viernes, 19 de marzo de 2010

SEA COMO SEA ( Acto Segundo )

Por señas, para no perder el pie de la frase, me pidió volver a encender la luz. Y así lo hice. Se esperaba el nudo.

– Se ha puesto buena tarde.
– ¡A eso me refiero! ¿Porqué usa esa frase?¿Porqué no otra? No se enfada usted con este abordaje al que le someto. Yo si me enfadaría. Y sin embargo ahí está, aguantado de manera estoica.
– A decir verdad tengo el botón del ascensor quemado de llamar, la escena se me antoja dificil de digerir.
– Yo no haría eso. Y a eso me refiero. No ven ustedes, esos que no son yo, que actuando como actúan, pensando como piensan, ¡andando como andan! Amando a quien aman y odiando a los que odian, no ven ustedes que yo sufro.
– Ande ande, no sufra usted por los demás, ya le advierto que los demás no sufren por usted.
– Incluso su falta de tacto, que debería enfadarme, me provoca curiosidad. No puedo ser de otra manera como soy en el día a día, pero aún así los veo a ustedes y me pregunto ¿estaré errado?¿Será mi camino pedregoso el indicado o debí doblar a la izquierda al comenzar?

Algún vecino improvisó un palco abriendo la puerta de casa y colocando una silla de la cocina. Las poleas arrastraban la salvación hasta mi piso y no veía la hora de llegar a la calle, salir por el portal y advertir con la mirada a todo el que me cruzara que vivía con un loco. En este sainete se respiraba ambiente de desenlace.

– Me asustan porque no les comprendo. Porque no me dejan ustedes ver los motivos de lo que hacen. Me asusta estar equivocado. ¿Porqué no informan los gobiernos de estas cosas? Miles de millones gastados en absurdas campañas y ni un mísero doblón gastado para advertirnos de como debemos ser. Necesito un asidero. Un asidero, ¿entiende?

La señora del quinto izquierda entonó por lo bajo un coro dramático muy sentido, al menos en la superficie, que redondeó el asunto. El cartero que escalaba por la escalera se maldijo por no traer lanza y servir como figurante al fondo del escenario. El rellano callaba y esperaba mi respuesta.

– Pues haga usted lo que dice la tele. Siempre, ante la duda, lo que diga la tele. Se ahorrará la pena, el llanto y el sufrir. ¿Para qué cree que está ese futil invento? Con ella aprenderá a ser usted como los demás, y desaparecerán la zozobra y la intranquilidad; el saber que hace lo correcto le tranquilizará.
– ¿Sólo debo ser como dicen que sea?
– Claro.
– ¿Y con eso desaparecerá este resquemor de mi alma?
– Puedo asegurarlo.
– ¿Y esa carraspera mañanera?
– Eso debería vérselo un médico.
– Pero no tendré que preocuparme más de como debo ser.
– ¿Acaso no lo hacemos todos!

Brotaron los aleluyas de las puertas próximas. Subieron vecinos de pisos inferiores con canastos de bellas flores que fueron arrojando de forma grácil sobre el hombro. Un grupo de rudos albañiles dejaron sus herramientas en la azotea y formaron un grupo de voces graves. La falta de caballos y jinetes no desmerecieron en absoluto la representación.

Introducido en el ascensor pulsé el botón del primer piso. Allí un tipo extraño al que nunca había visto nadie descansaba sobre el vértice de la cabina, pasando de un lado a otro las llaves de su llavero raso.

– Vaya vecindario ¿eh? -le pregunté
– A mí me lo va a contar, a mí, que los creé a todos.

Y con ello salté de un teatro de vecinos a un diálogo con el creador. Pero eso ya será para otro día, que ya es tarde y usted tendrá cosas que hacer.

Telón.

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