jueves, 22 de abril de 2010

ENSEÑANZAS DE PATIO.

El balón subió alto, por un momento creímos que iba a saltar la reja y acabaría en el aparcamiento. Todos aguantamos la respiración pero al final bajó, botó muy fuerte y dio otro salto más pequeño. Acabó en un charco, no quería mojarme los zapatos, pero el otro niño, ese rubio con pecas que sacaba los dientes, se la iba a llevar. Ya perdíamos catorce diez, tantos goles en el fútbol de recreo el normal, el campo es chico, casi llegas de un lado a otro en dos saltos. Así que no podía dejarle irse con el balón, porque seguro que marcaba, se ponía chulo y se reía. Entonces metí la pierna y me llevé el balón. Yo ya corría para la portería y el otro niño de mi equipo, uno con el flequillo por las cejas, levantaba la mano y me la pedía corriendo por la banda. Entonces oí al otro niño, al tonto de las pecas, chillar y decir palabrotas.

- ¡Ha sido falta guarro!
- De eso nada, que le he dado a la pelota.
- No se puede jugar contigo –dijo entonces el compañero de equipo.

Éramos cinco, el portero jugaba por los dos equipos. El balón no era redondo, era una botella de batido de plástico. Sólo jugábamos en un área, porque la otra estaba llena de agua por la lluvia. Pero aquello nos parecía la final de la champions.

- Que te has tirado –dije, aunque al principio tuve un poco de miedo.
- Di que sí, que yo lo he visto –mi compañero de equipo había llegado, el partido estaba parado. El portero puso los brazos en jarra y se fue a mirar las hormigas desfilando por el poste.

Entonces vi que se agachó, estaba al lado del pasillo de guijarros y cogió un puñado. A lo mejor me los tiraba. O a lo mejor me los hacía comer. Entonces me acordé de mi madre y de mi padre. Y antes de que me pegara lo cogí por las solapas.

- Mira ,eres un tonto, y ni yo tengo tiempo de discutirlo ni tú cerebro para entenderlo.- Se lo había oído a un vaquero en una película y después mi hermano se lo dijo a un amigo por teléfono. Era una frase muy chula, de valiente.

Debió cagarse de miedo. Soltó las piedrecitas, le dijo al compañero de equipo que se iba y saltó la valla del colegio, porque era por la tarde y no había clases. Entonces nos quedamos tres en el patio.

- Has sido muy valiente –me dijo el niño del flequillo.
- No quería pegarle.
- Oye, ¿seguimos con el partido?
- Yo sigo de portero –dijo el otro niño –así me muevo menos.

Ese día me enseñó algunas cosas. La primera, no enfades a un tonto en público, porque tendrás a un tonto enfadado. Me lo crucé algunos días después y me miró de una manera que volví a casa y no salí en todo el fin de semana. También aprendí a no dejar la cartera junto a la portería, en un balonazo el teléfono móvil se hizo tres pedazos.

Lo último que aprendí fue a no meterme en los charcos, como decía mi madre. Llegué a la reunión de ventas con los zapatos embarrados y los bajos de los pantalones empapados. Los clientes no lo entendieron y creo que por eso no conseguí que aceptaran las condiciones de compra.

Por lo menos mi jefe no me mandó a casa con una nota para mis padres.

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