domingo, 6 de abril de 2008

EN BOCA CERRADA.

Clotilde siempre vivió inmersa en la angustia de vivir su vida alicatada por la estupidez. Siempre fue corta de entendederas. Tan limitada era a la hora de echar a andar las neuronas que quiso nadar a contracorriente: a lo largo de su vida iba desaprendiendo cosas que había almacenado con bastante esfuerzo.

Un día del señor de cierto año ya pasado Clotilde tendía la ropa en el patio de su edificio. Nicanora, su vecina de media vida, asomó la cabeza por el ventanal de la cocina ofreciendo una fantástica imitación de una tortuga. Tras explorar las cocinas colindantes, siseó a Clotilde, que se peleaba con las leyes físicas intentando deseanudar un par de medias del tendedero.

-Cloti, no te lo vas a creer.
-Cuenta cuenta.
-Mira que es una cosa muy gorda y que a ti se te escapa todo.
-Que no, que ya verás como no.
-Jurame por la memoria de los calcetines de tu difunto que esto no se lo contarás a nadie.
-El mono del trabajo de mi Andresito es testigo.
Nicanora relató con emoción desbordante cierto hecho cercano, que relacionaba a la mujer de uno, el marido de otra y el remate de los toros. Con lujo de detalles cazados al vuelo en cuchicheos en la cola del pan y con otras anécdotas inventadas que servían de cemento a la historia, la cloti asistía con la boca en “o” a una parte de la realidad que debió ocurrir cuando ella estaba de espaldas.

Tras despedirse de su compañera de patio de luces, Clotilde cayó en la cuenta de que Nicanora, como de costumbre,estaba en lo cierto: no sería capaz de guardar el secreto. Algo por otra parte innecesario porque la historieta ya era conocida por la mitad del barrio asidua a los chismes. Al otro sector de población los arrebatos amorosos del zapatero del barrio les preocupaba algo menos que las cartas bancarias soterradamente amenazadoras.

En un acto de fe y constricción y segura de que más pronto que tarde el cotilleo le saldría disparado de la boca en plena pescadería, Clotilde decidió que no sería mensajera de verdades a medias. Aquel martes a la hora del vermut, puso punto en boca hasta nuevo aviso.

Ni siquiera soltó prenda.cuando ambos implicados en el trapecio amoroso ( algún rondador nocturno descuadraba la fórmula clásica ) dieron por terminadas sus relaciones eclesiásticas, compartieron autobús y maleta y pusieron rumbo a río ( no al famoso, a uno con menos renombre ).

Hoy en día vive su vida de manera normal, pero sin hablar por convencimimiento propio. Aunque para ser fieles a la maltratada verdad, esta decisión le libró de meteduras de pata, enfrentamientos verbales, exposición de ideas sin salida y diversas faltas de tacto y conocimiento.

Ya dijo aquel filósofo “El que calla, no falla”. Bueno, si no lo dijo, al menos lo pensó.

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