lunes, 11 de enero de 2010

SIGUIENDO LA CORRIENTE.

Era el turno del Señor Frascuelo. Realmente para la historia no importa demasiado dónde se encontrara. Bien podía ser ese estanco que dispensa sellos con la efigie del regente de dos pesetas, una frutería repleta de naranjas de la China o la sucursal de Banco Sacabilletes. No quiera usted saberlo todo, deje lugar a la imaginación.

El Señor Frascuelo esperaba, como individuo bien educado en las costumbres hispánicas, impacientemente en la cola, intentando ganar algún puesto cuando uno de sus predecesores se rascaba la rabadilla o se giraba para ver una estantería. Llegado al fin su turno, hubo de detenerse a dos ladrillos justos del mostrador. El habitante tras el mostrador lo miró circunflejo, subiéndose las viejas gafas de montura negra, alzando la cabeza y mostrando la colección de piezas dentales superiores, arreglos empastados incluidos.

-A ver caballero, siguiente.
-Yo yo, sí, es mi turno.
-Pues acérquese, ¿qué desea?
-Mal puedo acercarme.
-¿Debido a qué?
-No podría atravesar la distancia hasta el mostrador, me temo.

Los presentes se interrogaban con la mirada. ¿Un loco, un borracho, un extranjero de extrañas costumbres quizá?. Incoscientemente trazaron un anfiteatro humano para asistir, en patio de butacas, al extraño desarrollo de los acontecimientos que allí acontecían.

-Perdone señor, pero no le entiendo. ¿Tendría usted la bondad de...?
-La tendría, sin duda, sin no acontecieran estas circunstancias tan adversas para realizar la transacción comercial acordada conmigo mismo momentos antes de mi llegada.
-Ruego me explique su problema. ¿Varices, piernas cansadas, simple vagancia o desgana?
-Constato por sus palabras que no ha reparado usted en la corriente energética frente a su mostrador. De otro modo, si fuera consciente del hecho y aún así, siguiera usted animándome a adelantar mi paso, debería de tacharlo, cívicamente, como irresponsable, ruin y otros calificativos extraídos de mi sesera para esta ocasión de afrenta.
-Desconozco las circunstancias de la corriente citada por usted.
-Pues ¡bien lozana es la condenada!

La clientela apretaba los ojos esperando ver el curioso fenómeno explicado por el caballero. Viendo solo ladrillos, alguna colilla y otra basura insignificante, en voz baja sin querer incomodar al presunto hombre de ciencia, lo tacharon de pamplinas, desquiciado, artista y otros calificativos afines.

-Mi negocio es respetable, señor –decía con mano en el pecho y ojos entrecerrados el tendero – sepa usted que nunca tuve queja alguna sobre los servicios o mercancía vendidos en este establecimiento. Demostrar debería lo que sus palabras dicen, o enfilar hacia la puerta y no volver a esta casa bajo circunstancia alguna.
-Su rectitud se le presume, como a cualquier comerciante. Dicho esto, no es menos cierto que ante usted, en su espacio de trabajo, corre una corriente temporal sin lugar a dudas.
-¿Acaso es usted científico?
-No.
-Pues...
-Corredor de seguros, le estrecharía la mano si con este gesto no pusiera yo mi propia integridad física expuesta a los designios de este inusual comportamiento físico.
-Caballero, pierda cuidado. Adquiera lo que venía a buscar, nada ha de pasarle. Se lo garantizo de tal manera que si algo, por leve que fuere, le pasase a usted entre estas paredes, compraría usted gratis en este comercio de por vida.

La estrategia del Señor Frascuelo para dar un sablazo al tendero había dado resultado. En breves momentos, adelantado el paso, realizaría una extraña danza, ensayada de antemano en su desván ante el espejo, simulando sufrir un extraño mal de procedencia desconocida. Preparado estaba para efectuar convulsiones, espasmos y otros raros síntomas, concentrándose para no sobreactuar. Se ajustó el traje, afinó su bigote y dio el paso.

La diosa fortuna quiso que, como desagravio de otros engaños a comercios de la ciudad, efectivamente una corriente temporal discurriera por aquellas latitudes. Con un gutural grito, afeminado si he de ser sincero, desapareció ante los ojos ensimismados de los presentes. Mal negocio tuvo desde entonces el tendero. Obligado a cerrar su establecimiento ante las habladurías de los habitantes de la ciudad, dejó atrás su pasado desplazándose al norte, a su pueblo natal donde acabó sus días trabajando en unas tierras propiedad de un antepasado.

Peor acabó el farolero y timador Señor Frascuelo, inmerso en una guerra de bandas sanguinarias en una tierra emplazada en un futuro distante e incierto, azotado por el polvo del desierto, refugiándose de las alimañas y armado con un fusil de cerrojo y su bastón.

Pero esta historia quisiera yo relatársela a ustedes cuando este regrese de esa tierra indómita, no desearía que nadie me tachase de embustero.

2 comentarios:

noveldaytantos dijo...

Si es que esto al final debía de acabar mal. Se veía venir. El señor Frascuelo dependerá ya para siempre de su bastón, y eso le salvará la vida en no pocas ocasiones, seguro.

Mr.Incógnito dijo...

Teniendo en cuenta el entorno hostil en el que se encuentra el citado bastón le servirá de poco.
Menos mal que cuenta con su labia.