viernes, 20 de noviembre de 2009

UNOS PECADILLOS.

El castañero le miró a la base de la nuca, a ese lunar piloso que le saludaba saliendo de detrás de la bufanda de aquel tipo. Ya había visto aquel lunar, aquella bufanda y aquel tipo. Tener el negocio justo en la esquina tenía esa desventaja, rara vez veía una cara. Por el contrario, nunca olvidaba una nuca.

Lunar, bufanda y señor conquistaron a la par el primer escalón del edificio. El pie izquierdo preguntó al derecho cómo veía la cosa y tras unos segundos y una respuesta un tanto equívoca, se animó a seguir a su hermano. Y uno tras otro, siguiendo en esta dinámica, ese señor desconocido para usted se encontraba en el portal, acceso a ese místico mundo de formularios llamado la Santa Delegación.

Tiró de la lengua del dispensador de turnos. El setenta y uno-a. Dio gracias por no haber llegado un poco antes y ser esclavo del fatídico sesenta y nueve. Bastante traía él para arriesgarse a problemas con ese numerito, campeón del doble sentido y proclive a la inflación de carrillos y a las risas mal disimuladas en ambientes desconocidos, faltos de confianza y tendentes al humor quinceañero.

La persona fiscal justo anterior a él había terminado su papeleo. Con los ojos iluminados, dirigió una sonrisa a nuestro hombre. El deseaba ser igual de feliz al acabar el asunto que le había llevado hasta allí. Una suave, melodiosa, armónica y tranquilizadora voz le indicó la llegada de su hora.

Administrativamente hablando, obviamente. Con paso inseguro se acercó a la ventanilla. Oculto tras una persianita de tiras chapadas, el auxiliar guardaba silencio.

-Santo formulario bendito.
-Sellado y compulsado. ¿Qué te trae por aquí hijo? – en términos eclesiásticos; humanamente no les unía a ambos más lazos que los propios del mono.
-Unos pecadillos santo auxiliar.
Aiins!, que no dejáis de tender a la incorrección legal. Hale hale. Cuéntame – alargó la “e” acentuada como solía hacer su mentor años atrás en el Seminario de Auxiliares.
-He defraudado de obra y de pensamiento.
-A ver, a ver.
-En casa hemos colocado un aparcamiento. Yo mismo compré el cemento, abrí el hueco, coloqué unas placas de pizarra en el jardín y quedó bastante bien.
-A ver si te voy a expedientar por soberbia.
-No auxiliar no. Calle, calle, esto es duro.
-Continúa.
-Pues...que no lo he dado de alta, no he – la congoja por el reconocimiento de la falta le hizo producir superavit de saliva, atragantarse y que las lágrimas producidas por el ahogo actuaran como muestra de sincero sentimiento de culpa y reconocimiento, lo que, erróneamente, hizo al funcionario marcar la casilla correspondiente al arrepentimiento – no he solicitado el vado, auxiliar.

El santo varón, cabeceando tras el cristal, se sentía en parte impotente.

-¿Cuánto hace que eres miembro de esta santa delegación?
-Desde siempre, vamos, desde que me empadroné en esa ventanilla.
-¿Y qué te hace actuar de esa manera?. Reflexiona.
-Usted sabe como anda el centro de tráfico...bajar, fotocopiar papeles...entiéndame, soy un ciudadano practicante, muy orgulloso de serlo. Pero a veces se piden unos sacrificios...
-Esta Delegación sólo te pide que acudas lunes, miércoles y viernes no festivos, hijo. En esas fechas y tras la lectura del Boletín Oficial, debes aprovechar para presentar tus asuntos. Pero claro, como estáis mal acostumbrados a venir sólo cuando buenamente os hace falta...así os pasan estas cosas – la reprimenda era severa, pero a su vez, comprensiva, como un padre cuando explica a su hijo algunos preceptos del universo cotidiano.
-Si tiene usted toda la razón auxiliar.
-¿Algo más?
-Bueno, hace un par de noches, con mi señora en la cama...me siento un poco violento con esto.
-Te escucho.
-Hablábamos de dinero.
-Maal empezamos.
-Y ella dijo que si en mi empresa me arreglaran un poquito la nómina, me podían pagar un poquito en negro y así...ya sabe...el bolsillo es débil. Pero fue solo de pensamiento. Al momento le hice ver lo equivocada que estaba.
-Eso te honra.
-Ya sabe usted, la mujer de uno, pues intenta sisar un poco para los gastos...pero le dije que como contribuyente eso no podía yo permitirlo.
-Pero tendré que ponerte penitencia por ambas, si no tienes alguna irregularidad más.
-No no no padre. Pagué el IBI el primer día y no pasa mes que no done parte de mi salario a la Santa Madre Hacienda.
-Como te conozco desde que te empadroné, te voy a dejar pasar ese deseo de cobrar en negro. Ahora, lo del vado no te lo puedo dejar pasar.
-Claro claro.
-Ahora mismo me lo das de alta, me pagas un recargo y me rellenas dos formularios de arrepentimiento.
-Sí auxiliar.
-Con buena letra y por las dos caras, que no te vea yo con prisas por acabar.
-No no no...

Y así, sintiéndose plenamente integrado en los mecanismos universales del misterio de la burocracia, el vado de este buen ciudadano fue dado de alta convenientemente, con su copia rosada que podría mostrar orgulloso en la siguiente reunión de la Junta de Distrito.

2 comentarios:

noveldaytantos dijo...

Sobre esto de la burrocracia siempre he tenido una duda: ¿Existirían los burrócratas si no existiesen las ventanillas o la cosa es al revés?.
Es decir ¿qué fue antes el empleado o la ventanilla?.

Mr.Incógnito dijo...

Antes el empleado siempre, alguien debió de dar el permiso sellado para construir la ventanilla, de eso no cabe duda. Además ha quedado demostrado que el funcionario puede vivir mucho tiempo alejado de su hábitat.