viernes, 28 de mayo de 2010

PIANISSIMO. SONATA INTERRUPTUS. ( y II )

Siete coches oscuros estacionaron frente al teatro, siete formando en la plaza los rayos de un sol negro. De cada uno de ellos siete sicarios bajaron a la par, veinticuatro pares de botas en una baile ofensivo. Todos iguales y distintos, todos a juegos con sus monturas. Todos con rostros inexistentes bajo extraños pero familiares sombreros. La corriente de aire viciado penetró a través de las lujosas puertas, inmovilizando a los curiosos, deteniendo a los responsables del teatro. Cuarenta y ocho hombres entraron como uno solo, agriando las dulces notas, contrarrestando el mágico fluir de notas con sus absorventes abrigos oscuros. El último de ellos avanzó por el pasillo central del patio de butacas , marchitando los abigarrados detalles tejidos en la tela como si incendiara una rosaleda.

El maestro recuperó su nariz, recogiendo una sensación extraña en el ambiente, ozono quemado por la estática de una tormenta. Su última nota quedó en suspenso, implorando ser continuada con la siguiente tecla. El último hombre, si así se le podía llamar, alzó un poco la mirada, lo suficiente para que la luz de las candilejas se estrellara contra sus gafillas redondas, pareciendo sus ojos dos enormes aberturas incandescentes.

- Siento interrumpirle –sus palabras arrastraban un extraño acento, común a todas las lenguas pero incapaz de ser ubicado – Debo solicitarle que interrumpa el concierto.
- ¿A qué viene esto? –preguntó encendido a horcajadas sobre el banco -¿qué tipo de burla pretende llevar a cabo?
- Señor Drovack, su música es conmovedora, sin duda. Tan hermosa que nos ha hecho presentarnos aquí esta noche.
- Debería adquirir una entrada, como todo el mundo – buscó la complicidad el antes embelesado público, pero este, apartado de los invasores como si aquellos bustos pudieran envenenarles, guardó silencio sin carrasperas.
- No lo entiende. Su interpretación estaba dejando al descubierto lo áspero de este mundo, la imperfección intrínseca, la desnutrición espiritual de este mundo gastado.
- Extraña manera de alabar mi interpretación. ¿Espera por ella que se lo agradezca?
- Espero que me acompañe, señor Drovack. Y espero que, para ello, no tenga que dañarle.

Su intención era inquebrantable. Temió en ese momento haber incumplido algún tipo de ley o reglamento, sin embargo la presencia de aquel extraño personal, en tan alto número, resultaría inconcebible incluso en la escena de un terrible crimen.

- ¿Qué sería de todos ellos mañana al despertar? ¿Qué ánimo tendrían para emprender un nuevo día? ¿Cómo remediaría su añoranza por sus notas?
- Podrían volver a la función de mañana...
- ¿Cuántos oídos podría atender? ¿Y cuando mañana en reuniones, en el mercado, en casa de familiares, su talento corriera de boca en boca? Señor Drovack, deja usted en evidencia la obra magna. El daño que podría ocasionar podría ser irreparable para muchos durante muchos años. Nada de lo que pudieran mostrarles a esos despiertos le alcanzaría en belleza. Por tanto, y antes de que sea tarde, venga con nosotros.

Bajó del escenario. Su chaqueta caía hacia delante, con desequilibrio. Un mechón de cabello cano caía sobre su frente. La fila de extraños sin invitación conservó la posición mientras salvaba el desnivel del patio de butacas. Justo a la mitad todos giraron, quedando el maestro y el último hombre a la mitad de la comitiva.

Con esta extraña procesión el maestro Drovack abandonó el teatro en la noche de su debút. Sin recibir su parte de aplausos.

- Disculpen este curioso episodio – el retrato de arreglo de barbería volvió al escenario sin que la niebla de la estupefacción se hubiera retirado. -Tras este extraño incidente seguimos con nuestro programa. El veterano intérprete Louis Grandeé ahora nos ofrecerá una distinguida pieza de Giuseppe Da´Fone, que espero sea de su agrado.

El maestro fue introducido, sin mediar la violencia, en uno de los vehículos al son de los primeros arreglos en el interior. Llevaba las manos cruzadas ante él, aún dispuestas a acabar la pieza. La comitiva pronto desapareció por las calles empedradas sin que nadie supiera decir en dirección a dónde.

Louis Grandeé no carecía de talento. Otro talento especial, si así quieren verlo. Embarcó al público en extraños compases, no desagradables, pero en parte carentes de acordes. Los espectadores pestañearon. Las damas casaderas buscaron pretendiente en el palco vecino. Un trotamundos con frac buscó a un incauto para proponerle un trato que debía parecer idea del abordado. Otro hizo ganas para carraspear en el momento idóneo.

Jorge Drovack pronto no fue más que un sueño de esos que se olvidan al despertar.

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