domingo, 16 de noviembre de 2008

IN THE TIME OF DARKNESS, THE CHOOSEN WILL RISE. ( y II )

Parte 1

Luché con fiereza, aunque esta feo que uno mismo se lo diga. Incrusté un viejo candelabro en un costado de una criatura azul sin ojos y parecido a un palmípedo, tras ello hice del paragüero metálico de la entrada mi escudo ante los envites del autodenominado “Kaolostrium de Terranova”, con su dos docenas de puños mal contados. De un empujón lo envíe a una esquina, en la que se ensartó sin yo haberlo previsto con la daga diamantina de un tal Esquiverio el Manco, sorprendido y furioso a la vez por la muerte de uno de sus compañeros de batalla.

Los cuerpos se disolvían en el aire tras caer dejando hedor en el aire. Los golpes me alcanzaban, me dejaban aturdido. Corrí por el pasillo con la cabeza agachada para no recibir una andanada de gropúsculos moleculares fluorescentes que arruinaron el gotelé.

Aún desorientado, algo en mi interior se encendió.

El aire chisporroteaba a mi alrededor. Subió la temperatura y mis ojos ardieron. Fue solo un instante: de mis manos partieron al objetivo dos trenzas ardientes como la caldera del infierno, que durante unos segundos dieron cuenta de al menos diez de los atacantes. Tras el ataque quedé algo exhausto, remediándolo con un sabroso muslo de pollo aún humeante dejado en el suelo por uno de los derrotados.

En ese instante los asaltantes retrocedieron sensiblemente, haciéndome creer equivocadamente mi momentánea victoria. Una garra rasgó el velo de la realidad a diez centímetros de mi cuero cabelludo. Esa garra venía acompañada de un antebrazo y el resto de la anatomía del ser más aterrador que mis ojos vieron nunca. Descargó sus pesadas pezuñas sobre este plano de la realidad, carcajeándose a mandíbula batiente mientras efectuaba sus ataques.

Concentré mi atención en el viejo de nuevo por un instante. Con un dedo desplazó hacia abajo el párpado inferior de su ojo derecho, advirtiéndome seguramente que me fijara en mi enemigo. En recién llegado pronunció algunas palabras en una extraña lengua, parecida al ruido de una batidora en plena faena, y descargó el mejor de sus golpes contra el mueble de la esquina, convirtiendo el contrachapado en virutas. Por fortuna, en el lugar ocupado por este apareció un curvado alfanje, con el que asesté un par de cortes certeros a la altura del costillar.

Manaba sangre pero aún así proseguía con sus ataques.

Estaba en clara desventaja, pero recordé los gestos del viejo. Me concentré en mi oponente, observando su manera de atacar. Seguía un claro patrón: un par de golpes seguidos de una carrera. Si era capaz de acertarle en este momento, caía confundido al suelo, levantándose al instante se situaba en el centro de la habitación lanzando dardos candentes de una protuberancia sobre el hombro derecho, proyectiles que esquivaba por centímetros. Siguiendo el patrón le propiné al menos cinco golpes más. El monstruo aulló de dolor, tanto por el daño como por la clara derrota. Desapareció dejando un pequeño cofre repleto de monedas de oro. Pero lo más extraño, sin duda, fue el comportamiento de sus secuaces, que murieron en el mismo instante de la derrota sin dejarme tiempo para ajustarle las cuentas.

El apacible anciano se levantó, sacudiéndose algunos restos de cáscaras de los frutos secos de su túnica. Palmeó mi espalda como signo de reconocimiento y juntando sus manos, imitó el movimiento de un ave al volar. Tras ello desapareció por la maltrecha terraza, rumbo al firmamento.

Eso fue lo que pasó.

-Bien, veamos, llegan los compañeros del cuerpo tras la llamada de sus vecinos. Vemos el estropicio en el piso alquilado y a usted, apestando a alcohol, en mitad de la habitación, armado con una escoba y, según sus palabras, “esperando guerra”. ¿ Está seguro de que esta va a ser su declaración jurada para comparecer ante el juez?
-Sólo le he contado la verdad.
-Tiene suerte de que la justicia en este país sea tan relajada.

Declaración de R.C., autoproclamando “Maestro del machácalos en horizontal”.

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