domingo, 4 de julio de 2010

ENLATADOS ( y II )

Mantuvimos acaloradas discusiones, hasta cierto punto estimulantes en lo intelectual, hasta nuestra llegada al lineal del supermercado. Los vecinos de estantería no acogieron con igual comprensión a los recién llegados. Los parlamentos del histriónico congénere hasta altas horas de la madrugada enervaban a los habitantes de las demás conservas. Primero fue un representante berberecho electo, que con suaves palabras nos conminó a observar unas mínimas normas de urbanidad en aquel trance, que perder la compostura no ayudaba a nada y además tenía toda una familia de dieciocho a veinte miembros que se acostaban temprano.

Las buenas palabras sirvieron de poco. Sólo nos vimos minimamente respaldados por la caballa en tomate por afinidad ideológica con el causante de la disputa doméstica. Sobra decir que mi compañero y yo no estábamos satisfechos con la presencia del energúmeno. Ya les he dicho que soy de natural esquivo, y mi amigo no me iba a la zaga, y que no estábamos para entablar amistades, pero a nadie le gustan las constantes visitas con quejas por culpas ajenas. Cierta noche sentimos un tremendo golpe al rato de quedarnos dormidos. La lata presentaba una tremenda hendidura. La caballa nos explicó, siempre en reservado porque no quería airear su relación con los problemáticos vecinos, que con eso forzaban nuestra salida por estar defectuosos, que terminaríamos en un indeseable lugar extramuros, condenados al deshecho.

No tuvo suficiente con la advertencia. Aquella noche fue la más ruidosa, aunque he de decir que su parlamento acerca de la libertad individual y el albedrío no estaba equivocado del todo, pero le perdieron las formas. Salieron a relucir las navajas a la vinagreta y aquello indicó la llegada a un punto de ruptura de las negociaciones. Les aseguramos a los vecinos que lavaríamos los trapos sucios en casa.

Al día siguiente fuimos dos.

No crean que estoy satisfecho de haberme comido a medias a un compañero. Fue un acto en aras de la convivencia; sesgar una vida para calmar las corrientes violentas del pasillo de las conservas.

Pero ustedes no van más allá de los hechos. Cuando uno de sus congéneres abrió la lata, al resguardo de su techo hipotecado, no supo ver más que una lata con dos sardinas y una raspa. Con la tapa abierta nos fuimos amoinando, hicimos viajes al centro comercial como parte de la protesta del indignado estafado por valor de euro quince y se nos negó la posibilidad del descanso eterno.

Ahora, es cierto que en un ambiente más calmado, compartimos nevera de una organización que vela por los derechos de los consumidores con una rana moribunda en el interior de un paquete de verdura pre-lavada “ensalada Alegría de la Huerta” y un bote de ketchup agriado de costumbres erráticas. Este nos ha comentado, aunque me consta que no es de fiar pues parece estar siempre resentido, que hasta la vista previa o la inspección del perito puede quedarnos de un año a dieciocho meses.

Claro, uno ya no es el mismo de antes. Es peor. Si antes era ermitaño deberían verme ahora que comparto habitación a la fuerza con un extraño.

¿Por qué les cuento esto último? Su manera de ver las cosas está empezando a ponerme nervioso. Sería una pena y un borrón en el expediente del caso si por accidente se quedara dormido y se ahogase en su propio aceite de girasol parcialmente hidrogenado.

No hay comentarios: