viernes, 4 de julio de 2008

SUPERSECRETO.

Mi vecino es un superhéroe. Salió en la conversación una tarde cuando coincidimos en el rellano esperando el ascensor. Debe ser cierto, porque conozco a mi vecino desde hace bastante tiempo y es un señor formal, poco amigo de bromas y bulos y cuya mayor excentricidad es mezclar el café con jugo de tomate.

Como les digo, me confesó sus superpoderes mientras admirábamos la prestancia del poto de plástico de la cuarta planta.

En un primer momento no supe qué decirle. Era uno de esos momentos socialmente comprometidos. No conozco a nadie que tenga superpoderes, ni recuerdo a nadie con un comportamiento extraño, fruto de su superhumanidad, que me hiciera sospechar. Pasaron pesadamente unos segundos. ¿Qué se hace en esas ocasiones?.

No me pareció elegante cambiar de tema. Si había dado el paso de admitir ante su queridísimo vecino su segunda vida, no podía corresponderle yo con indiferencia. Además, cada vez que el administrador del edificio convocaba reunión me ofrecía llevarme en coche y traerme de vuelta. Estaría feo.

Una vez leí un cómic de superhéroes. Es algo de lo que no me siento orgulloso, pero recomponer esos recuerdos en viñetas me ayudó a salir del paso. Le pregunté cómo era llevar una doble vida, y si lo sabía su familia.

Su mujer le había descubierto con medio cuerpo fuera de la ventana del lavadero, acudiendo a un aviso urgente de un volcán en erupción que amenazaba la seguridad de un mono, inquilino de una palmera. Tuvo que confesarlo todo. Su esposa, tras examinarle las pupilas y olerle el aliento le creyó a medias.

Se quedó algo más convencida cuando su marido salió volando.

Esa revelación le quitó de la cabeza que el raro proceder de su pareja se debía a una amiguita. La parte mala, ya sin secretos entre ellos: el ama de casa tuvo que remendar el supertraje malva y amarillo con hilo de pescar tras la vuelta de cada misión. Un engorro.

El ascensor tardaba demasiado. Una sola pregunta no me había servido para salir del paso. Me interesé por sus superpoderes. “Puedo volar, y planear un poco” me dijo “no pego muy fuerte, pero tengo mucha labia. Convenzo a los malos de apartarse del camino torcido. Por lo menos a veces. Las veces que no es suficiente, el supertirón me ayuda”. Me explicó el significado de supertirón, no era como la supervelocidad, era como un arranque muy rápido, un sprint , pero solía quedarse sin fuerzas pasados unos segundos. Después de eso solía volver a casa en bus...salvo los primeros de mes, que le alcanzaba para coger un taxi.

La señora del segundo, con las piernas de aquella manera, cogía el ascensor y solía dejarlo abierto mientras discutía con el gato de doña Eufrasia. No había otra explicación para la tardanza. No podía bajar a pie por las escaleras. Hay que guardar cierto decoro social, no podía dejarlo a mitad de conversación. Al fin el indicador se encendió y el ascensor nos alcanzó, bufando y quejándose.

Dentro el silencio se hizo más incomodo aún. En una caja de zapatos de proporción humana no había mucho en lo que fijarse. Quemé mi última pregunta. Si nos quedábamos encerrados tendría que pedirle que me contara una anécdota. Y no quería llegar a eso. “Bueno, ¿cuál es tu nombre de trabajo?”

“Subteniente Costilla.”

Apesadumbrado y revisándose los cordones de los zapatos, confesó haber llegado tarde al Registro de Superhéroes y Actividades Heroicas. Los nombres que aún quedaban no eran mucho mejores. Basilisco Man, Turbio, Adolfox....Capitán Cuenca no estaba del todo mal, pero debía estar empadronado allí, y era mucho follón.

“No esta mal del todo hombre”, le dije. “Lo importante es capturar malos y tener salud”. No lo vi muy convencido...pero el nudo social estaba desatado, abrí la puerta con rapidez, me despedí con un “pues que vaya bien” y alcancé el portal en dos zancadas.

Luego caí en la cuenta, podía haberle pedido la tarjeta para casos de apuro. Pasaría por el trago de sacar el temita al menos una vez más.

Yo y mi memoria.

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