viernes, 19 de septiembre de 2008

CREENCIA ALTERNA.

Mathew no creía en la electricidad. No era una manía ni un desconocimiento sobre la materia, simplemente no lo veía factible.

Me lo contó aquella tarde del verano de 1968 mientras lo llevaba a caballito por la playa. Con par de toques con los nudillos en mi coronilla me hizo parar la marcha, aunque no se bajó: no quería mancharse los pies de arena, cosa que comprendí perfectamente. Se quedó mirando al sol dispuesto a esconderse bajo las sábanas del océano, y se emocionó como el suele conmoverse con las actividades diarias de la naturaleza. Se aclaró un poco la voz.

-Amigo, creo que es el momento oportuno de desvelarle mis creencias.
-No es mal escenario –admití.
-Sepa que no creo en la electricidad.
-¿Cómo es eso? –inquirí maravillado.
-Nunca la ví, aunque es cierto que oí hablar de ella.
-Tiene usted razón en parte –convine con cierto recelo.
-Explíquese.
-Verá, la electricidad hoy en día activa gran cantidad de aparatos: el tocadiscos, la fresquera...y sin olvidar bombillas y demás inventos destinados a iluminar –le enumeré.
-Entiéndame, no creo que mienta. Pero no puedo creer en algo que no veo.
-No, así visto, pues sí –repliqué convencido.

No volví a verlo hasta aquella tarde en el prado. Lo ví caminar con aire achacoso por el caminito de piedra, luciendo unos aparatosos vendajes y preocupado me apresuré a preguntarle por su salud.

-Amigo, ¿pero qué le ha ocurrido? –me interesé visiblemente azorado.
-Hola viejo compañero, ya ve usted, tuve un problema desde la última vez que nos vimos.
-Cuente cuente –le dije mientras se subía a mis hombros para pasear, no sin cierto esfuerzo por su parte.
-Estaba en casa de unos amigos jugando a la brisca. Les conté aquella teoría de la electricidad, ya sabe, en esa que no creía. Pues bien, ellos no estaban muy convencidos de que estuviera en lo cierto, por tanto me armé con un buen tenedor y hurgué uno de los enchufes del salón, para demostrar que aquella condenada electricidad no daría señales de existencia.
-¿Y qué ocurrió? –le dije mientras giraba hacia la derecha, tal como el me decía.
-Pues se conoce que la tal electricidad sabía de mis argumentos. Debía guardarme rencor: me dio tal latigazo que acabé de espaldas sobre la mesa partida en dos en la que jugábamos momentos antes.
-¿Cambió de idea? –pregunté, no sin cierta malicia.
-Ahora no creo en los coleópteros presumidos de dos metros con pajarita azul, gafas de concha y peinado con la raya en medio. Es más que probable que esos engendros no me causen daño.

Eso dijo segundos antes de cruzarnos con aquel escarabajo altísimo engalanado que acudía a una cita.

Mathew desde aquel día dejo de no creer en cosas.

O eso cree él.

2 comentarios:

Rubén D. Caviedes dijo...

Hola!

Te digo lo mismo que en Sótano 71; enhorabuna. Te linkeo, lo dicho, si no tiene inconveniente.

Saludos

Mr.Incógnito dijo...

Gracias por pasarse por el cuarto de los trastos. Con un somero vistazo su sitio resulta muy muy interesante. Vamos, es que por aquí todo lo que sea salirse de la rutina gusta muchísimo.

Dos saludos.