domingo, 20 de febrero de 2011

ÉPICA COMESTIBLE. ( Parte 1 )


EN DONDE SE CUENTA LAS PERIPECIAS VIVIDAS POR EL HÉROE EN EL TERRITORIO DEL CUBO, SU BÚSQUEDA Y DE LO QUE DE TODO ELLO APRENDIÓ.

Cuentan de aquellos días que nuestro héroe osó internarse en el gran cubo de piedra. Cierto es que era un lugar transitado y que incluso el piso más bajo era diáfano, abierto al caminante. Cruzar sus estancias suponía un ahorro importante de tiempo y a su vez ahorraba al perdido darse de frente con peligrosos elementos erráticos, armados con bolsas y ojos apenados. Muchos perdieron su fortuna con ellos.

Pero las plantas superiores estaban vedadas. Más de uno dejó la cordura entre extrañas estancias ciegas repletas de tela, intrincados laberintos de tapices seriados, caminos muertos y elegante soldadesca con los ojos puestos en las monedas del cinto. Todos los visitantes allí parecían saber bien dónde dirigirse, pero un estudio minucioso de sus ojos revelaba su pérdida en todos los sentidos. Nuestro héroe, sin querer despegar su mano de la barandilla de las escaleras subió las plantas en busca de un hipotético salón de comidas situado en la última de ellas. De todas partes surgía una música suave, de otro tiempo. A través del bambú que hacía las veces de pared pudo ver el salón repleto de satisfechos comensales en cómodas butacas semicirculares, servidos por mayordomos de sonrisa perenne.

Traspasó las dos columnas acanaladas sin preguntas, pero comenzó a temerse lo peor. Grandes platos se degustaban sobre mesas de madera del color del azúcar quemada. Tomó asiento en una esquina. Acercósele un mayordomo dispuesto que sobre papel traía escritas las existencias y su precio. Ello le pudo. Palpó sus bolsillos y contó él también las monedas de su cinto. No había con qué saciar su hambre. ¿Debería atravesar todo el cubo de piedra, salir al exterior y desplazarse hasta los recintos de artesanos, más allá de los dos ríos en los territorios fuera de las murallas, para allí probar suerte en una casa de comidas por él conocida? Su cuerpo no soportaría tanta espera.

El mayordomo, sintiéndose en parte descargado de la responsabilidad, le indicó la existencia de un pequeño salón donde también se servía algún tipo de comidas en la cola del cubo de piedra. Concretamente en la primera galería.

Famélico atravesó de nuevo la estancia superior, los pasillos de tapices y la entrada diáfana hasta la boca del pasillo que lo llevaría, bajo tierra, al pequeño cubo gemelo al otro lado de la vía empedrada. Transitó por el paso, no mucho más alto que un hombre fornido de la región. Unos oscuros ventanales comunicaban con el depósito de carruajes en absoluto gris. Pasó por unos estantes de flores falsas, estatuillas sin consagrar y diversos ajuares casi desatendidos. Se detuvo ante el cartel en la puerta del pequeño salón.

“LOS DÍAS CIVILES DE LABOR SE SERVIRÁ COMIDA POR DIEZ TALENTOS”
Concluirá

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