domingo, 13 de julio de 2008

NO APTO.

Seguro que los más antiguos del lugar recuerdan cuando el servicio militar era obligatorio. Bueno, recordarán eso, algunas series de televisión, pastelitos desaparecidos y otros temas de conversación de gente de más de treinta. Les contaré lo que le sucedió a mi amigo Mariano cuando le llegó la hora de servir a su patria.

Según me decía, no es que no quisiera cumplir como ciudadano, le hacía cierta ilusión eso de cambiar de aires, conocer otra forma de vida. Sin embargo en el momento concreto había presentado unos informes médicos, para ver si se podía librar. “Hombre, si hay que hacerla la hago, pero tío, que si por lo mío me puedo librar, mejor ¿no?”.

Recibió una carta, con un matasellos de esos gordos de motivos aguilescos que tanto gustan en los ejércitos. Tenía que ir a una revisión médica, en un acuartelamiento en las afueras de la ciudad. Por descontado, no fui con él, coincidió con el día de entrega de notas en el instituto y yo no podía faltar. Así que fue con su madre y un compañero de trabajo de su padre, creo recordar. Todo lo que sé es lo que me contó, así que desconozco si le estoy faltando el respeto a la verdad en algún punto, espero que sepan perdonarme.

Habían mas chavales como el, que se sentaban en una habitación que recordaba demasiado a una capilla, con sus bancos para rezar porque te dieran por no apto y un señor tras una mesa de despacho, a un nivel más elevado que los novatos, hacía las veces de maestro de ceremonias. Fueron pasando hasta que llegó su turno. Un pequeño despachito era la consulta del médico militar. Al parecer el término “consulta” le quedaba dos tallas grande a la habitación: el único instrumental médico era uno de esos cuadros retroiluminados con letras para ver si uno esta cegato y una balanza romana. Procedieron a etiquetar a mi amigo: peso, altura, dioptrías...Hicieron que se sentara frente al médico militar.

-A ver, has presentado un par de certificados médicos.
-Sí señoría.
-Para librarte por la vista debería tener alguna dioptría más.
-Es que me parece que no puedo ver peor.
-Sin embargo, lo otro que has alegado...
-¿Sí?
-Según el médico...bueno, dice que eres un “ciborg”.
-Sí señor, sí.
-¿Es de nacimiento?
-¿Da más puntos?
-Hombre, según el manual de este año sí.
-Soy joven, pero por lo que puedo recordar, de toda la vida.
-Ajam. ¿Algún antecedente familiar?
-Mi padre es un androide.
-¿Y su madre?
-Es de Toledo.
-Pues nada chico, con esto no necesito nada más.

Salió de la pequeña habitación. Volvió a tomar asiento en la imitación de parroquia. Algo en su cerebro de adolescente le decía que se había librado, pero la sobrecarga de hormonas le creaba interferencias y no le dejaba oir el ruido de fondo. Según me cuenta, para un par de horas que pasó en el ejército ya se ganó una reprimenda por sentarse donde no debía. Creo que más bien sería una bronca, a lo mejor quería suavizarlo.

El señor militar que hacía las veces de cura le dijo en tono solemne “queda declarado no apto para el servicio”. Le habían llamado inútil en el colegio, y es la primera vez que se alegró de serlo.

Saliendo del cuartel, camino a casa, el guarda de la garita se interesó por el resultado.
-Pues parece que me he librado.
-¡Nada, estupendo, ahora a vivir la vida!.

Parece que no llevaba demasiado bien lo de hacer guardia en la puerta.

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