jueves, 27 de marzo de 2008

DÍPTICO FONTANERO (PARTE 2)

Los Ruiperez esperaban ansiosos en el balcón la llegada del técnico. Si algo distinguía a esta familia, aparte de su natural reserva, era su adecuación estadística al modelo estatal. De esta manera el matrimonio junto a su hijo y tres cuartos no veían el momento de que el fontanero, a lomos de su brioso corcel montesa 49 caballos, se introdujese en la calle del conjunto residencial. Y el sentimiento de culpa por haber prescindido del fontanero de costumbre hacía que aquellos “cuernos profesionales” fueran motivo de inconfesable morbo.

No supieron de él más que su número de técnico autorizado, 1315, pero el conocimiento de su labor que chorreaba por sus poros hizo a la familia Ruiperez enamorarse de inmediato del operario ( palabra esta que hace parecer a un trabajador una mera tuerca de una fresadora ). Siempre sonriente, pareció pedir en matrimonio a la lavadora cuando se arrodilló ante ella, compromiso que no disgustó a ningún Ruiperez.

Explorando a su recién prometida, introduciendo sus habilidosas manos en rincones prohibidos y sonrojando con ello a la señora Ruiperez, el yerno 1315 supo dar en pocos minutos con el origen del problema. De sus limpios bolsillos extrajo una tuerca, con la que selló un compromiso sincero, que procedió a enroscar a la lavadora. Todo era idílico en aquella pedida de turbina.

Pero los hechos se centrifugaron en breves instantes. Se presentó en casa el fontanero de toda la vida. Yerno 923 apareció en la puerta de los Ruiperez, con un antical rematado por un lazo. Venía a pedir perdón, se arrepentía sinceramente de haber manipulado otras lavadoras, había visto que hacía mal, comprendió el amor que sentía por la lavadora de los Ruiperez y pedía, más bien, suplicaba anudado a la pierna del señor de la casa una segunda oportunidad.

Yerno 923 levantó los ojos y Yerno 1315 ocupó todo el campo de visión. Le costó poco comprender la situación mientras la familia esquivaba su mirada redescubriendo la decoración de la cocina. Derrotado, el viejo pretendiente intentó reconstruir su orgullo caído en combate. Se puso en pie, dedicó una leve mirada a su ex novia y sintiéndose una hoja mecida por un huracán de emociones, le pidió al nuevo miembro de la familia que la tratara bien mientras su mentón temblaba. Sus pasos en la escalera y un sollozo ahogado fue lo último que supieron de él.

Fue un mal trago para los Ruiperez, que pronto se olvidó con la valía y buena disposición del Yerno 1315. Como un reloj acudió a las revisiones y a la limpieza de filtros, exceso de confianza que en principio pareció algo inadecuado a la familia que finalmente aprobó con ciertos reparos.

Sin embargo la señora Ruiperez, después de aplicarse la mascarilla de pepino cada noche y acoplándose junto a su marido tal y como se intercalan las empuñaduras del tres de espadas de la baraja, no cesaba de preguntarse si aparecería algún fontanero mejor.

Esa incertidumbre la arrojó al calor que supo darle la tostadora. Pero eso quizás debería quedar en la intimidad de los Ruiperez.

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