miércoles, 6 de agosto de 2008

COMPAÑERO DESLEAL.

Los años de confianza y las miles de pólizas conseguidas por Sebastián parecían darle derecho a algunas cosas en la sede de Atchung Reseguros, al menos a el mismo le daba esta impresión. Aquella tarde no dudó en abrir la puerta de golpe sin molestarse en llamar. Esos segundos le dejaron un espacio reservado para realizar un “flashback”.

Siguiendo la más añeja tradición, se coronó como emperador de la oficina aquella tarde de miércoles, en la que, con un legajo bajo el sobaco y una sonrisa de raza superior cincelada en la cara, irrumpió en el centro de trabajo. Se acercó a la mesa del jefe de sección haciendo rechinar sus zapatos a propósito: ninguno de los presentes podía perderse aquél momento.

-Mariano, échale un ojo.
-A ver que me trae hoy el “terminator” de los seguros.
-Mira bien, página tres y siguientes.

Mariano, un hombre que nació mayor buscó a tientas su tercer par de gafas de lectura a media distancia mientras no quitaba ojo de los documentos. Sólo leyó el encabezamiento, se desgafó de un tirón y abrió los ojos a más no poder. Dando un apretón de manos, anunció:

-¡Señores, Sebastián ha conseguido que los de Grandes Almacenes Plorilán firmen el seguro!

Todos aplaudieron. Ni uno sólo guardó las manos. Incluso Rogelio, de Créditos Abusivos, salió del baño a media faena para aplaudir. Sebastián I el poderoso, ungido por los aceites del éxito. A partir de ese momento, el que no estuviese a su lado no estaría a ningún lado.

Sebastián, en un cálculo aproximado, no pagó el café de mediodía durante siete meses, los mismos que duró su mandato. El nuevo agente en prácticas, carne joven, le estaba poniendo en aprietos.

De momento, parte de la manada ya se había arrimado al cachorro.

Federico, director de sucursal, veía como Sebastián salía a empujones del recuerdo. Los ojos de este volvieron a su sitio mientras cerraba la puerta a sus espaldas. Soltó su parlamento sin ni siquiera hacer el intento de sentarse en la silla que le indicaba el director.

-No puedo trabajar con él.
-¿No puedes trabajar con quién?
-Con el nuevo.
-A ver, ¿qué te ha hecho el nuevo?
-Hacerme como hacerme, nada.
-¿Entonces?
-Va a lo suyo Federico.
-Aquí cada uno va a lo suyo, no me vengas con tonterías.
-Es que trabaja rápido para dejar en mal lugar a los demás, lo hace a propósito.
-O sea, según tú, rinde y va por encima de la media de contratación de pólizas por molestar.
-Sí.
-A todos.
-Sí, especialmente a mí. Quiere mi puesto.
-Tú no tienes puesto.
-Bueno, ya me entiendes. Además, en la última cena de empresa dijiste que es como si lo tuviera.
-¿No querrás que en la cena de navidad vaya por ahí sacando defectos a la gente para amargarles las fiestas?
-Lo que sea. Pero me está haciendo la zancadilla.
-Vas a tener que aprender a trabajar codo con codos con alguien como tú.
-No es como yo. Mucho tiene que comer para empezar a parecerse a mí.
-Es verdad, tiene tus cosas buenas y algunas de tus cosas malas. Las peores no te las ha quitado..
-Vamos, ¿tendreís queja?
-De tus pólizas y contrataciones ninguna. De tu manera de actuar, alguna me ha llegado.
-Seguro que el nuevo te ha calentado la oreja.
-La primera queja de ti me llegó quince días después de que entraras. ¿Sabes esas carpetas gruesas marrones en las que meto los papeles?
-Ehm...¿las del fichero?
-Esas, pues dos de ellas las rellenan las quejas sobre ti.
-¡Oye, pues si no estáis contento conmigo, pues punto! Mi finiquito y adiós muy buenas. En otras compañías se me van a rifar sabiendo lo que sé de esta.
-Sebastián, hijo. No te estás oyendo. Aún eres joven, y estás malacostumbrado a no pelear por las cosas. Piénsalo, un poco de sana competencia te vendrá bien.
-Ya ya...bueno, pues cuando hables con ese nuevo, de mi parte, o de la tuya, como quieras, le dices que mi sector es mío...que para eso llevo trabajándolo tres años.
-De tu parte. ¿Alguna cosa más?
-Ahora mismo no caigo...será el estado en el que me tiene el trepa este.
-Vale. Mira, tranquilízate, anúdate la corbata y sal a ver clientes, así te da un poco el fresco.
-Bueno. Ya hablaremos.

Sebastián abandonó la conversación sin estar muy convencido de haber logrado lo que había venido a buscar. Estaba perdiendo la sensación de poder que lo había drogado durante meses. Tuvo que confesarse algo a sí mismo: era una situación que no controlaba, y eso le asustaba.

Ah, Sebastián!. La próxima vez que quieras entrar, llamas a la puerta con tus manitas, por lo menos un par de veces, y ya veré si puedes entrar.
-Disculpa, yo...la cosa como está....ya sabes.
-Sí sí. Y otra cosilla. Como tu rendimiento y tus cifras bajen por esta chorrada, no va a hacer falta que dimitas. ¿Me explico?

Rectificó mentalmente. ESA situación si que le asustaba.

Cabizbajo, volvió al que fue su reino, su salón de juegos. La zona común de la oficina. Un espacio abierto en el que se diseminaban las mesas, que solían jugar a bombardearse unas a otras como los barcos piratas. Las miradas ya no lo buscaban. Estaban ocupados con el nuevo juguete.

El nuevo. Ese tío raro. Ese maldito pulpo con sus malditos ocho tentáculos.

¡Claro que trabajaba más rápido!. Aunque usara sólo la mitad de sus capacidades, ya tenía dos brazos más que cualquiera. Y luego estaba la labia, esa capacidad de decir sólo lo justo en el momento preciso para llevarse a los clientes al huerto.

¡Y cómo alardeaba con sus ventosas!, recogía papeles, abría cajones, sellaba documentos y actualizaba su ficha informática todo a la vez. Ya ves, la rubita esa del sector norte, Nuria, Ana...bueno...la rubita del sector norte, esa...esa estaba todo el santo día detrás de él. Si no había pasado nada era por decisión de Sebastián. Y mírala ahora, de chistecitos y confidencias con el pulpito. Chaquetera.

Debió estar más tiempo del que pensaba cavando en sus adentros, porque cuando quiso darse cuenta, el nuevo había dejado su mesa y reptaba en su dirección, rumbo al despacho del director.

Se cruzaron. Sebastián estuvo seguro de que lo había mirado por encima del hombro, ¡desde el suelo!. El pulpo Jeremías llamó a la puerta del despacho tres veces, alternando tentáculos, mientras que se servía un vaso de agua de la máquina y saludaba a...el nombre empezaba por “T”...bueno... ese tío de nóminas que acababa de entrar.

Federico le recibió con una amabilidad que nunca había usado con él. Al cerrarse la puerta estaba seguro de que ambos cuchicheaban. El final de Sebastián en Atchung Reseguros se acercaba a toda velocidad, despeñándose desde la montaña del triunfo que en tan poco tiempo escaló.

Pisoteó la moqueta, cogió su chaqueta y salió al mundo.

Condenado cefalópodo.

¡Jodío pulpo de los huevos!.

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