domingo, 7 de noviembre de 2010

CARACTERES DE PAPEL.

Odio esa pose tuya. Pareces saberlo y no hay cruce entre nosotros en la que no alces una comisura al pasar. Gesticulas entonces con una mano, dándole vueltas a nada porque en realidad no vas más allá de la siguiente losa.

Llevas el pelo teñido. Te lo has hecho en casa. Las canas sobre las orejas están descuadradas, cojean Emilio. Llevas las cejas asustadas, con pelos huidizos. He visto en alguna recepción como entrabas al baño con dos rectas y esponjosas líneas sobre los párpados y a la salida parecía un pelotón de cobardes en franca retirada. Barba cuidada de dos días y tres horas. Chaquetas en tonos olivas, camisas con motivos geométricos y corbatas añil. Te gusta aparentar descuido, te gusta que te vean como un alma no dominada por los cánones de la moda. Te he observado tirándote de uno de los puños de la camisa para que se asome bajo la chaqueta. Agarras tu pipa como una copa de brandy en miniatura, siempre señalándote, delatando el punto de fuga de cada salón que pisas. Pero te tengo calado, Emilito.

Si te escucho con atención confundes el arte etrusco con el chipriota. Conversas con suficiencia acerca de los presocráticos improvisando cada paso en la cuerda floja. Te concedo ese punto, sabes salir de los jardines. Y si no los embelesados de tu alrededor no parecen notar las incongruencias. Acaso no las saben. Acaso no les importan. Tu ego negro absorbe las órbitas circundantes, atrayendo cuerpos embutidos en trajes de catálogo.

Mantienes ese tono de voz. Te seguí un día y no pedías con esa voz impostada el café en el barucho de la estación. Ahí las cuerdas de tu violín tenían permiso para atronar. Sin embargo en los encuentros tu voz es cautivadora, un carbón inyectado en llamas incapaz de desatender. Y ríes los comentarios de las damas con esa carcajada espaciada y espesa, contracciones musculares medidas muy distantes de las que te conocí en un pasado, continuas y anodinas. Y a los caballeros les palmeas con la fuerza justa en el hombro, aunque siempre para disentir o añadir algo a su parlamento. Emilio, te odio.

Te odio por usurparme el papel. Por dejarte bigotito el primero. Por sacar a relucir las coderas del cajón de la abuela. Por soltar discursos Troskistas como si fueran tuyos. Por emborronar teorías filosóficas de autores de libros al peso, mezclando colores para no saber dónde empieza la invención y acaba la sabiduría. Pero sobre todo te odio por forzarme a montar una nueva persona, alejada de mi intención en un principio y que he tenido que construir a base de salidas de tono, balbuceos y visitas a la biblioteca del distrito.

Quedas advertido con esta nota en mi subsconsciente que algún día te dejaré por escrito en el buzón de tu casa. Me marcho a Dinamarca. Es mi territorio. Si te acercas tendré que contarles a todos aquel tiempo en el que comías tizas en el recreo.

Y como en eso incluso me ganabas.

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