martes, 5 de julio de 2011

ECHANDO EL RESTO. ( PARTE 2 )

Parte 1 aquí.

Resumen de lo anterior.
Un problema acucia al presidente del Banco Mundial. Uno de sus subordinados lo pone en su conocimiento.

Miró fijamente a Anthony. Aparte de las siglas, la nomeclatura y los términos, había algo que no le terminaba de encajar. Su actitud, la firmeza y el tono de voz parecían ir más allá de un consejo de amigo.

-Por...por supuesto, te recuerdo que soy el presidente del Banco Nacional.
-Mundial.
-Mundial, sí, Mundial quería decir. Estoy algo nervioso. Yo redacté ese informe, estamos de acuerdo. Puedo haber cometido algún fallo de estimación...o...alguno de los informes de externos podía estar mal...¡claro!, probablemente sea eso – se autopalmeó la espalda al cargar el muerto a hombros de un hipotético tercero.
-Probablemente Jean. Pero verás, he repasado las cifras y he dado con el error.
-¿El error?
-Si miras con atención la columna veintiseis-efe, verás lo que te comento.

El nerviosismo hacía bailar las columnas un romántico vals vienés. La dichosa columna parecía esconderse tras el cortinaje del salón de baile y creyó encontrarla en un par de ocasiones, antes de que su propio sudor le jugara una mala pasada e inundara el ojo derecho. Tras unos gelatinosos minutos, demasiados observando la expresión de Anthony, las pupilas de Jean llegaron a su destino. Inspeccionaron las cifras con una atención inaudita en el desempeño de su cargo.

-Perdona Anthony...serán las gafas...pero no doy...
-Jean, cifra treinta y seis. Es incorrecta.
-Oh, la treinta y seis...claro...
-Cualquiera diría – Anthony adelantó el cuerpo y bajó la voz –que no sabes restar.

Jean habría preferido recibir un tiro. Quizás no, pero en aquel momento casi habría firmado con el tampón escondido en la tercera cajonera de su mesa cambiar la herida por la vergüenza. Tras el aturdimiento comprendió: quiere mi puesto.

Pero ya era tarde, su ejército de excusas se batía en retirada. Su capital estaba sitiada y su coronel estaba aún más asustado que el. Y Jean, recurrió a la respuesta más lógica demostrando su humanidad.

-¡Eso es mentira! –nada más humano que la mentira -¡quieres descalificarme maldito embustero! – y el insulto.
-No tienes por qué preocuparte Jean. Sabré arreglarlo.
-¡Por supuesto que lo arreglarás, es tú trabajo!. Reúnete con los técnicos y vuelve con el asunto solucionado. –señaló al lado contrario de la puerta, corrigiendo el rumbo de su índice rezando por que Anthony no lo hubiera notado.
-A la hora de comer lo tendrás en tu mesa. – lo había notado.

En la representación de la Rendición de Breda podemos observar dos tipos de lanzas. Unas se alzan orgullosas al cielo, mientras que los vencidos no las dejan caer a duras penas. La figura de Anthony recordaba a las primeras.

El guiñapo arrugado en el sillón presidencial, a las segundas. Sin embargo, y en su condición de vencido y humillado, Jean no se privó de intentar caer un poco más bajo, aunque tuviera que nadar estilo mariposa en el fango de su trinchera.

- Y Anthony...
- ¿Sí? – preguntó enarcando las cejas y con sonrisa de villano.
- No comentes esto con nadie.
- Tranquilo. Quedará entre nosotros. Ya me devolverás el favor.

Salió del despacho habiendo vencido al regente. El león joven de la manada se había asegurado el puesto de lider. Era cuestión de tiempo.

El pobre Jean secó el sudor de su frente con uno de los documentos de la mesa. Abriendo los ojos, se lo apartó de la cara, lo extendió y lo planchó a mano sin vapor. Tras unos segundos de mirar el paisaje a través de las persianas de láminas y poner cara de preocupación para un público ausente, abrió el tercer cajón de su escritorio. Sacó un breve tratado de economía. De su interior extrajo una cartilla de recuperación veraniega de matemáticas para alumnos de cuarto. Con un lápiz blando con goma incorporada se puso a trabajar en su carencia con las restas.

Prefirió dejar pendiente el preocuparse por aprender a multiplicar con dos cifras.

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