domingo, 16 de mayo de 2010

PIANISSIMO. SONATA INTERRUPTUS. ( I )

Algunos aprovecharon para toser, carraspear y fingirse gravemente afectados de una rara enfermedad pulmonar, dolencia esta vista con buenos ojos por las altas clases, otorgando a los señores un aire grave y circunspecto y a las damas un tamiz delicado. Por el tono y duración de las carrasperas los más rezagados se reconocieron en los palcos y se dirigieron una educada inclinación de cabeza, felices de haber dejado constancia de su presencia.

- ¿Y no está usted nervioso? –preguntó un azorado viejecito luchando con el contrapeso del telón como si atrapara una ballena de opereta.
- ¿Habría de estarlo? Mi actuación es puro relleno. –aseguró el interprete sin que las sus propias palabras calaran en su determinación.
- Míreme a mí, estoy en bambalinas y temo un día de estos salir al escenario por accidente.

El interprete no atendió demasiado a las palabras de un viejecito que ya levitaba un par de palmos sobre las tablas. Se atusó el crespado pelo y se aseguró el chaqué frente a un espejo. No sabían lo que les esperaba.

- Bienvenidos a esta velada lírica –introdujo un elegante presentador recién salido de la etiqueta de una botella de masaje para después del afeitado –en primer lugar tendremos ocasión de oír al fantástico pianista Jorge Drovack, que va a interpretarnos una espléndida pieza del maestro compositor Varsh Tooban.

Un cauteloso aplauso en la penumbra de la sala de conciertos. Los asistentes reservaban las palmas para las grandes figuras reservadas para la parte final del recital. Alguien llegó tarde al turno de carraspera y fue amonestado con severidad por parte del cabeceo de un vecino de butaca, azorado por la falta de respeto a los tiempos establecidos.

Con paso de conquistador en plena inspección de nuevos territorios ocupó las tablas Drovack, ufano, el taconeo frente al piano fue sentido incluso en una humilde taberna al otro lado de la plaza. Los ocupados con el galanteo inter-palcos enmudecieron. Su talento empezó a emanar como un halo de gas inflamable e invisible. Los hombres allí presentes deseaban charlar con él compartiendo una copa y las engalanadas damas habían descubierto su amor platónico de aquella noche.

El banco se plegó a sus exigencias y el piano fue perdiendo envergadura, no midiendo más que una pitillera lacada cuando el maestro, ojos cerrados sonrisa segura, estiró sus experimentadas falanges en el campo de teclas.

Sus cerebros no habían experimentado nunca tales compases.

Las lágrimas aparecieron en los ojos de todos no bien hubo acabado el compás introductorio. Las cuerdas del piano, estremecidas en su belleza, extendieron su longitud, un delicado alambre de espino contorsionado alrededor de sus almas con la fuerza justa como para no derrumbarlos. Los trinos de la mañana se asemejaron a piedras cayendo, el cauce cristalino de los ríos tornó en vulgar sumidero de callejón. Los matrimonios se apretaron en el espacio y los solteros y casaderas buscaron compañía, desafiando las leyes del reparto de sexos sin que aquello les produjera sonrojo. Todos flotaron más alto que el viejecito abrazado a la cuerda, convertido en bello bailarín ejecutando cabriolas aéreas. Desapareció la espina dorsal de Drovack, su cabeza, su paquete intestinal. Sólo sus brazos y manos, convertidas en instrumentos certeros, veloces y delicadas a un tiempo, derritiendo el piano con el tacto.


Tal fue su belleza infinita que poco tardó en llegar a oídos equivocados.

(Concluirá)

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