. - intentaba desenterrar de aquel erial un puñadito de entendimiento sin tener ni idea de agricultura aplicada a la psicología interpersonal.

El silencio era denso, se desperezaba por la estancia como una suegra atenta, desaprobando los adornos elegidos por la dueña de la casa. La curiosidad del científico de bata blanca sí era impuesta, empotrado en una esquina olisqueando por tercera vez una lámina enmarcada en la que una diosa en un bello jardín daba la espalda a un fauno impertinente.

- ¿Es amigo tuyo? -Úrsula contempló la planta del invitado considerando de manera muy sesuda ofrecerle una habitación por una noche.
- Eso no importa, tiene algo que decirte -lo presentó como el enano gigante de un circo de curiosidades, flexionando las rodillas y con ambas manos hacia atrás.
- Buenos días -el científico, azorado, erró el pronóstico justo cuando el sol jugaba al escondite con dos edificios de apartamentos lejanos.
- Ande, dígalo -parecía empujar a un compañero de colegio a contar el último chiste verde como solo él sabía.
- Pues verá, estudios científicamente probados demuestran...
- Pero que lo dice usted de corazón, no le obligo yo a nada -aún seguía con una postura digna de medalla de bronce en la prueba de patinaje de velocidad, desmerecida por un ligero temblor de tobillos.
- ¿De qué va esto? -Úrsula palpaba bajo la bata las posibles formas, aunque un poco espantada por lo dubitativo del comportamiento del extraño.
- No puedo hablar de corazón, estaría traicionando mi forma de pensar desde que estrené el uso de razón. De todos modos usted dijo a este hombre, y es cita textual, lo nuestro es imposible.
- ¿Fue así o no?
- ¿Es esto un interrogatorio Gregorio? ¿saco al abogado del armario? -sonrió como única espectadora al recordar la noche en que, efectivamente, descorrió sus vestidos para encontrarse con un letrado divertido, creyéndose el punto de inflexión de un chiste viejo.
- Solo vengo a exponer unos datos, señorita. Y por ellos puedo decirle que el cariño entre dos personas, cualesquiera su sexo, condición intelectual o patrimonio, es posible en la medida en la que ambos accedan, tengan ganas y se atraigan. Existen otros requisitos, como pertenecer a la misma dimensión cósmica -creyó estar excediéndose en el parlamento y la inercia de sus labios le hizo llegar a puerto de manera atropellada- de todos modos esto casi siempre se cumple.

Miró a ambos, por diversos motivos. Gregorio era peculiar en el mejor de los casos. Por las tardes solía ser inseguro y los fines de semana alternos se preocupaba de sucesos distantes y desgracias ajenas. No quería caerse del fichero de conquistas, cualidad que le había dado algún punto al principio. Después se empeñó en perderlos siendo fiel a su conducta. Compartía salón con su amante y un supuesto científico. Cruzó los brazos. Estiró una de sus largas piernas. Removió el pelo haciendo ondear en la misma frecuencia los ojos apetitosos en la sala. Los cuatro. Si hubieran visto la misma postura en el catálogo de venta por correo abandonado sobre el sofá el gesto habría perdido fuerza y novedad. Pero estaban a otra cosa, en esos momentos la única.

- Dígame, señor científico...¿cómo se llama?
- Agustín. Encantado.
- Por supuesto que no -respondió airado el ángulo obtuso del triángulo a la mención de un par de sonoros besos que ofreció el estudioso en voz queda junto al oído.
- ¿Puedo preguntarle algo? -preguntó ella divertida.
- Te va a liar Agustín.
- Ya lo creo que sí -dijo el aspirante a desenamorado.
- ¿Lo he dicho en voz alta? -tras un silencio amplificador de los arañazos del tiempo sobre la pared, prosiguió el doctor -claro, pregunte lo que quiera señorita.
- Es usted científico, así quiere demostrarlo. Quiero creer que ha estudiado el asunto de nuestros sentimientos. Si es así, quizás pueda contestarme. ¿En qué se basa para hablar de pasiones? ¿Dónde aparece el amor en sus números? ¿Cómo se disecciona el libre albedrío?

Gregorio bufó y abandonó la postura. El aplicado Agustín gesticuló con ambas manos en un molinete de calidad apreciable. Descolgó los labios. Extrajo una libretita con cifras para guardarla tras pasar un par de hojas. Se aclaró la voz, levantando ambas cejas en dirección al reluciente ex nada y agitó una solapa de su babero en señal de paz.

- Soy estadístico. Lo admito -Gregorio aprovechó la confesión para meterse un par de manos en los bolsillos con evidente contrariedad – no sé contestarle.
- Tengo que lavarme el pelo -dijo Úrsula sin miedo de marear su pelo a base de bucles forzados por su dedo juguetón -¿puedo confiar en que sabréis encontrar la puerta o tendréis que experimentarlo primero?

Se marchó con sus tacones afinados pasillo arriba, mientras el científico subía los hombros, cargado de explicaciones que no terminaban de reaccionar para salir de su recipiente.

- No, déjalo. Si era por probar más que nada. - pacificador, mostró con un gesto la salida al apesadumbrado doctor – si lo nuestro es imposible.
- Bueno, había preparado una argumentación para dejarlo, al menos, en improbable.

Palmeó el hombro de su nuevo amigo a la altura del paragüero.

- Es sólo un matiz. ¿Qué sabe la ciencia de estas cosas?
- Claro, al ser yo teórico, pues difícilmente...
- Tranquilo, le dije que le pagaría una comida si me ayudaba con este asunto.
- ¿Podré repetir postre?

Gregorio se detuvo entre dos escalones.

- Amigo, lo veo improbable.

domingo, 16 de enero de 2011

EL VECINO.


En la mesa mi padre comenta que siempre ha estado ahí, en el piso de arriba. Quizás por no poder dedicar mucho tiempo a mirar alrededor y esforzarse en tareas más cotidianas, desagradecidas pero necesarias, nunca lo ha puesto en duda. “¿Y porqué no va a vivir ahí?, eso siempre lo ha sabido todo el mundo”, acierta a decir mientras una lenteja le baila en el escenario de carne.

Yo nunca lo he visto. Mi madre recuerda haberlo oído arrastrar algún mueble, oírlo hablar por el patio de luces o ver correspondencia en su buzón, “casi siempre cartas, cartas de las de antes.” Ella vierte el café en las tazas para llevarlo a la sala.

Mi hermano, siempre cauto, admite no haberse cruzado con él. Al momento añade “eso no quiere decir ni una cosa ni otra”. No le puedo sacar más.

Me acerco con mi tío a un rincón. Mientras, recogen la mesa para colocar las tazas humeantes, postres y alguna botella de licor. Dedica un rápido vistazo al exterior por la terraza. “Al principio, al poco de mudarse tus padres, era distinto. Nadie sabe quién lo nombró presidente, pero durante bastantes años mandó en la comunidad. Y no había quien le llevase la contraria”. Cuando le pedí una calificación en pocas palabras él, sonriendo de medio lado, entre la suficiencia y el respeto, respondió “Altivo. Indomable.”

Aspirando su cigarrillo acude a la cocina, alguien le pide entre jaleo de cucharas que ayude a trasladarlo todo. Se aleja con paso alegre. Desfilo delante de las cortinas hasta decidir entrar al baño. Desde la pequeña ventana puedo ver su piso. Observo, y sólo puedo ver oscuridad en aquel apartamento del último piso. Alcanzo a recordar el tiempo en el que su hijo se trasladó al edificio. Era mucho más accesible. Siempre dispuesto a preguntar por la salud o a comentarte cualquier detalle del barrio que a un pequeñajo como yo se le había pasado por alto. Gracias a él los vecinos pudieron llegar a entender mejor a su padre, a verlo de otra manera. Es cierto que en ocasiones tenía algún comportamiento extraño. Dicen que frecuentaba malas compañías. Una noche vinieron a por él, y el escándalo fue mayúsculo. Dicen que el padre no pudo o no supo ayudarlo. De todas maneras creo recordar que no fue grave, al poco tiempo lo vieron de nuevo por el barrio.

Sigo mirando el apartamento. Sus asuntos los lleva un asistente, un albacea o algo parecido. Lleva al día sus facturas, participa en su nombre en las decisiones y de un tiempo a esta parte se queja, sin esforzarse en disimularlo, de que los nuevos vecinos no tienen demasiado en cuenta la forma de hacer las cosas. Su forma. O la de su representado.

Allí arriba parece no haber nadie. Cuando salgo del baño la mesa está dispuesta para seguir con los codos apoyados hasta que se ponga el sol. Allí se arregla nuestro mundo. Chistes o lamentos, según el día.

Pero siempre hay un sitio libre pare él en la cabecera de la mesa. Muchos en casa piensan que un día nos visitará.

Si ocurre creo que encontrará el café frío, y dicen que tenía bastante carácter.