lunes, 9 de marzo de 2009

BACK TO THE GUATEQUE. ( PARTE 1 )

En mis continuas idas y venidas en el continuo espacio tiempo se han dado cita algunas anécdotas: unas son aburridas incluso para mí y no sirven más que para espantar visitas molestas a horas de enfundarse el colchón. Otras, sin encambio, pueden resultar, cuando menos, divertidas, reveladoras o meramente didácticas. Huyendo de este último término, pues es usted ya mayorcito para seguir aprendiendo cosas, optaremos por una que...¡oh!, esperen, recuerdos jocosos se abren paso a codazos por mi cortex cerebral. Verán...

Fue uno de esos ataques de hipo involuntario, señal inequívoca de la destabilización del flujo temporal en torno a mi persona. Sin saber a ciencia cierta el año de destino de mi salto temporal, opté por, en cuestión de segundos, engalanarme con un conjunto de prendas neutras, de esas que nunca pasan de moda, al menos desde mi sentido de la estética. Recién embutido en un pantalón de pata de elefante, encamisado con chorreras, chaquetilla cuadriculada a la espiguilla con coderas de polipiel y zapatos bonitos, de esos de salir, una música empezó a inundar mis sentidos...y por muchas válvulas de escape que abrí, no tenía escapatoria.

Es frecuente en esta sintomatología el aparecer en lugares apartados del paso, ahorrando el disloque del personal al ver aparecer a un semejante ante sí, influenciado como está todo quisque por esas series de televisión de casos extraños...ya ven ustedes, extraterrestres...como si eso fuera posible. Al grano. Aparecí en una cocina de teca con su hornilla, su horno, su calentador de gas y todas las comodidades. La estructura metálica de las sillas, la capa plástica sobre el suelo y una licuadora me hicieron datar la nueva época como de finales de los 60. El calendario de pared me dio la razón.

Asomé la nariz por la puerta abatible: una animada fiesta tenía lugar en el coqueto salón. El aforo sobrepasaba claramente las posibilidades de la modesta vivienda, es por ello que una señora con pinta de marquesa y rebequita de punto consumiera su armagnac subida al poto decorativo junto a las cortinas. Parecía no importarle. Parecía no ser su primera copa de la noche. Ni la quinta.

Yo diría que acerté con la indumentaria, quizás algo recargada, pero no desentonaba con el resto de los invitados. Movían pelvis, caderas, hombros y próstatas al ritmo de un bugaloo escupido por un pick-up ( alias tocadiscos ). Uno cree al ver esas películas añejas que la recreación de nuestro país en la época es algo exagerado. Nada más lejos de la realidad. Creía yo estar atrapado en celuloide, incluso pellizqué a un señor con bigote para probar la veracidad de la experiencia. Su recatado insulto dio fe de la época en la que me encontraba.

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