-
Me parece que lo conozco – dijo Manzano inclinándose levemente sobre el
paciente.-¿ No es tu tío Jacinto, ese de Móstoles...el que tenía una pajarería?
-Que
va a ser mi tío Jacinto...lo habría reconocido yo antes, para algo es hermano
de mi padre.
-Bueno,
pues si no es mejor, faenamos más tranquilos.
-Francamente.
Ambos
hombres, formados y experimentados, dieron comienzo a la intervención, justo a
las seis y cinco, esperando unos treinta y cinco segundos a que el palito
grande se escondiera tras el pequeñito: en parte superstición, en parte momento
que les hacía bastante gracia a ambos. Revolvieron el material quirúrgico hasta
tenerlo como ellos acostumbraban. Mangas por hombro.
Tras
la pregunta de rigor al paciente de “¿está usted dormido o se lo hace?” y
constatando que el susodicho seguía muy pendiente de algo que no recordaba,
dieron comienzo al corte y confección. Una rutinaria intervención de
sincalopotromía múltiple invertida con doble zigzag paralelo. Tras el rutinario
primer corte sobrevino el primer mareo por parte de un enfermero, suizo y pelirrojo
para más señas, que fue llevado a la cafetería a tomarse un bollo suizo, al que
su estómago estaba más acostumbrado. Una vez abierto el capó del anestesiado,
el quirófano asistió al milagro de la vida.
Todo
un milagro que un señor ande con esas cosas viscosas metidas dentro. Y a
presión.
Manzano
apartó un trozo de algo, dejando al descubierto un algo más oscuro, mirando con
preocupación a su colega de bisturí.
-Fíjate
aquí, ¡vaya chapuza le han hecho a este caballero!
-Si
es que ya no hay profesionales.
-A saber
quién se lo habrá hecho.
-Pues
Dios...vamos, digo yo.
-O
Darwin...
-¿Darwin
hizo a este señor?
-No,
me refiero a eso de los monos, que venimos de ellos y eso.
-¡Vamos,
que te vas a creer antes las afirmaciones lanzadas al vacío por un señor mayor
antes de creer en la santísima trinidad y demás vericuetos! – protestó al
estilo energúmeno Gutierres, realizando aspavientos con el bisturí del quince,
movimientos estrechamente vigilados por los presentes.
-Hombre...cada
uno en su casa...pues tiende a creer lo más cómodo.
-Venga
hombre, que eres científico, un poquito de rigor religioso. –pronunció
amigablemente palmeándole un hombro.
-Ahí
me has dado. Sea lo que sea, una chapuza.
-¡Ojalá
tenga aún la factura!
A
servidor le gustaría indicarles como transcurrió la intervención, explicarles
con rigor los pormenores de la operación, el porqué de cada cosa, los momentos
extremos, como cuando el poli de turno salva el colegio cortando el cable
correcto de la bomba y las implicaciones psicológicas de una gente preparada
para devolverte de los umbrales del hades.
Pero
no voy a poder, no tengo ni idea de medicina. Y lo que veo por la tele no se me
queda...menos si son palabros técnicos.
De
tal modo que Manzano y Gutierres cortaron, apartaron cosas, empujaron otras y
devolvieron a su sitio algunos tejidos que no habrían tenido que cortar
silbando “el puente sobre el río Kwai”. El origen de los males de ese señor
estaba ante ellos: bajo el subcroaxial y escondido tras el carancambalo (
pronunciado carancámbalo según algunas corrientes alternas de pensamiento ).
El
mal humor del paciente los miraba resabiado, seguro de que le esperaba una
mudanza a un tarro de formol para pasar el resto de sus días en el mueblecito
del baño del paciente, delante de los bastones del oído. Intentó aferrarse con
tenacidad, revolverse, ocultarse tras una costilla, pero fue en vano. Con unas
pinzas curvadas como el pico de una grulla salió a la superficie. Eso sí, se
quedó afónico insultando. Tanto que una de las enfermeras tuvo un ataque de
vergüenza y hubo de ser atendida allí mismo con un frasquito de sales.
Tras
coser, rematando el zurcido al biés con la fecha y firma de los integrantes de
la cuadrilla médica, gran parte de ellos irrumpió en un aplauso sincero,
desmascarándose y usando el artículo de tela como improvisado pañuelo pidiendo
trofeos para los diestros ( siendo uno de ellos zurdo ). Manzano y Gutierres
declinaron el ofrecimiento con convicción, emoción y asco a partes iguales,
pero no se libraron de salir del hospital a hombros.
Tampoco
se libraron de darse en la frente con una puerta no pensada para que la
traspasaran dos hombres a llevados a caballito.
A
un eficiente diseñador sueco nunca le habría pasado. Menudos son los suecos
para las puertas de quirófanos.
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